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t Vistas panorámicas. Fulgencio Meneses Martín posa en el salón comedor, con las vistas panorámicas detrás. «Todos querían las mesas de los ventanales», recuerda. Fotos: José Simal

Cierra una de las primeras pizzerías de Asturias

La Pérgola. La histórica pizzería de Rufo García Rendueles cierra tras 47 años. «En el 78, cuando empezamos, muy pocos conocían las pizzas»

Laura Fonseca

Gijón

Domingo, 19 de enero 2025, 01:00

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Entrar en la pizzería La Pérgola, frente a la escalera 11 del Muro y con unas envidiables vistas panorámicas a la playa de San Lorenzo, es como hacer un viaje en el tiempo. Un viaje hacia los años 70 y 80, hacia la época de un Gijón más industrial, de turistas de playa y bocata, de hostelería de menús y platos combinados en la que las pizzas eran una 'rara avis' –quien lo iba a decir–, y de camareros ataviados con pantalón negro y chaqueta blanca. El salón comedor de este mítico restaurante de la avenida de Rufo García Rendueles, donde se podría filmar una escena de 'Cuéntame' sin necesidad de buscar más atrezzo vintage que el existente, se mantiene casi intacto desde que se fundó en marzo de 1978. En sus paredes, sobre las que el tiempo no ha hecho mella, aún se exhiben los grandes cuadros con motivos asturianos que le acompañan desde su apertura: un imponente hórreo, el puente romano de Cangas de Onís y otro del Muelle cuando aún ni siquiera se intuía que años después se convertiría en un moderno Puerto Deportivo. Solo quedó por el camino «uno que había de los Picos de Europa», comenta Giovani Meneses, hijo de Fulgencio Meneses Martín (Ávila, 1952), fundador de esta pizzería en la que cientos de gijoneses, turistas y visitantes saborearon por vez primera una 'cuatro quesos' o unos raviolis.

El caso es que todo eso ha tocado a su fin. La Pérgola que Fulgencio y su mujer, su inseparable Rosario (Pérez Blanco), pusieron en marcha como proyecto de vida hace casi medio siglo, ha bajado la persiana definitivamente. Desaparece así un trocito de la historia gastronómica gijonesa y un local que fue escenario de múltiples encuentros familiares y de amigos de toda índole. El cierre, al que Fulgencio, ya con 73 años, se resistía, llegó sin avisar y sin dar tiempo a «que nos despidiéramos de los clientes como nos habría gustado. Si de algo estamos agradecidos, es de la clientela que tuvimos», afirma. Un problema de salud le llevó a tomarse un obligado descanso que, con los meses, se convirtió en jubilación. «Aguanté agosto como pude, con unos dolores tremendos», pero pese a su amor por La Pérgola, sus tres hornos, su vetusta pero cumplidora máquina de hacer pasta casera y el equipo con el que trabajaba –«éramos una familia»–, «en septiembre pasado tuve que parar», se lamenta.

La historia de esta pizzería, que toma su nombre de las pérgolas que en los setenta había en el Muro, no arranca en Gijón sino en París. Hasta allí emigró un jovencísimo Fulgencio desde su Ávila natal buscando una vida mejor, como lo hicieran miles de españoles por aquellos años de marcada emigración.

De friegaplatos a 'pizzaiolo'

En la Ciudad de la Luz «aprendí el oficio de 'pizzailo'». Él era friegaplatos, «porque antes empezabas desde abajo y te ibas haciendo al oficio poco a poco. Comencé a ver cómo hacían pizzas y otras muchas cosas, y así aprendí». Ocho años después y tras conocer en París a Rosario, que era contable, vinieron para Gijón por recomendación de un familiar que estaba en Gijón Fabril. «Eran otros tiempos; aquí había muchísimo trabajo», cuenta. Con los ahorros logrados en Francia, compraron un local frente a la playa: «Antes de La Pérgola no hubo nada aquí. Nos gustó mucho».

Desde el principio fue un negocio familiar. «Cuando empezamos en el 78 casi nadie conocía las pizzas en Gijón, pero enseguida fueron lo más pedido», rememora. Haciendo balance, relata orgulloso que «nos encantaba ver que los niños y jóvenes de aquellas familias que venían en los años 80, siguieron viniendo luego con sus hijos y nietos». Lo cierto es que los inicios no fueron fáciles: «Fueron tiempos de muchísimo trabajo, con jornadas de 16 horas, sin vacaciones... pero aquí fuimos muy felices», confiesa. Fulgencio fue cocinero y repostero (famosa es su tarta de chocolate, los profiteroles e, incluso, el roscón de Reyes, que hasta se lo pedían para llevar), pero también hacía de camarero o era quien elegía y compraba la materia prima. «Para que el trabajo salga adelante, hay que hacer un poco de todo, no hay más secreto que ese». Con el tiempo, le fue ayudando también su hijo Giovani, que prácticamente se crió entre fogones y fue un gran puntal estos últimos años.

Precios baratos

La Pérgola no habría tenido tanto éxito sin Rosario, su mujer, al mando de la contabilidad. Y sin los hermanos Gonzalo y Jorge Suárez Lozano, que llegaron al local de Rufo García Rendueles «con apenas 18 añitos, y aquí se formaron en la cocina». Los precios, muy ajustados a los bolsillos menos boyantes, junto con raciones bondadosas en tamaño, también hicieron lo suyo. El pasado agosto, en la carta (que se mantuvo con los mismos precios durante casi 20 años) ofrecían una ración de 12 croquetas a 6,50 euros, una pizza a 9 y un bistec, a 10 euros.

Fulgencio recuerda con nostalgia los años en los que «había cola para entrar, porque no se cogían reservas». Por su local, para cien comensales, pasaron muchos famosos, pero como no eran tiempos de Instagram ni de Tik Tok «no tenemos fotos de todo aquello». En su recuerdo está la directiva de la selección alemana de fútbol del 82 o varios de los artistas que se hospedaron en el contiguo hotel Príncipe de Asturias. «¿El secreto de todos estos años? No engañar al cliente, servir como es debido, dar comida de calidad y con precios ajustados». A quienes estén interesados en darle una segunda vida al local del que Fulgencio es propietario, solo un consejo: «Hay que trabajar mucho, pero, sobre todo, hacerlo con cariño». Un consejo tan redondo como una pizza.

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