Graciela Iturbide y el arte entre lo visible y lo invisible


La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) ha sido distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, en reconocimiento a
una trayectoria que ha sabido transformar la realidad en
un lenguaje visual cargado
de simbolismos, sentimientos
y emociones.
El jurado destacó su:
«Mirada innovadora, profunda y cargada de simbolismo»
con la que ha retratado la naturaleza humana en toda su amplitud, desde lo primitivo
hasta lo contemporáneo, desde
la crudeza de la realidad social hasta la magia espontánea
de un instante.
Curación na catedral, (1992).
Una de las diez imágenes
que captó la fotógrafa
dentro del marco del
proyecto Vigovisións
Formada inicialmente en cine en la UNAM, Iturbide descubrió su verdadera vocación cuando conoció al maestro Manuel Álvarez Bravo, con quien trabajó como asistente a principios de los años setenta.
Esa cercanía le abrió un horizonte estético que pronto hizo suyo:
el blanco y negro como lenguaje esencial, el detalle cotidiano elevado a símbolo y la búsqueda de lo humano a través de lo ritual y
lo íntimo. Desde entonces, su obra
ha crecido hasta convertirse en
uno de los pilares de la fotografía internacional y latinoamericana.
‘Mujer Ángel’ es una de sus fotos más
conocidas y puede que la que mejor
resume el México de Graciela Iturbide (1979)
Zobeida Díaz, de
Juchitán, Oaxaca,
fue inmortalizada
en el retrato 'Nuestra
señora de las iguanas' (1979)
MESÍAS EN SU
PROPIA TIERRA
Su cámara ha recorrido el
mundo con una mirada siempre atenta y respetuosa. En México, documentó las comunidades indígenas seri y zapotecas de Juchitán, series que dieron lugar
a algunos de sus trabajos más icónicos, como el volumen ‘Juchitán de las mujeres’ (1989). Allí retrató la fuerza, la independencia y la centralidad femenina en la vida comunitaria, creando imágenes que, más que documentos, son mitologías contemporáneas.
En paralelo, Iturbide viajó a
Cuba, Alemania Oriental, India, Madagascar, Hungría, Francia y Estados Unidos, siempre con la voluntad de escuchar con la cámara, de integrarse en los diferentes ecosistemas que observaba antes de pulsar el disparador. Esa búsqueda incesante de lo humano la llevó también a espacios más íntimos y simbólicos, como el baño de Frida Kahlo, donde captó la huella del cuerpo ausente
a través de los objetos y prótesis de la pintora. Cada territorio visitado se convirtió en un espejo de sus obsesiones: identidad, memoria, ritual, vida y muerte.
Iturbide concibe la fotografía como un ritual. Ella misma
lo explica con palabras que
son casi un manifiesto poético:
Sus imágenes
crudas, siempre
en blanco y negro,
retratan rostros
que se entrecruzan
con la vida y la muerte
«Salir con la cámara, observar, fotografiar los aspectos más mitológicos de las personas, luego ir
a la oscuridad, revelarse, seleccionar las imágenes más simbólicas»
En este proceso, la realidad nunca es un mero registro: es un espacio de revelación, un tránsito entre lo visible
y lo invisible. Esa dimensión espiritual dota a su obra
de una trascendencia que
va más allá de la anécdota documental y la sitúa en
el terreno de lo universal.
La relevancia de su mirada ha
sido reconocida por los principales centros de arte del mundo. Ha protagonizado exposiciones en el Centro Pompidou de París, el San Francisco Museum of Modern Art, el Philadelphia Museum of Art, el Getty Museum de Los Ángeles, el Fotomuseum Winterthur y la Barbican Art Gallery de Londres, entre otros. Cada exposición ha sido la confirmación de que su obra trasciende lo local para insertarse en un diálogo global sobre la identidad, la cultura y la condición humana.
‘¿Ojos para volar?’,
Coyoacán, México, 1991.
Una de las fotografías
en que Graciela Iturbide
se autorretrata
A lo largo de su carrera ha recibido algunos de los galardones más prestigiosos de la fotografía internacional: el W. Eugene Smith Memorial Fund (1987), la Guggenheim Fellowship (1988), el Grand Prize Mois de la Photo (1988), el Hugo Erfurth (1989), el International Grand Prize de Japón (1990), el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México (2008), el Premio PHotoEspaña (2010), el Lucie Award (2010), el Cornell Capa Infinity Award (2015) o el William Klein Award (2023), entre muchos otros. Cada uno de ellos ha servido para consolidar una reputación que trasciende fronteras: la de una artista que no solo retrata la realidad sino que construye, con cada disparo, un universo simbólico que interpela a espectadores de cualquier cultura.
'El baño de Frida',
Coyoacán, México (2006).
