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LA HUELGONA

El papel capital de las mujeres

60 años de la huelga de 1962 ·

«Nos lo jugamos todo». Lanzando maíz a los esquiroles, organizando piquetes, repartiendo víveres entre las familias... su lucha fue clave en el éxito de la huelga

Viernes, 1 de abril 2022, 18:01

Anita Sirgo está sorda de un oído y por eso grita. Le reventaron un tímpano «a hosties el capitán Caro y sus matones» en un interrogatorio. Los mismos que le raparon la cabeza a navajazos, llevándose melena y carne con el filo en cada tirón, aquella primavera en la que todo empezó a cambiar. «Poníen les fotografíes de los compañeros en la mesa y yo les decía: 'No lu conozco'. Y ellos: '¿Cómo no lo vas a conocer, hija de puta?', y me daban una hostia. Puñetazos y patadas en el estómago, los riñones, la espalda. Pero no canté. Porque sabía que, si yo cantaba, caía mediu Langreo y media Asturias», repite esta mujer como un roble que, a sus 92 años, grita hasta parecer que el corazón se le saliese por la boca a todo el que quiera escucharla. En realidad, lleva gritando desde que, siendo solo una niña, se llevaron a su padre y nunca más volvió a saber de él.

«Sabíamos que lo menos que nos podía pasar era ir a la cárcel, pero teníamos la inconsciencia y la fuerza de la juventud»

Lourdes Cuetos Orviz

Vídeo. Diecisiete años. Lourdes Cuetos Orviz se libró de ser detenida «porque era una guaja» Foto: Imanol Rimada / Vídeo: Aida G. Fresno

Así que, cuando aquel abril la mecha empezó a prender en la Cuenca del Caudal y se extendió a la que la vio nacer, Anita Sirgo –que ya trabajaba en la clandestinidad para el Partido Comunista– supo sin lugar a dudas cuál era su lugar en la historia.Y, como ella, decenas de mujeres que durante años no aparecieron en el relato épico de la Huelgona, pero que, como explica el historiador Benjamín Gutiérrez, «fueron la base de la lucha contra la dictadura», porque «eran ellas quienes daban cobertura a la lucha y mantenían a las familias. Pero en 1962 dieron todavía un paso más: se organizaron como colectivo para dar apoyo a la huelga y enfrentarse a los esquiroles. Frente a los que pensaban que 'Pasionaria' había una, las mujeres asturianas demostraron ser merecedoras de reconocimiento como parte clave de la movilización de los mineros».

En aquella primera línea estuvieron mujeres como Anita, su amiga y camarada Tina Pérez –también torturada por Caro, que «la dejó hecha un Cristo», y que moriría poco después con graves secuelas– y Tina Marrón.

«La huelga produjo un despertar social y una solidaridad entre la clase trabajadora que ahora muchas veces echo de menos»

Aida Fuentes Concheso

Vídeo. OCFemenina. Aida Fuentes Concheso fue la responsable de la recogida de alimentos que se distribuyeron entre los huelquistas en Laviana Foto: Imanol Rimada / Vídeo: Aida G. Fresno

Mujeres rocosas y bravas que, por primera vez, se coordinaban contra las condiciones «de miseria» de los mineros:«Como no nos podíamos juntar, porque no había derecho a la reunión, íbamos a casa de una y poníamos una cafetera y unas tazas encima de la mesa para que pareciese que era un cumpleaños. Ytodo lo que decíamos tenía que ser de memoria. No podía quedar nada por escrito».

Fueron días en los que «a lo mejor salías de casa por la mañana a hablar con otres muyeres y no volvías hasta por la noche, porque de aquella no había móviles y todo tenía que ser caminando». Y así fueron organizando piquetes, apostándose al pie de los pozos, «tornando esquiroles», lanzándoles maíz para llamarlos gallinas:«La primera vez que encontramos a un grupo que iba a entrar, nos pusimos enfrente y les dijimos: 'Si no dais la vuelta por les buenes, vais dala poles males'. Ydieron la vuelta», relata Anita, que cuenta con orgullo que, aquel día, «no falló ninguna» de las de la barriada. «Y, si llegaba la fuerza a detenernos, nos agarrábamos del brazu y decíamos que o nos llevaben a todes o a ninguna, pero no íbamos a dejar a los hombres luchando solos y que volviesen al tajo con les oreyes gaches sin conseguir nada».

