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Premio Princesa de Asturias de las Artes

Graciela Iturbide y el arte entre lo visible y lo invisible

Lunes, 20 de octubre 2025, 18:40

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La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) ha sido distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, en reconocimiento a

una trayectoria que ha sabido transformar la realidad en

un lenguaje visual cargado

de simbolismos, sentimientos

y emociones.

El jurado destacó su:

«Mirada innovadora, profunda y cargada de simbolismo»

con la que ha retratado la naturaleza humana en toda su amplitud, desde lo primitivo

hasta lo contemporáneo, desde

la crudeza de la realidad social hasta la magia espontánea

de un instante.

Curación na catedral, (1992).

Una de las diez imágenes

que captó la fotógrafa

dentro del marco del

proyecto Vigovisións

Formada inicialmente en cine en la UNAM, Iturbide descubrió su verdadera vocación cuando conoció al maestro Manuel Álvarez Bravo, con quien trabajó como asistente a principios de los años setenta.

Esa cercanía le abrió un horizonte estético que pronto hizo suyo:

el blanco y negro como lenguaje esencial, el detalle cotidiano elevado a símbolo y la búsqueda de lo humano a través de lo ritual y

lo íntimo. Desde entonces, su obra

ha crecido hasta convertirse en

uno de los pilares de la fotografía internacional y latinoamericana.

‘Mujer Ángel’ es una de sus fotos más

conocidas y puede que la que mejor

resume el México de Graciela Iturbide (1979)

Zobeida Díaz, de

Juchitán, Oaxaca,

fue inmortalizada

en el retrato 'Nuestra

señora de las iguanas' (1979)

MESÍAS EN SU

PROPIA TIERRA

Su cámara ha recorrido el

mundo con una mirada siempre atenta y respetuosa. En México, documentó las comunidades indígenas seri y zapotecas de Juchitán, series que dieron lugar

a algunos de sus trabajos más icónicos, como el volumen ‘Juchitán de las mujeres’ (1989). Allí retrató la fuerza, la independencia y la centralidad femenina en la vida comunitaria, creando imágenes que, más que documentos, son mitologías contemporáneas.

En paralelo, Iturbide viajó a

Cuba, Alemania Oriental, India, Madagascar, Hungría, Francia y Estados Unidos, siempre con la voluntad de escuchar con la cámara, de integrarse en los diferentes ecosistemas que observaba antes de pulsar el disparador. Esa búsqueda incesante de lo humano la llevó también a espacios más íntimos y simbólicos, como el baño de Frida Kahlo, donde captó la huella del cuerpo ausente

a través de los objetos y prótesis de la pintora. Cada territorio visitado se convirtió en un espejo de sus obsesiones: identidad, memoria, ritual, vida y muerte.

Iturbide concibe la fotografía como un ritual. Ella misma

lo explica con palabras que

son casi un manifiesto poético:

Sus imágenes

crudas, siempre

en blanco y negro,

retratan rostros

que se entrecruzan

con la vida y la muerte

«Salir con la cámara, observar, fotografiar los aspectos más mitológicos de las personas, luego ir

a la oscuridad, revelarse, seleccionar las imágenes más simbólicas»

En este proceso, la realidad nunca es un mero registro: es un espacio de revelación, un tránsito entre lo visible

y lo invisible. Esa dimensión espiritual dota a su obra

de una trascendencia que

va más allá de la anécdota documental y la sitúa en

el terreno de lo universal.

La relevancia de su mirada ha

sido reconocida por los principales centros de arte del mundo. Ha protagonizado exposiciones en el Centro Pompidou de París, el San Francisco Museum of Modern Art, el Philadelphia Museum of Art, el Getty Museum de Los Ángeles, el Fotomuseum Winterthur y la Barbican Art Gallery de Londres, entre otros. Cada exposición ha sido la confirmación de que su obra trasciende lo local para insertarse en un diálogo global sobre la identidad, la cultura y la condición humana.

