«La vida es un regalo y así hay que vivirla hasta el final»
Gabino Díaz Merchán, arzobispo emérito de Oviedo, se recupera a sus 93 años de una caída tras toda una vida dedicada a servir a la Iglesia
miguel rojo
Lunes, 3 de febrero 2020, 02:41
Cuando fue ordenado obispo con 39 años, Gabino Díaz Merchán, don Gabino, se convertía en el prelado más joven de toda Europa. Hoy, con 93 años, es el único arzobispo del mundo que sigue vivo de todos los que asistieron al Concilio Vaticano II. Entre medias, toda una vida dedicada a la Iglesia y una relación más que estrecha con Asturias, donde fue arzobispo de Oviedo entre el 6 de agosto de 1969 y el 7 de enero de 2002. Y si durante su prelatura ya fue reconocido por su implicación con el Principado, su decisión de dar un paso atrás y estos 18 años de mesura en su retiro no han hecho más que realzar su prestigio. Hasta el pasado domingo, cuando sufrió una caída al vestirse el alba antes de asistir a misa de 12 en la Casa Sacerdotal de la capital asturiana, donde reside, llevaba una vida sencilla, carente de lujos, pero plena en el aspecto intelectual. Desde el viernes, cuando recibió el alta, empieza a recuperarla. Una fisura en el trocánter del fémur de su pierna izquierda y un fuerte golpe en la cara y la frente, que requirió de 8 puntos de sutura sobre la ceja, le mantuvieron ingresado en el Centro Médico de Oviedo durante cinco días, con su maltrecha extremidad inmovilizada y tirando de analgésicos. En ningún momento se quejó de dolor. «La vida es un regalo, y así hay que vivirla hasta el final», comenta mientras se recupera.
Quizás le venga ese estoicismo de sus orígenes humildes, quizás de la larga formación eclesiástica, quizás de algunas críticas recibidas desde los foros más conservadores por ponerse siempre de lado de los más necesitados... quizá sea por todo un poco. Quienes le conocen bien cuentan que es toda una eminencia intelectual. Habla griego, latín, hebreo, francés y alemán, además del castellano. «Y conozco el inglés», añade. En su despacho de la Casa Sacerdotal, la puerta siempre tiene puesta por fuera una llave, para que entre quien quiera verle. Recibe habitualmente con un pantalón de pana y una camisa de cuadros, y de las paredes y repisas de su estancia ha retirado todas las referencias a su prelatura. A estas alturas ya no tiene sentido creerse superior a los demás. Antes de este último accidente, su cuerpo ya sufría muchos achaques y había pasado por bastantes operaciones. Entre ellas, una del aparato digestivo, otra de una hernia de hiato, y dos más: las de sus dos rodillas, que le traen por la calle de la amargura y le obligan a ayudarse de un bastón para caminar. Bastón que espera recuperar pronto, porque desde su llegada el viernes no puede apoyar la pierna izquierda en el suelo. Eladio Qintana, 'Yayo', suele ayudarle cada día a acercarse a la misa diaria de las cinco de la tarde, utilizando una silla de ruedas. José Antonio Montoto, director de la Casa Sacerdotal, y Benjamín Morán, sacerdote y doctor que es en la práctica su médico de cabecera, son quienes están más pendientes de él, como hacen también las monjas de la Anunciata. Y aunque come muy poco, sobre todo purés, es un auténtico 'llambión'. Suele tener caramelos a mano, y le privan «los pasteles y la mermelada». También el arroz con leche que le servían de postre estos días en el Centro Médico. Es una de sus pocas debilidades, pues el tabaco hace tiempo que lo dejó y es raro ya verle tomar una copa de vino con las comidas.
El ordenador y la tablet son sus fieles compañeras. A través de internet sigue leyendo e informándose de lo que pasa en Asturias y en el mundo. Y sigue preocupándose, como siempre lo hizo, por las injusticias. La crisis en la Iglesia por los casos de pederastia es una de sus principales causas de dolor. Como le perturban también el nacionalismo y el separatismo. «Es causa de guerras, es un camino a evitar», advierte a quien quiera oírle. Y aunque también recibe con cautela al nuevo Gobierno de la nación, apuesta por «dar siempre una oportunidad a todos los gobiernos, sean del signo que sean», pues no gusta de etiquetar a nadie antes de ver cómo actúa. Una de las frases que más repite es la de que «el perdón y la reconciliación son muy importantes para España».
Nacido en Mora (Toledo) el 26 de febrero de 1926, está a menos de un mes de cumplir los 94. Le pusieron Gabino como a un tío suyo, que era franciscano. Cuando apenas tenía 10 años, él y su hermana, Paquita, se quedaron huérfanos: su padre y su madre fueron fusilados durante la represión previa a la Guerra Civil, en 1936. La muerte de su hermana el año pasado tras sufrir un accidente de tráfico fue otro de los más duros golpes que le reservaba la vida. Ambos crecieron juntos, con una de sus abuelas primero, con una tía abuela después. «Comía muchas lentejas con cocos», suele decir al recordar aquellos tiempos de carencia, en referencia a los bichos que infestaban las legumbres.
