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Un niño juega en un tanque abandonado en Sarajevo, en 1996. AFP

Frankenstein en apuros, 30 años después de los Acuerdos de Dayton

Conflicto regional. Una aguda crisis en Bosnia Herzegovina, con católicos, musulmanes y ortodoxos en tensión, una gran burocracia y una frágil economía, podría afectar a la UE

Sábado, 5 de julio 2025, 22:06

Faltan mil cadáveres. Todos pertenecen a varones, tanto adultos como ancianos, incluso niños, que fueron apresados cuando la ciudad bosnia de Srebrenica, de mayoritario vecindario musulmán, cayó en manos de sus sitiadores, pertenecientes a la minoría serbia. En realidad, el número de los masacrados asciende a unos ocho mil, pero los cuerpos de los demás ya han sido identificados. El desconocimiento sobre su suerte permanece porque, posiblemente, tras ser asesinados, fueron desmembrados y sus restos esparcidos por la región o arrojados al caudaloso río Drina y pudieron alcanzar el Sava o, tal vez, el mismísimo Danubio. Este genocidio, el primero ocurrido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, ocurrió hace treinta años y fue uno de los desencadenantes de la ofensiva contra los agresores y los posteriores Acuerdos de Dayton, los pactos que alumbraron la actual república de Bosnia Herzegovina.

Una crisis sin precedentes tiene lugar durante el trigésimo aniversario de la república balcánica. La opinión pública cree que aquella devastadora contienda no representa más que un episodio de la torturada historia de la región y que de aquel desastre, originado tras la descomposición de Yugoslavia, surgió un régimen homologable según los estándares democráticos. Pero no es cierto. En realidad, en aquella base militar de Ohio, sede de las conversaciones, no hubo soluciones. «Se sentaron los presidentes Franjo Tudjman (Croacia) y Slobodan Milosevic (Serbia), promotores de la agresión, y el acuerdo sancionó conquistas territoriales», alega Mira Milosevich, investigadora principal para Balcanes, Eurasia y Rusia del Real Instituto Elcano. «El resultado es una paz congelada y que se haya avanzado muy poco en la reconciliación».

El fruto de aquella reunión fue algo extraño, mastodóntico y disfuncional, que no ha dado lugar a un Estado verdaderamente moderno. El hecho de que un país con tan sólo 3,4 millones de habitantes posea 180 ministros da cuenta de su desvarío institucional. A esta Administración enorme y poco eficiente le llaman popularmente Frankenstein. Tras complejas conversaciones, Bosnia se dibujó con una presidencia colegiada, un banco central y moneda propia, pero dividida en dos entidades, la Federación de Bosnia y Herzegovina y la República Srpska, dotadas con amplios poderes y constituciones propias frente a las reducidas atribuciones de un débil gobierno central.

Todo es susceptible de empeorar. «Desde mediados de los años 2000 Bosnia vive una situación de estancamiento con una lenta pero progresiva degradación. Los Acuerdos de Paz de Dayton, útiles en su momento para terminar con la guerra, han pasado de ser punto de partida a una camisa de fuerza que mantiene inmovilizado al país, mientras buena parte de la población que no es capaz de integrarse en redes clientelares se marcha al extranjero», asegura Marc Casals, periodista y traductor radicado en los Balcanes y autor de 'La piedra permanece. Historias de Bosnia y Hercegovina' (Libros del KO).

Este modelo político no escatima en vueltas de tuerca. En el territorio también se halla una tercera organización autónoma, el distrito de Brčko, bisagra entre los dos mayores. Hay más. Este país tan compartimentado se halla aún bajo tutela internacional. El Alto Representante para Bosnia y Herzegovina tiene facultad para despedir funcionarios y enmendar leyes, atribución que cuestiona la soberanía nacional. Su labor ha sido esencial para impedir todo tipo de extremismos.

La corrupción es una de las lacras sistémicas y se despliega en todas sus modalidades

Ahora bien, quizás la complejidad burocrática no sea el mayor problema, ni tampoco su frágil economía o la tasa de paro cercana al 20%. El problema es que, hace treinta años, ninguno de los representantes de las tres comunidades enfrentadas se levantó de la mesa de negociaciones plenamente satisfecho. Los bosnios, denominación que recibe la mayoría musulmana, aspiraban a una hegemonía en virtud de la demografía que quedó muy mediatizada; los serbios, de fe ortodoxa, acariciaban una independencia que no obtuvieron, y los croatas, de religión católica, deseaban una demarcación política en Herzegovina que tampoco consiguieron.

Las tensiones han caracterizado estas tres décadas de existencia de la apesadumbrada Bosnia. El aniversario llega en uno de los momentos más críticos, cuando se exacerban las tendencias centrífugas. Milorad Dodik, presidente de la República Srpska, las ha agudizado con un discurso secesionista y peligrosas iniciativas, como el propósito de dotarse de su propio ejército.