‘¿Ojos para volar?’,

Coyoacán, México, 1991.

Una de las fotografías

en que Graciela Iturbide

se autorretrata

A lo largo de su carrera ha recibido algunos de los galardones más prestigiosos de la fotografía internacional: el W. Eugene Smith Memorial Fund (1987), la Guggenheim Fellowship (1988), el Grand Prize Mois de la Photo (1988), el Hugo Erfurth (1989), el International Grand Prize de Japón (1990), el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México (2008), el Premio PHotoEspaña (2010), el Lucie Award (2010), el Cornell Capa Infinity Award (2015) o el William Klein Award (2023), entre muchos otros. Cada uno de ellos ha servido para consolidar una reputación que trasciende fronteras: la de una artista que no solo retrata la realidad sino que construye, con cada disparo, un universo simbólico que interpela a espectadores de cualquier cultura.

'El baño de Frida',

Coyoacán, México (2006).

Curiosa serie de fotografías

dedicadas a Frida Kahlo,

icono mexicano por excelencia

El Premio Princesa de las

Artes reconoce ahora no solo la potencia estética de su obra, sino también su capacidad para tender puentes entre la historia y la contemporaneidad, entre lo íntimo y lo colectivo, entre México y el mundo. Con Graciela Iturbide, la fotografía deja de ser un simple acto técnico para convertirse en

un acto poético de memoria y revelación.

La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) ha sido distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, en reconocimiento a una trayectoria que ha sabido transformar la realidad en un lenguaje visual cargado de simbolismos, sentimientos y emociones. El jurado destacó su:

«Mirada innovadora, profunda y cargada de simbolismo»

con la que ha retratado

la naturaleza humana en toda su amplitud, desde

lo primitivo hasta lo contemporáneo, desde la crudeza de la realidad social hasta la magia espontánea de un instante.

Curación na catedral, (1992).

Una de las diez imágenes

que captó la fotógrafa

dentro del marco del

proyecto Vigovisións

Formada inicialmente en cine en la UNAM, Iturbide descubrió su verdadera vocación cuando conoció al maestro Manuel Álvarez Bravo, con quien trabajó como asistente a principios de los años setenta. Esa cercanía le abrió un horizonte estético que pronto hizo suyo: el blanco y negro como lenguaje esencial, el detalle cotidiano elevado a símbolo y la búsqueda de lo humano a través de lo ritual y lo íntimo. Desde entonces, su obra ha crecido hasta convertirse en uno de los pilares de la fotografía internacional y latinoamericana.

‘Mujer Ángel’

es una de

sus fotos más

conocidas

y puede que

la que mejor

resume el México

de Graciela

Iturbide (1979)

Zobeida Díaz, de

Juchitán, Oaxaca,

fue inmortalizada

en el retrato 'Nuestra

señora de las iguanas' (1979)

MESÍAS EN SU

PROPIA TIERRA

Su cámara ha recorrido el

mundo con una mirada siempre atenta y respetuosa. En México, documentó las comunidades indígenas seri y zapotecas de Juchitán, series que dieron lugar

a algunos de sus trabajos más icónicos, como el volumen ‘Juchitán de las mujeres’ (1989). Allí retrató la fuerza, la independencia y la centralidad femenina en la vida comunitaria, creando imágenes que, más que documentos, son mitologías contemporáneas.

En paralelo, Iturbide viajó a Cuba, Alemania Oriental, India, Madagascar, Hungría, Francia y Estados Unidos, siempre con la voluntad de escuchar con la cámara, de integrarse en los diferentes ecosistemas que observaba antes de pulsar el disparador. Esa búsqueda incesante de lo humano la llevó también a espacios más íntimos y simbólicos, como el baño de Frida Kahlo, donde captó la huella del cuerpo ausente a través de los objetos y prótesis de la pintora. Cada territorio visitado se convirtió en un espejo de sus obsesiones: identidad, memoria, ritual, vida y muerte.