Asistió cuando era un chaval a la ordenación de un sacerdote y quedó admirado por la ceremonia. «Yo quiero también ser cura», se dijo. Y acabó ingresando en el Seminario de Toledo. Muy pronto descubrieron sus maestros la gran capacidad intelectual del joven Díaz Merchán, que fue enviado al que entonces era uno de los mejores centros de estudio de la Iglesia española, la Universidad Pontificia de Comillas, regida por los jesuítas, donde se licenció en Filosofía y se doctoró en Teología. Se ordenó con 24 años, el 13 de julio de 1952, y empezó pronto a dar clases en Toledo, llegando a ser un destacado sacerdote de Acción católica, así como capellán por el rito mozárabe, con gran tradición en la multicultural capital castellanomanchega. Alguna misa ofició en Valdediós siguiendo este rito.
Su principal protector en Toledo era el el cardenal-arzobispo Enrique Pla y Deniel, primado de España. De hecho, fue él quien propuso al joven Díaz Merchán al Papa -y a Franco- su nombramiento como obispo, que llegaría el 4 de agosto de 1965. La decisión ya se había tomado en Roma, pero no podía hacerse pública hasta las doce del mediodía de la fecha señalada. Ese día, reunido Pla y Deniel con varios cargos eclesiásticos, no dejaba de mirar su reloj. «¿Son ya las doce del mediodía?», preguntó. «Sí, señor arzobispo», le contestó uno de los asistentes a la reunión. «¿En todos los relojes?», insistió el cardenal. «Sí», le contestaron otros tras consultarlo. «Pues ahora ya puedo decir que Gabino Díaz Merchán es arzobispo de Guadix-Baza», anunció.
Era aquel un destino complicado, en una zona muy atrasada económicamente en la que se respiraba mucha miseria. «Usted va a una Diócesis donde es más importante el obispo que el gobernador civil», recuerda don Gabino que le dijo Franco. Y vio que era cierto. «Cada vez que moría alguien me venían a avisar», rememora. Pronto se ganó el favor de la gente, y él mismo cuenta una anécdota que lo pone de manifiesto. «Un día me paró la Guardia Civil por pisar una raya continua. El agente no me reconoció y cuando le dí el carné de conducir me dijo: 'Pero si es usted el arzobispo. No puedo multarle'. Insistí en que, aunque fuese el arzobispo, si había cometido una infracción debía pagar la multa, como cualquiera. 'Si le multo a usted mi mujer me echa de casa', me dijo el agente antes de marcharse».
Allí estaría hasta 1969, cuando sustituyó a Vicente Enrique y Tarancón al frente de la Archidiócesis de Oviedo. Lo primero que hizo fue dar misa en Covadonga y, en cuanto pudo, bajar a la mina. Estaría al frente de la Iglesia asturiana 33 años, hasta que en 2002 el papa Juan Pablo II aceptó su renuncia, siendo sustituido por Carlos Osoro y recibiendo el título de arzobispo emérito de la Archidiócesis ovetense. Mientras estuvo en Oviedo, muchos creyeron que el paso siguiente sería el seguido por Enrique y Tarancón, y que acabaría siendo arzobispo en Toledo, primado de España y cardenal. Pero los aires que soplaban en la Iglesia no eran los mismos que defendía don Gabino, que llegó a la conclusión muy pronto de que una apertura era necesaria, que la institución tenía que ponerse del lado de los pobres, de la justicia social, de los derechos humanos. Juan Pablo II, más conservador y con el Opus Dei sumando cada vez más poder en el seno de la Iglesia, promocionaría otro tipo de perfiles. Don Gabino no quiso recorrer el camino que le ofrecían, eran otras sus preocupaciones. «La Iglesia no puede ser un panteón donde se recluya una clase privilegiada», mantiene.
Fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal el 23 de febrero de 1981 -el mismo día que Tejero tomaba al asalto el Congreso de los Diputados- cargo que ocuparía hasta 1987. De forma paralela, para llevar a cabo su obra en Asturias fue colocando a sacerdotes con perfiles similares al suyo en los lugares con más necesidades, tratando de que la Iglesia fuese siempre un punto de apoyo para los más necesitados. La Catedral de Oviedo siempre estaba abierta a quienes llamaban a su puerta. Su comprensión hacia los trabajadores de Duro Felguera encerrados en la torre de la 'Sancta Ovetensis' durante 318 días, desde la Nochebuena de 1996 hasta noviembre de 1997, generó más de un malestar. Y se haría famosa aquella foto del arzobispo con un 'gomeru' entre sus manos, el tirachinas símbolo de la lucha obrera que le regalaron los trabajadores tras abandonar su encierro y obtener una recolocación. «¡Rojo!», le gritaron en una ocasión, durante la celebración de la canonización de los mártires de Turón. «No creo que usted me conozca demasiado. Sepa usted que mi padre y mi madre fueron fusilados por los rojos», contestó. Fue una de las pocas veces que hizo referencia a quiénes eran los responsables de la muerte de sus progenitores. «No les guardo rencor alguno», comentó después en varias ocasiones. Porque don Gabino es un hombre de los de predicar con el ejemplo y podría decirse que es tanto más querido cuanto más tiempo pasa. Muy atrás queda en su memoria el que, asegura, fue su día más triste como arzobispo de Oviedo: «El día del asalto a la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo». Por delante, lo que el Señor diga, pero con la cabeza alta y esa reconfortante sensación del deber cumplido.