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El intento de fuga de dos de los presos más peligrosos de España en 1995 en los juzgados de Gijón marcó un antes y un después en el tratamiento de los detenidos, puso en marcha el régimen Fies (fichero de internos de especial seguimiento) y sirvió para incrementar las medidas de seguridad en dependencias judiciales y en las cárceles. Eso sí, se cobró una vida, la de Juan Andrés Arroyo Asensio, un policía nacional que custodiaba a los reos amotinados: Juan Redondo y Santiago Cobos. Este último inspiró al personaje 'Malamadre' en la película 'Celda 211', interpretado por el actor Luis Tosar. Pero como siempre, la realidad supera a la ficción y aquella mañana en Gijón, apenas unos días antes de que el estadio de El Molinón acogiese el antológico concierto de los Rolling Stones, se escribía uno de los más sangrientos capítulos de la crónica negra de la región. Se cumplen 30 años.
Los dos delincuentes lo organizaron todo meticulosamente desde la cárcel de Villanubla, en Valladolid, en la que estaban presos. Durante meses le enviaron al juez Lino Rubio Mayo cartas amenazantes con la única intención de ser trasladados a Gijón para ser juzgados. «Con la venia, maldito cabrón. Nos dirigimos a usted a sabiendas de que es un puto perro y un torturador», escribían en sus misivas intimidatorias. Pretendían escapar de unas instalaciones en las que consideraban que las medidas de seguridad podrían ser más laxas que en una ciudad más grande y más peligrosa. Ya lo habían intentado en anteriores ocasiones en otras ciudades.
Entre los dos presos acumulaban 200 años de condenas de cárcel por delitos de sangre, varios intentos de fuga anteriores, agresiones y robos. Santiago Cobos nació en San Andrés de Rabanedo (León) en 1968. La primera vez que entró en prisión apenas había cumplido los 20. Fue condenado a seis años por robo y entre rejas, acumuló condenas que ascienden a 60 años de internamiento. Su compinche, Juan Redondo, catalán de 1959, fue uno de los 45 presos que en 1978 se fugaron de la Cárcel Modelo de Barcelona. Murió en 2011 y pasó más tiempo en su vida entre rejas que en libertad.
A primera hora de la mañana del martes 13 de junio de 1995 los dos delincuentes llegaban desde la prisión de Asturias (donde habían pernoctado) a los juzgados de la calle Prendes Pando, esposados y custodiados por varios agentes de la Policía Nacional. Tiempo después se demostraría que no había ningún plan especial para ellos. Los policías creían que trataban con dos presos comunes y no con dos de los mayores sanguinarios de la historia. Los llevaron a los calabozos ubicados en el sótano, donde esperarían a que se celebrase el juicio por injurias y amenazas.
Santiago Cobos pidió ir al baño y fue allí donde le quitaron las esposas para que pudiese orinar. De forma sorpresiva y sin apenas tiempo para reaccionar, el peligroso delincuente se echó encima de unos de los policías que le custodiaba y le arrebató la pistola, una 9 milímetros parabellum con la que de forma instantánea se giró bruscamente y disparó a la cabeza del otro policía, Juan Andrés Arroyo Asensio. Murió en el acto. Tenía 48 años, estaba casado y tenía un hijo de 20 que continuó los pasos profesionales de su padre. Cobos no pudo seguir con su objetivo de matar a tiros al otro policía nacional que estaba en los aseos. La pistola se encasquilló, por lo que le machacó la cabeza a culatazos. Era Edelmiro Reboleiro. Cobos y Redondo lo cogieron como rehén junto a otros policías. Varios funcionarios consiguieron evacuar el edificio del Palacio de Justicia por una puerta trasera y ponerse a salvo, pero otros muchos quedaron atrapados en despachos y salas de vistas, atemorizados y a merced de cómo discurriesen los acontecimientos que habían hecho saltar por los aires una rutinaria mañana de trabajo.
Fuera, se empezaban a concentrar decenas de policías. La alerta era máxima. Por entonces no sabían que dentro yacía el cadáver de un compañero y que otro se debatía entre la vida y la muerte. Unos cien agentes participaron en el operativo. Se pidieron refuerzos a Oviedo y también policías que estaban de descanso acudieron al lugar en cuestión de minutos. Un ejército de agentes apuntaba con sus armas hacia el interior del juzgado y dentro, los presos amotinados hacían lo mismo con los rehenes. Se comunicaban con el exterior a través de un ventanuco, por donde los negociadores de las fuerzas de seguridad intentaban que los presos liberasen a los rehenes. Exigían un coche para poder huir y que les dejasen libre la entrada.
José Ramón fue uno de los policías que trató directamente con Santiago Cobos y Juan Redondo en aquellas angustiosas horas.
El policía, curtido en incontables intervenciones durante su época como jefe del Grupo de Atracos de Barcelona, donde estuvo destinado muchos años, recuerda aquel día en Gijón como uno de los más complicados de su carrera policial. «Fue difícil porque eran dos hombres muy peligrosos y que no tenían nada que perder, ya habían intentado fugarse otras veces y tenían muchos delitos de sangre a sus espaldas, estábamos tratando con los presos más peligrosos de España», dice.
Estableció conversación con ellos a través de una ventana en una calle lateral del palacio de Justicia y desde ahí escuchó sus pretensiones y les intentó hacer ver que no iban a poder salir de allí, que liberasen a los rehenes y saliesen con las manos arriba. «Les decía que tirasen el 'fusco' y que no se buscasen la ruina porque estaban rodeados, el miedo que teníamos que es que matasen a alguien», rememora.
Era en torno a la una cuando los dos presos al fin se acababan entregando. Estaban heridos. Durante el ataque a los policías ellos también se vieron afectados. Juan Redondo había recibido un disparo y tenía las fuerzas mermadas por la sangre perdida. Entonces se descubrió el horror: un compañero muerto y el otro, a punto de morir.
Juan Andrés Arroyo Asensio, el agente fallecido, era extremeño, se había casado con una asturiana y llevaba 19 años en la Policía Nacional. «Un gran compañero, muy tranquilo y con mucha experiencia, lo que le ocurrió fue una desgracia tremenda», dicen los que compartieron Comisaría con él. Ahora, echando la vista atrás, sus compañeros creen que «fallaron los mecanismos de seguridad, no había constancia de que fueran presos tan peligrosos y que hubiese que tenerlos aislados. La muerte se podría haber evitado».
El motín en Gijón sirvió para cambiar los protocolos de traslado de presos. A partir de ese momento, los policías que custodiaban no podían llevar armas en los calabozos y en 1996 se empezó a aplicar la Ley Corcuera, impulsada ministro de Interior del Gobierno de Felipe González, que recoge y aplica mecanismos especiales a los reclusos considerados muy peligrosos
Santiago Cobos salió de prisión en 2019 en régimen de tercer grado. Durante una época trabajó en una librería en Vitoria. Por el asesinato del policía en Gijón él y su compinche fueron condenados a 20 de años de prisión. Juan Redondo murió hace años. Ninguno de los dos ha mostrado su arrepentimiento por el asesinato del policía. Ni por nada. Se consideran víctimas del sistema. Ni un atisbo de pesar.
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