Iturbide concibe la fotografía como un ritual. Ella misma lo explica con palabras que son casi un manifiesto poético:

Sus imágenes

crudas, siempre

en blanco y negro,

retratan rostros

que se entrecruzan

con la vida y la muerte

«Salir con la cámara, observar, fotografiar los aspectos más mitológicos de las personas, luego ir

a la oscuridad, revelarse, seleccionar las imágenes más simbólicas»

En este proceso, la realidad nunca

es un mero registro: es un espacio

de revelación, un tránsito entre lo visible y lo invisible. Esa dimensión espiritual dota a su obra de una trascendencia que va más allá de la anécdota documental y la sitúa

en el terreno de lo universal.

La relevancia de su mirada ha sido reconocida por los principales centros de arte del mundo. Ha protagonizado exposiciones en el

Centro Pompidou de París, el San Francisco Museum of Modern Art,

el Philadelphia Museum of Art, el Getty Museum de Los Ángeles, el Fotomuseum Winterthur y la Barbican Art Gallery de Londres, entre otros. Cada exposición ha sido la confirmación de que su obra trasciende lo local para insertarse en un diálogo global sobre la identidad, la cultura y la condición humana.

‘¿Ojos para volar?’,

Coyoacán, México, 1991.

Una de las fotografías

en que Graciela Iturbide

se autorretrata

A lo largo de su carrera ha recibido algunos de los galardones más prestigiosos de la fotografía internacional: el W. Eugene

Smith Memorial Fund (1987), la Guggenheim Fellowship (1988), el Grand Prize Mois de la Photo

(1988), el Hugo Erfurth (1989), el International Grand Prize de Japón (1990), el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México (2008), el Premio PHotoEspaña (2010), el Lucie Award (2010), el Cornell Capa Infinity Award (2015) o el William Klein Award (2023), entre muchos otros. Cada uno de ellos ha servido para consolidar una reputación que trasciende fronteras: la de una artista que no solo retrata la realidad sino que construye, con cada disparo, un universo simbólico que interpela a espectadores de cualquier cultura.

 

El Premio Princesa de las Artes reconoce ahora no solo la potencia estética de su obra, sino también

su capacidad para tender

puentes entre la historia y la contemporaneidad, entre lo íntimo y lo colectivo, entre México y el mundo. Con Graciela Iturbide, la fotografía deja de ser un simple acto técnico para convertirse en un acto poético de memoria y revelación.

'El baño de Frida',

Coyoacán, México

(2006). Curiosa serie

de fotografías

dedicadas a Frida Kahlo,

icono mexicano

por excelencia

‘Sahuaro', desierto

de Sonora, México

(1979)

La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) ha sido distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, en reconocimiento a una trayectoria que ha sabido transformar la realidad en un lenguaje visual cargado de simbolismos, sentimientos y emociones. El jurado destacó su:

«Mirada innovadora, profunda y cargada de simbolismo»

con la que ha retratado la naturaleza humana en toda su amplitud, desde lo primitivo hasta lo contemporáneo, desde la crudeza de la realidad social hasta la magia espontánea de un instante.

Formada inicialmente en cine en la UNAM, Iturbide descubrió su verdadera vocación cuando conoció al maestro Manuel Álvarez Bravo, con quien trabajó como asistente a principios de los años setenta. Esa cercanía le abrió un horizonte estético que pronto hizo suyo: el blanco y negro como lenguaje esencial, el detalle cotidiano elevado a símbolo y la búsqueda de lo humano a través de lo ritual y lo íntimo. Desde entonces, su obra ha crecido hasta convertirse en uno de los pilares de la fotografía internacional y latinoamericana.

Curación na catedral, (1992).

