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Memorias del Rey Melchor

Martes, 4 de enero 2022, 17:20

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Confieso que todos los años, cuando llegan estas fechas en las que los Reyes Magos preparamos todo lo necesario para iniciar nuestro viaje a Gijón, además de una alegría inmensa de saber que voy a reencontrarme con todos los niños, no dejan de venirme a la cabeza recuerdos de tantos y tantos años vividos en vuestra querida ciudad. Y es que en mis continuas conversaciones con el Príncipe Aliatar, compañero imprescindible en esta aventura anual, es inevitable rememorar historias, anécdotas y personajes que nos han marcado, que dejan una huella que ni el paso de los siglos es capaz de borrar. «¿Te acuerdas cuando aquel niño nos pidió un autobús igual que los del servicio municipal?», me apuntaba Aliatar. Sí, como no voy a acordarme. Me quedé de piedra con la petición infantil. ¡Caramba con el juguetito!, recuerdo que exclamé por aquel entonces, a la vez que pensaba como salir indemne de tamaño reto. No fue sencillo. Tuve que hacer uso de toda nuestra magia real, pero estoy convencido que nuestro pequeño peticionario no quedó en absoluto defraudado.

Cuando ese episodio tuvo lugar, corrían los años cincuenta del pasado siglo, unos tiempos, como es lógico, muy diferentes a los actuales, en los que Gijón empezaba a configurarse como una gran urbe, con no pocas carencias estructurales, pero con un sabor y una calidez que nos embargaba a los Reyes Magos. No veíamos el momento de volver a vivir la pasión infantil en una abarrotada Puerta de la Villa o en la calle Corrida, centro neurálgico de aquellas comitivas donde, por cierto, siempre recordaremos aquellas recepciones con los pequeños en la magnífica juguetería de Óptica Covadonga, un paraíso para los pequeños y, por qué no, también para los mayores.

10.000 pesetas para una carroza

Sí, eran mediados los años cincuenta cuando, con el apoyo del Ayuntamiento de Gijón, se apostó con entusiasmo por embellecer al máximo nuestra llegada a la ciudad y por reverdecer los laureles de una tradición que un grupo de entusiastas locales habían iniciado ya en el año 1924. Por los motivos más que conocidos, durante algunos años tuvimos que suspender nuestra fiesta, la fiesta de todos los niños, pero faltó tiempo para volver a recuperarla, para volver a alumbrar la luz de la ilusión en los más pequeños de la ciudad. Detrás de todo ello, de todo aquel gran esfuerzo altruista, recuerdo que hubo hombres como Jaime Medrano, Gumersindo Suárez Somonte, Luis Rodríguez Royo (éste muy especial), Genaro Blasco Palazuelo, Drosino Suárez Flóres, Bonifacio Lorenzo Somonte, Carmelo Luna Estébanez o Felipe Calvo Ilundain, que tiraron por resucitar y mantener esta fiesta infantil, con especial mención a Pedro García-Rendueles Aguado que, por lo que pudimos saber, años más tarde fue una de las figuras insignes de vuestra querida Feria Internacional de Muestras de Asturias. Y el reto no era sencillo porque los fastos reales, todos los preparativos de la cabalgata requerían una importante inversión económica, cuestión no poco importante en aquellos tiempos ya tan lejanos. Tan lejanos que puede resultar extraño hablar de un presupuesto para toda la jornada, allá por 1958, de 54.827,30 pesetas, algo así como 329 euros actuales. Inútil citar que, por aquel entonces, hablar de la actual moneda común europea era una mera quimera. Pero es que, todavía en pesetas, Óptica Covadonga (cita obligada de nuestra comitiva real), aportaba la nada desdeñable cifra de 2.000 pesetas, y el comercio local, la banca y otros particulares, 14.200 pesetas.

Son sólo algunos de los detalles económicos de aquellas cabalgatas que aún perviven en nuestros archivos reales, pero que dibujan el paso del tiempo, los años y años que los Magos llevamos disfrutando de estas maravillosas jornadas del cinco de enero en Gijón. Yo mismo me quedo asombrado cuando ahora leo que la construcción de mi carroza y la del Rey Gaspar, en aquel año 1958, costaron globalmente 20.000 pesetas, lo que ahora serían 120 euros, y no faltaron tampoco gastos en el alquiler de caballo y juguetes de arcones (1.077,10 pesetas), el contrato de la Banda de Música «Simancas» (1.395 pesetas), o el pago a la Pirotecnia Pola y El Gan (3.350 pesetas), que fue la encargada de adornar la jornada con hermosos fuegos de artificio.

