
«Somos de puerta abierta, si hay un problema todos nos volcamos»
La contaminación del puerto es el mayor enemigo de El Muselín, además de los malos accesos: «la UVI móvil no llega a todos los sitios»
Más de cien años son los que tiene el barrio de El Muselín de Gijón. La peculiaridad de sus casas ubicadas a distintas alturas de la ladera, sus largas carreteras en curva y sus recoletos lugares escondidos plagados de murales, flores y pequeños jardines, hacen de este un lugar de lo más pintoresco. Los vecinos así lo defienden.
«Estamos como en Finisterre, solo que en vez de en el fin del mundo, en el fin de la zona oeste», bromea Sotero Rey, presidente de la asociación vecinal El Muselín Vivo. A su vez, no se cansa de presumir de vistas: «Somos unos privilegiados, en un día despejado vemos todas las montañas». Él es el claro ejemplo de que el barrio tiene algo especial. Pues si bien nació en El Muselín, se mudó al centro, donde pasó 16 años de su vida. Al pasar ese tiempo, volvió a sus orígenes. Una de las razones de su decisión fue la convivencia. «Somos vecinos de puerta abierta. Tenemos esa peculiaridad de que cada vez que pasa algo, los vecinos responden», dice orgulloso.
Una pequeña familia de casi 200 habitantes en la que hay «muy buen rollo», indica Josefina Pastur, quien lleva sus 56 años de vida asentada en el barrio. Una gran familiaridad que se contagia aquellos que vienen, porque El Muselín atrae tanto a gente de otras partes de Gijón como de España.
David Lara es de Madrid y ya cumple dos años viviendo en el barrio. Con una pequeña casa y un huerto, Lara no necesita más. Para cualquier cosa que le suceda sabe que sus vecinos «están dispuestos a ayudar». Y él no ha dudado en hacer lo propio. Ahora, es el profesor de yoga de la asociación vecinal. «Antes venía una chica, pero la actividad se trasladó a Portuarios. Era una pena que teniendo este espacio en la sede no se aprovechara».
El bajo coste de las viviendas también atraen a los jóvenes. Anabel Casais y su pareja son de Gijón «de toda la vida». Tras una temporada viviendo en Manuel Llaneza, apostaron por una vida en este barrio. La tranquilidad les acabó convenciendo.
Pero, como bien incide Rey, «somos un barrio con bastantes cosas buenas, pero también bastantes deficiencias». Su cercanía con el puerto de El Musel es uno de los mayores problemas debido a la contaminación. «Pensé que al estar al otro lado de Aboño no nos afectaría tanto. Pero, ¡ay amigo! a los dos días de limpiar el alféizar el color negro del carbón vuelve a aparecer», indica Casais. Lara lo apoya. «Tengo que limpiar bien mis cultivos, porque terminan con mucha suciedad».
Un recuerdo lejano
El espacio que ahora ocupa la sede vecinal antaño era un bar. Algo que añoran. «Un barrio no es barrio sin un bar ni una tienda», defiende Montserrat Gutiérrez. Si bien llegaron a tener carnicero, zapatero y otros negocios, eso ya es un recuerdo borroso. «Tenemos que desplazarnos hasta La Calzada». Aunque defiende que «hay autobús cada media hora». «En veinte minutos estás en el centro», apoya Casais.
La peculiaridad de las colinas también causa algún que otro inconveniente entre las personas mayores. «Se podían implementar unas rampas automáticas para subir y bajar entre calles», propone Gutiérrez. Aunque, consciente del abandono, indica que «priman otras cosas más urgentes». Algunas de ellas son relativas a estos accesos entre las casas de las laderas. El camino viejo de El Musel es uno de los que más inconvenientes tiene. «Una UVI móvil no pasa. Hay que ensanchar la carretera un metro», señala Rey. Tampoco llegan a las casas de arriba los camiones de basura. Por ello, los vecinos deben bajar a tirar sus residuos a los contenedores que están en la calle de la sede vecinal. «Nos vendría muy bien un coche lanzadera que suba a recoger la basura», pide María Leonor Suárez.
Otra petición es la de recuperar el lavadero que hay al comienzo de la ladera. «Hubo muchas familias que pudieron salir adelante gracias a él. Para nosotros es fundamental», señala Pastur. «Está totalmente abandonado».
Pero no solo son los adultos los que piden mejoras: «¡Queremos un parque para poder jugar!», reclama el pequeño Nel, de 4 años. «Hay gente joven que se puede animar a tener hijos, pero no va a tener un lugar donde llevarles», lamenta su madre, María Sánchez. Ahora mismo, solo cuentan con una pista con dos canchas. «Fueron los vecinos quienes la hicieron», señala. «Queremos un parque como dios manda, no solo un tobogán. Somos el único barrio que no tenemos uno».
A pesar de todas estas peticiones, los vecinos no pierden la sonrisa y cualquier momento es bueno para celebrar. Los concursos de disfraces, de decoración de las casas en Navidad, las meriendas en la sede o las sardinadas animan esa convivencia de la que tanto presumen. Y, por muy recóndito que esté el lugar, Sotero Rey invita a todo Gijón a conocerles. Reitera: «Somos de puerta abierta».
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