Una mujer corre mientras un soldado la protege de un francotirador, un puente colgante reemplaza al antiguo Mostar, en Bosnia en 1995, y Radovan Karadzic con uniforme militar. AFP / AFP / Reuters
Imagen principal - Una mujer corre mientras un soldado la protege de un francotirador, un puente colgante reemplaza al antiguo Mostar, en Bosnia en 1995, y Radovan Karadzic con uniforme militar.
Imagen secundaria 1 - Una mujer corre mientras un soldado la protege de un francotirador, un puente colgante reemplaza al antiguo Mostar, en Bosnia en 1995, y Radovan Karadzic con uniforme militar.
Imagen secundaria 2 - Una mujer corre mientras un soldado la protege de un francotirador, un puente colgante reemplaza al antiguo Mostar, en Bosnia en 1995, y Radovan Karadzic con uniforme militar.

El dirigente ha sido juzgado y el Tribunal Estatal lo ha condenado a un año de cárcel. Su destitución podría generar una crisis sin precedentes y, tal vez, estallidos de violencia. «Los serbios no irán a la guerra porque están contentos con el territorio que controlan», aduce la analista. «Si Dodik cae, llegará otro como él. Bosnia está en una crisis permanente. No se ponen de acuerdo ni siquiera en la manera de matricular los automóviles».

Reino de taifas

No se trata tan sólo de un conflicto individual. El país es un reino de taifas y los numerosos reyezuelos se benefician de ese poder. La corrupción es una de las lacras sistémicas y se despliega en todas sus modalidades. Los grandes partidos etnocráticos tejen redes clientelares y la privatización de las empresas públicas, herencia del anterior modelo socialista, ha venido acompañada de acusaciones de nepotismo y sobornos. La detención el pasado año de Nenad Nešić, ministro de Seguridad de la República Srpska, aportó pruebas de una práctica ampliamente extendida.

La decepción se ha expandido en la sociedad civil y la demografía evidencia el descontento. En 1991, antes del estallido de la guerra, Bosnia contaba con 4,4 millones de habitantes. La declaración de independencia estaba apoyada por musulmanes y croatas frente a la minoría serbia, partidaria de mantener la conexión con el régimen de Belgrado, y desembocó en una contienda que se cobró 100.000 víctimas mortales y dos millones de desplazados. El país no se ha recuperado del quebranto. En 2013, la población era de 3,5 millones y hoy no superan los 3,4 millones.

El largo brazo de la guerra en Ucrania alcanza los Balcanes, usualmente vinculados con Rusia

Este descenso refleja una baja natalidad y, sobre todo, el gran flujo migratorio. Una cuarta parte de los ciudadanos reside actualmente en el extranjero, con más de 450.000 en Alemania y cerca de 100.000 en Austria y otros tantos en Canadá. Las remesas de quienes partieron se han convertido en un recurso necesario para aquellos que permanecen en el país, sobre todo en las zonas rurales, donde las condiciones son más precarias.

El largo brazo de la guerra de Ucrania también alcanza los Balcanes, vinculados tradicionalmente con Rusia. Las veleidades políticas de Dodik son incentivadas por Putin, con quien se ha reunido en cinco ocasiones. El líder de la República Sprska ha validado los esfuerzos de Moscú para socavar los esfuerzos europeos en pro de Kiev. El dirigente hace causa común con el primer ministro esloveno Robert Fico, el serbio y aliado natural Alekandar Vucic y el inefable húngaro Viktor Orban, quien ha llegado a invitarlo a visitar Budapest a pesar de la existencia de una orden de arresto contra el serbobosnio.

La exacerbación del conflicto regional bien podría desviar esfuerzos de la Unión, algo que, sin duda, beneficiaría al Kremlin. Ante el reto, Bruselas agita el señuelo de la adhesión como estrategia conjunta para el desarrollo. «La esperanza radica en la entrada en la Unión Europea, el cambio generacional y una gran inversión que no llegue de China», aduce y señala otro peligro añadido: la infiltración del islamismo radical incentivado por la proliferación de mezquitas financiadas por Arabia Saudita y otros centros salafistas.

Cada 11 de julio se celebra el Día de la Reflexión y Conmemoración del Genocidio de Srebrenica. Representantes de las instituciones europeas se reúnen con familiares de los fallecidos para recordarlos y condenar aquella barbarie. No suelen participar representantes de la República Sprska, donde ya apenas viven musulmanes tras el proceso de limpieza étnica que conllevó la guerra.

El acto pretende conmemorar y luchar contra el revisionismo y la negación del martirio. El comandante Ratko Mladic, responsable último de la matanza, pena su cadena perpetua en una cárcel de La Haya. Cuando fue arrestado en 2011 se organizaron decenas de manifestaciones en protesta y en Banja Luka, la capital serbobosnia, diez mil personas marcharon por las calles denunciando la injusticia de procesarlo. El odio al otro, al que usa la misma lengua pero reza distinto, sigue prevaleciendo en la muy verde Bosnia, un país ubicado en el corazón de la siempre civilizada Europa.

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