El esfuerzo de autoridades y particulares para dar el máximo lustre a nuestra visita a Gijón era más que patente. Hasta se organizaban festivales previos en la sala Acapulco, con indudable éxito popular y que suponían un aporte económico importante para sacar adelante una fiesta por entonces ya consolidada en la ciudad. Porque, cómo no, también recordamos los Reyes Magos cómo eran aquellas cabalgatas, que tenían sus inicios en los locales de la Escuela de Peritos Industriales, allí, en la por entonces avenida de Fernández Ladreda, donde se guardaban celosamente las carrozas y todos los animales que participaban en las comitivas, para mayor regocijo de los pequeños y sus familias.

Mantos blancos en la noche

Como siempre, un coche con altavoz anunciaba a los congregados la salida de la cabalgata real con música navideña, y pronto hacían acto de presencia un conjunto de pastoras y pastores «que portaban aves de corral, corderos y otras ofrendas», recuerdan las crónicas de la época. Luego llegaba el turno de la carroza con la Estrella de Oriente «de gigantescas proporciones, construida por cientos de bombillas», a la que seguían los heraldos a caballo y el Príncipe Abd-deladid (antepasado de nuestro actual y adorado Aliatar) escoltado por una guardia árabe, cuyos componentes iban ataviados con «mantos blancos que destacaban en la noche ofreciendo un magnífico espectáculo». Y qué deciros de mi carroza y séquito, siempre espectacular. Ahí me acompañaban mis pajes guerreros, abanderados, antorcheros y acemileros con sus correspondientes mulos «y un vistoso y monumental arcón lleno de juguetes y portado por cuatro esclavos». Imposible de olvidar para mí.

Pero es que mis compañeros reales gozaban de una compañía similar. Un juego de fuego, luces y sonido capaz de impactar a la multitud. No faltaban nunca detalles. El alcalde y las autoridades nos rendían pleitesía en lo más granado del ayuntamiento y desde su balcón, como en la actualidad, siempre había unas palabras para los niños, donde les recordábamos que tenían que seguir siendo muy buenos durante todo el año. La ofrenda al Belén Viviente cerraba la jornada. Han pasado casi setenta años y parece que fue ayer. Pronto estaré, estaremos, todos con vosotros. Volveremos, entonces, a rememorar recuerdos imborrables de esta cita con Gijón y con los gijoneses. Seguro que será, como siempre, como desde hace decenios, excepcional. Hasta entonces, hoy es el día de rendir pleitesía a quienes hicieron y hacen posible este culto a la inocencia.

Ferrocarril de Langreo patrocinaba la carroza del «oscuro» Rey Baltasar

Confieso que no puedo dejar de esbozar una sonrisa cuando pienso en aquellas cabalgatas por las calles de Gijón de mediados del siglo pasado, con cortejos repletos de guerreros, de bengalas, de caballos, de antorchas y de bandas de cornetas y tambores, aunque si algo destacaba para niños y mayores, nunca se me ha podido olvidar, era la majestuosa carroza-trono que año tras año portaba a mi querido amigo el Rey Baltasar. Las crónicas reflejaban que «los niños olvidan el habla ante el oscuro Baltasar», a la vez que se auto convencían de que su piel negra no significaba que fuera el portavoz del temido carbón para los pequeños más revoltosos. Nada más lejos de la realidad. Lo que yo como Rey Melchor sí que recuerdo es, como apuntaba con anterioridad, la magnífica carroza de un Rey Baltasar que se mostraba eufórico y no era de extrañar. Su cohorte de seguidores crecía año tras año. Cierto es que jugaba con cierta ventaja porque la empresa Ferrocarril de Langreo (dedicada al transporte de carbón desde la cuenca minera a El Musel) era la que, en aquellos tiempos, patrocinaba el trono del rey negro, curiosa circunstancia que no le impedía el llevarse todos los elogios y premios por su espectacularidad, por mucho que buena parte de la prole infantil no lo viera «muy claro».

Tampoco esto significa que el resto de las carrozas de la comitiva real desmerecieran en exceso, porque ahora creo recordar que la que portaba la gigantesca y luminosa Estrella de Oriente estaba patrocinada por la conocida empresa local Mercurio, y mi trono era gentileza de la Acción Católica de Somió. Cada uno, como el Hogar del Productor o la comisión pro-cabalgata (ésta última se dedicaba a adornar la carroza del querido Rey Gaspar), aportaba su granito de arena, y el resultado final empezaba ya a marcar una pauta a nivel de toda España. De hecho, recuerdo ver las cámaras del No-Do en la cabalgata de 1957 grabando el recorrido por las calles de Gijón. Se demostraba de esta forma que el esfuerzo de todos por dar un lustre importante a esta jornada en la ciudad estaba recibiendo el reconocimiento general. En aquel tiempo, la visita de las cámaras de cine recuerdo que, por inusual, causó un impacto y no menos revuelo entre la concurrencia. La estela ha seguido en pie con el paso de los años y, como ya sabréis, nuestra querida jornada real en Gijón es seguida por buena parte de los medios de comunicación nacionales con el máximo interés.