Una de las diez imágenes

que captó la fotógrafa

dentro del marco del

proyecto Vigovisións

‘Mujer Ángel’ es una

de sus fotos más

conocidas y puede

que la que mejor

resume el México

de Graciela Iturbide (1979)

MESÍAS EN SU

PROPIA TIERRA

Su cámara ha recorrido

el mundo con una mirada siempre atenta y respetuosa. En México, documentó las comunidades indígenas seri y zapotecas de Juchitán,

series que dieron lugar a algunos de sus trabajos más icónicos, como el volumen ‘Juchitán de las mujeres’ (1989). Allí retrató la fuerza, la independencia y la centralidad femenina en la vida comunitaria, creando imágenes que, más

que documentos, son mitologías contemporáneas.

Zobeida Díaz, de

Juchitán, Oaxaca,

fue inmortalizada

en el retrato 'Nuestra

señora de las iguanas' (1979)

En paralelo, Iturbide viajó a Cuba, Alemania Oriental, India, Madagascar, Hungría, Francia y Estados Unidos, siempre con la voluntad de escuchar con la cámara, de integrarse en los diferentes ecosistemas que observaba antes de pulsar el disparador. Esa búsqueda incesante de lo humano la llevó también a espacios más íntimos y simbólicos, como el baño de Frida Kahlo, donde captó la huella del cuerpo ausente a través de los objetos y prótesis de la pintora. Cada territorio visitado se convirtió en un espejo de sus obsesiones: identidad, memoria, ritual, vida y muerte.

Iturbide concibe la fotografía como

un ritual. Ella misma lo explica

con palabras que son casi

un manifiesto poético:

«Salir con la cámara, observar, fotografiar los aspectos más mitológicos de las personas, luego ir

a la oscuridad, revelarse, seleccionar las imágenes más simbólicas»

Sus imágenes

crudas, siempre

en blanco y negro,

retratan rostros

que se entrecruzan

con la vida y la muerte

En este proceso, la realidad nunca es un mero registro: es un espacio de revelación, un tránsito entre lo visible

y lo invisible. Esa dimensión espiritual dota a su obra de una trascendencia que va más allá de la anécdota documental

y la sitúa en el terreno de lo universal.

La relevancia de su mirada ha sido reconocida por los principales centros de arte del mundo. Ha protagonizado exposiciones en el Centro Pompidou de París, el San Francisco Museum of Modern Art, el Philadelphia Museum of Art, el Getty Museum de Los Ángeles, el Fotomuseum Winterthur y la Barbican Art Gallery de Londres, entre otros. Cada exposición ha sido la confirmación de que su obra trasciende lo local para insertarse en un diálogo global sobre la identidad, la cultura y la condición humana.

‘¿Ojos para volar?’,

Coyoacán, México, 1991.

Una de las fotografías

en que Graciela Iturbide

se autorretrata

A lo largo de su carrera ha recibido algunos de los galardones más prestigiosos de la fotografía internacional: el W. Eugene

Smith Memorial Fund (1987), la Guggenheim Fellowship (1988), el Grand Prize Mois de la Photo

(1988), el Hugo Erfurth (1989), el International Grand Prize de Japón (1990), el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México (2008), el Premio PHotoEspaña (2010), el Lucie Award (2010), el Cornell Capa Infinity Award (2015) o el William Klein Award (2023), entre muchos otros. Cada uno de ellos ha servido para consolidar una reputación que trasciende fronteras: la de una artista que no solo retrata la realidad sino que construye, con cada disparo, un universo simbólico que interpela a espectadores de cualquier cultura.

 

El Premio Princesa de las Artes reconoce ahora no solo la potencia estética de su obra, sino también

su capacidad para tender

puentes entre la historia y la contemporaneidad, entre lo íntimo y lo colectivo, entre México y el mundo. Con Graciela Iturbide, la fotografía deja de ser un simple acto técnico para convertirse en un acto poético de memoria y revelación.

'El baño de Frida',

Coyoacán, México

(2006). Curiosa

serie de fotografías

dedicadas a Frida Kahlo,

icono mexicano por

excelencia

‘Sahuaro', desierto

de Sonora, México (1979)

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