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A hombres como el suyo, Alfonso Braña, que «no teníen derecho ni a calefacción ni a cristales ni a agua caliente ni a una muda de ropa». Así que, cuando llegaban de la mina con la ropa empapada, «había que ponela a secar en la cocina de carbón».

La hija de Tina Marrón, Nori Marrón, que en aquellos días era solo una adolescente, las recuerda saliendo de casa de madrugada, armadas con «tochos de madera» y con «los bolsos llenos de sal y de pimienta por si venían a por elles». Mujeres «de setenta años que se enfrentaben a la Guardia Civil» y neñes como ella, codo con codo.

Una lucha en la que subvirtieron los roles que tradicionalmente les habían asignado –de esposas, hijas, amas de casa–, como resume el historiador Rubén Vega:«Las mujeres jugaron un papel fundamental haciendo piquetes y extendiendo y sosteniendo la huelga. Porque, en aquel momento, no hay piquetes de hombres. Ellos no se atreven a hacerlos porque saben que, si los hacen, los van a reprimir a muerte. Pero ellas juegan con esa contradicción del machismo. Porque pegar a las mujeres estaba peor visto. Por eso la cabeza rapada de Anita es todo un símbolo».

«Nos pusimos enfrente de los esquiroles y dijimos:'Si no dais la vuelta por la de buenes, vais dala por la de males'»

Anita Sirgo Suárez

Vídeo. Icono. Anita Sirgo –en la imagen de la derecha, con la cabeza rapada– es uno de los símbolos de la clase obrera asturiana. Foto: Juan Carlos Román / Vídeo: Aida G. Fresno

Y, además, la usan en su favor por partida doble:«Primero, ante las fuerzas del orden, porque les crean una situación que les descoloca. No esperan eso de las mujeres y, aunque las detienen, no entran a saco a por ellas. Y, en segundo lugar, ante los propios mineros, ante los esquiroles. Lo que están haciendo es decirles: 'Vosotros no sois lo bastante hombres. No os atrevéis. Nosotras tenemos más huevos que vosotros'. El maíz es el insulto de la cobardía, que los sitúa en una posición de vulnerabilidad, de indefensión».

Nori también sufriría «hosties y exilio». Pero ni ella ni su madre –«marcada de por vida por el asesinato de su padre y de su hermano; comunista hasta la médula hasta el día en que murió»– estaban dispuestas a rendirse:«Quien te diga que no tenía miedo, miente. Nos lo jugamos todo, pero era lo que había que hacer, porque sabíamos que había una vida mejor. El mi gran miedo, por ejemplo, era que me violasen. A les hosties no les tenía miedo porque, aunque me pegasen, no iba a cantar».

Con ellas a la vanguardia de la movilización, «haciéndose fuertes en su rol de mujeres», la retaguardia también recurrió a otro «paraguas»:el de la Iglesia, «que tenía siempre ese fuero de que la represión era menos dura con ella. En sus locales, la Policía no entraba sin permiso del arzobispo, así que hubo curas que se mojaron y parroquias que organizaron comedores, porque la gente contaba con eso que alguien llamó el 'blindaje de la sotana'». El que aprovecharon mujeres como Aida Fuentes Concheso y Lourdes Cuetos Orviz, entonces dos jóvenes militantes de la JOCFemenina, desde donde se ocuparon de organizar la recogida de dinero y víveres para «familias que se habían quedado sin nada» y que, las más de las veces, se acercaban hasta ellas «con vergüenza».

«Mi gran miedo era a que me violasen. A les hosties no les tenía miedo porque, aunque me pegasen, no iba a cantar»

Nori Álvarez Marrón

Vídeo. Luchadoras. Nori Álvarez Marrón batalló junto a su madre, la histórica Tina Marrón, y sufrió detenciones y exilio. A la derecha, juntas poco antes de la huelga. Foto: Carolina Santos / Vídeo: Aida G. Fresno

«Era un momento de gran solidaridad. La gente nos llevaba lo que tenían en casa», recuerdan esas horas de furia y silencio en las que Aida también fue detenida, mientras que Lourdes libraba «porque la gente del pueblo les dijo:'¿Cómo la vais a llevar?, ¿no veis que ye una guaja?'».

«Sabíamos que lo menos que nos podía pasar era ir a la cárcel, pero teníamos la fuerza y la inconsciencia de la juventud», recuerda hoy la más joven de las dos, que –como Nori, como Aida, como Anita– sigue gritando tras una pancarta en las manifestaciones que «son de justicia». En busca de «un despertar social que antes había y que hoy, muchas veces, echamos de menos».

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