Asilo Pola, Patronato San José, prisión de El Coto…

Puestos a recordar, también me viene a la memoria que los Reyes Magos y nuestro querido príncipe también estábamos en los pequeños detalles supervisando todo el vestuario de nuestra comitiva. Recuerdo que en 1959, si la memoria no me falla, todo el equipamiento de las tropas lo encargamos a una empresa de Valencia, lo que nos supuso una inversión de nada menos que 23.500 pesetas, casi la tercera parte del presupuesto de toda la jornada, pero vaya si valió le pena. Las tropas lucían espléndidas. Para eso, entre otras cuestiones, nuestros emisarios locales organizaban en la popular sala Acapulco un magnífico festival a favor de la Cabalgata con actuaciones de títeres, de armonices y payasos y otros elementos artísticos infantiles de Gijón. Todo era poco para hacer una realidad aquella fiesta en la que, durante muchos años, más de una treintena, personas como José Gutiérrez Mijares («Pepe» Mijares), Luis Rodríguez Royo o el doctor Luis Heredia tuvieron una participación y una colaboración desinteresada que, entiendo yo, nunca les podrá pagar esta ciudad. Sus gestos, sus rostros, sus miradas han quedado grabadas en no pocas generaciones de gijoneses desde finales de los años cuarenta hasta entrados los años setenta del pasado siglo. Historia viva de vuestra ciudad.

Y es que yo mismo, el Rey Melchor, confieso que, pese los muchos años que ya llevo sobre mis espaldas, no hay nada más bonito que repartir alegría e ilusión entre los niños y entre esos adultos que conservan esa pizca de inocencia imprescindible para llevar una vida sin un ceño fruncido permanente. Y eso que en nuestra visita hay momentos duros. Ahora recuerdo también en aquel año 1959 cuando, después de la Cabalgata, los tres reyes magos fuimos a visitar a un niño enfermo de leucemia y le dimos nuestros regalos. Fue su última alegría porque a los pocos días nos comunicaron su fallecimiento. Al menos contribuimos a que se fuera con una sonrisa en los labios, como las que siempre obtuvimos en nuestro querido Sanatorio Marítimo, con aquella cita obligada a todos sus niños internos casi desde su inauguración hace ya más de 75 años. ¡Qué pena que este año no vayamos a poder con esa entrañable tradición! Como también lo hacíamos con sumo gusto al Asilo Pola, al Patronato San José, al colegio de niños pobres de El Natahoyo, a la prisión de El Coto, al asilo de Santa Laureana de Somió, al cuartel del Regimiento «Simancas», a los hogares del Productor… y, en fin, allí donde pudiéramos repartir un pedazo de alegría.

Telegrama desde las alturas

Muchos, muchísimos años han transcurrido desde entonces. Tantos que, aunque pueda pareceros increíble, aún ni siquiera habíamos afrontado la construcción de nuestro buque real, el «Estrella de Oriente», con el que, como ya sabéis, todos los años nos acercamos a vuestra querida ciudad de Gijón. Es más, repasando con Aliatar aquellos viejos papeles que rondan en nuestros archivos, nos encontramos, confieso que ya no me acordaba de ello, un telegrama que en 1955 os remitimos desde el aire a todos los niños de Gijón. Decía lo siguiente: «Aviones españoles nos trasladan hoy a Gijón de España a donde esperamos llegar en las primeras horas de la tarde. Stop. Desde el cielo del Mediterráneo nos acordamos mucho de los buenos niños gijoneses. Stop. Esperamos verlos a todos en las calles al paso de nuestra cabalgata. Stop. Melchor, Gaspar y Baltasar os mandan muchos besos niños de Gijón. Stop».

Pasan los años, pero como decía de manera muy acertada en aquellos lejanos tiempos el doctor Luis Heredia, que algo debía de saber al respecto y que, además, tuvo catorce hijos, «la fiesta de los Reyes es la fiesta de todos», y resaltaba que el niño, ese día 6 de enero, no sólo ve los juguetes, los asocia con los Reyes Magos. Sus figuras son imborrables, inmortales.

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