Curiosa serie de fotografías
dedicadas a Frida Kahlo,
icono mexicano por excelencia
El Premio Princesa de las
Artes reconoce ahora no solo la potencia estética de su obra, sino también su capacidad para tender puentes entre la historia y la contemporaneidad, entre lo íntimo y lo colectivo, entre México y el mundo. Con Graciela Iturbide, la fotografía deja de ser un simple acto técnico para convertirse en
un acto poético de memoria y revelación.

La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) ha sido distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, en reconocimiento a una trayectoria que ha sabido transformar la realidad en un lenguaje visual cargado de simbolismos, sentimientos y emociones. El jurado destacó su:
«Mirada innovadora, profunda y cargada de simbolismo»
con la que ha retratado
la naturaleza humana en toda su amplitud, desde
lo primitivo hasta lo contemporáneo, desde la crudeza de la realidad social hasta la magia espontánea de un instante.
Curación na catedral, (1992).
Una de las diez imágenes
que captó la fotógrafa
dentro del marco del
proyecto Vigovisións
Formada inicialmente en cine en la UNAM, Iturbide descubrió su verdadera vocación cuando conoció al maestro Manuel Álvarez Bravo, con quien trabajó como asistente a principios de los años setenta. Esa cercanía le abrió un horizonte estético que pronto hizo suyo: el blanco y negro como lenguaje esencial, el detalle cotidiano elevado a símbolo y la búsqueda de lo humano a través de lo ritual y lo íntimo. Desde entonces, su obra ha crecido hasta convertirse en uno de los pilares de la fotografía internacional y latinoamericana.
‘Mujer Ángel’
es una de
sus fotos más
conocidas
y puede que
la que mejor
resume el México
de Graciela
Iturbide (1979)
Zobeida Díaz, de
Juchitán, Oaxaca,
fue inmortalizada
en el retrato 'Nuestra
señora de las iguanas' (1979)
MESÍAS EN SU
PROPIA TIERRA
Su cámara ha recorrido el
mundo con una mirada siempre atenta y respetuosa. En México, documentó las comunidades indígenas seri y zapotecas de Juchitán, series que dieron lugar
a algunos de sus trabajos más icónicos, como el volumen ‘Juchitán de las mujeres’ (1989). Allí retrató la fuerza, la independencia y la centralidad femenina en la vida comunitaria, creando imágenes que, más que documentos, son mitologías contemporáneas.
En paralelo, Iturbide viajó a Cuba, Alemania Oriental, India, Madagascar, Hungría, Francia y Estados Unidos, siempre con la voluntad de escuchar con la cámara, de integrarse en los diferentes ecosistemas que observaba antes de pulsar el disparador. Esa búsqueda incesante de lo humano la llevó también a espacios más íntimos y simbólicos, como el baño de Frida Kahlo, donde captó la huella del cuerpo ausente a través de los objetos y prótesis de la pintora. Cada territorio visitado se convirtió en un espejo de sus obsesiones: identidad, memoria, ritual, vida y muerte.
Iturbide concibe la fotografía como un ritual. Ella misma lo explica con palabras que son casi un manifiesto poético:
Sus imágenes
crudas, siempre
en blanco y negro,
retratan rostros
que se entrecruzan
con la vida y la muerte
«Salir con la cámara, observar, fotografiar los aspectos más mitológicos de las personas, luego ir
a la oscuridad, revelarse, seleccionar las imágenes más simbólicas»
En este proceso, la realidad nunca
es un mero registro: es un espacio
de revelación, un tránsito entre lo visible y lo invisible. Esa dimensión espiritual dota a su obra de una trascendencia que va más allá de la anécdota documental y la sitúa
en el terreno de lo universal.
La relevancia de su mirada ha sido reconocida por los principales centros de arte del mundo. Ha protagonizado exposiciones en el
Centro Pompidou de París, el San Francisco Museum of Modern Art,
el Philadelphia Museum of Art, el Getty Museum de Los Ángeles, el Fotomuseum Winterthur y la Barbican Art Gallery de Londres, entre otros. Cada exposición ha sido la confirmación de que su obra trasciende lo local para insertarse en un diálogo global sobre la identidad, la cultura y la condición humana.
‘¿Ojos para volar?’,
Coyoacán, México, 1991.
Una de las fotografías
en que Graciela Iturbide
se autorretrata
A lo largo de su carrera ha recibido algunos de los galardones más prestigiosos de la fotografía internacional: el W. Eugene
Smith Memorial Fund (1987), la Guggenheim Fellowship (1988), el Grand Prize Mois de la Photo
(1988), el Hugo Erfurth (1989), el International Grand Prize de Japón (1990), el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México (2008), el Premio PHotoEspaña (2010), el Lucie Award (2010), el Cornell Capa Infinity Award (2015) o el William Klein Award (2023), entre muchos otros. Cada uno de ellos ha servido para consolidar una reputación que trasciende fronteras: la de una artista que no solo retrata la realidad sino que construye, con cada disparo, un universo simbólico que interpela a espectadores de cualquier cultura.
El Premio Princesa de las Artes reconoce ahora no solo la potencia estética de su obra, sino también
su capacidad para tender
puentes entre la historia y la contemporaneidad, entre lo íntimo y lo colectivo, entre México y el mundo. Con Graciela Iturbide, la fotografía deja de ser un simple acto técnico para convertirse en un acto poético de memoria y revelación.
'El baño de Frida',
Coyoacán, México
(2006). Curiosa serie
de fotografías
dedicadas a Frida Kahlo,
icono mexicano
por excelencia
‘Sahuaro', desierto
de Sonora, México
(1979)

La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) ha sido distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, en reconocimiento a una trayectoria que ha sabido transformar la realidad en un lenguaje visual cargado de simbolismos, sentimientos y emociones. El jurado destacó su:
«Mirada innovadora, profunda y cargada de simbolismo»
con la que ha retratado la naturaleza humana en toda su amplitud, desde lo primitivo hasta lo contemporáneo, desde la crudeza de la realidad social hasta la magia espontánea de un instante.
Formada inicialmente en cine en la UNAM, Iturbide descubrió su verdadera vocación cuando conoció al maestro Manuel Álvarez Bravo, con quien trabajó como asistente a principios de los años setenta. Esa cercanía le abrió un horizonte estético que pronto hizo suyo: el blanco y negro como lenguaje esencial, el detalle cotidiano elevado a símbolo y la búsqueda de lo humano a través de lo ritual y lo íntimo. Desde entonces, su obra ha crecido hasta convertirse en uno de los pilares de la fotografía internacional y latinoamericana.
Curación na catedral, (1992).
Una de las diez imágenes
que captó la fotógrafa
dentro del marco del
proyecto Vigovisións
‘Mujer Ángel’ es una
de sus fotos más
conocidas y puede
que la que mejor
resume el México
de Graciela Iturbide (1979)
MESÍAS EN SU
PROPIA TIERRA
Su cámara ha recorrido
el mundo con una mirada siempre atenta y respetuosa. En México, documentó las comunidades indígenas seri y zapotecas de Juchitán,
series que dieron lugar a algunos de sus trabajos más icónicos, como el volumen ‘Juchitán de las mujeres’ (1989). Allí retrató la fuerza, la independencia y la centralidad femenina en la vida comunitaria, creando imágenes que, más
que documentos, son mitologías contemporáneas.
Zobeida Díaz, de
Juchitán, Oaxaca,
fue inmortalizada
en el retrato 'Nuestra
señora de las iguanas' (1979)
En paralelo, Iturbide viajó a Cuba, Alemania Oriental, India, Madagascar, Hungría, Francia y Estados Unidos, siempre con la voluntad de escuchar con la cámara, de integrarse en los diferentes ecosistemas que observaba antes de pulsar el disparador. Esa búsqueda incesante de lo humano la llevó también a espacios más íntimos y simbólicos, como el baño de Frida Kahlo, donde captó la huella del cuerpo ausente a través de los objetos y prótesis de la pintora. Cada territorio visitado se convirtió en un espejo de sus obsesiones: identidad, memoria, ritual, vida y muerte.
Iturbide concibe la fotografía como
un ritual. Ella misma lo explica
con palabras que son casi
un manifiesto poético:
«Salir con la cámara, observar, fotografiar los aspectos más mitológicos de las personas, luego ir
a la oscuridad, revelarse, seleccionar las imágenes más simbólicas»
Sus imágenes
crudas, siempre
en blanco y negro,
retratan rostros
que se entrecruzan
con la vida y la muerte
En este proceso, la realidad nunca es un mero registro: es un espacio de revelación, un tránsito entre lo visible
y lo invisible. Esa dimensión espiritual dota a su obra de una trascendencia que va más allá de la anécdota documental
y la sitúa en el terreno de lo universal.
La relevancia de su mirada ha sido reconocida por los principales centros de arte del mundo. Ha protagonizado exposiciones en el Centro Pompidou de París, el San Francisco Museum of Modern Art, el Philadelphia Museum of Art, el Getty Museum de Los Ángeles, el Fotomuseum Winterthur y la Barbican Art Gallery de Londres, entre otros. Cada exposición ha sido la confirmación de que su obra trasciende lo local para insertarse en un diálogo global sobre la identidad, la cultura y la condición humana.
‘¿Ojos para volar?’,
Coyoacán, México, 1991.
Una de las fotografías
en que Graciela Iturbide
se autorretrata
A lo largo de su carrera ha recibido algunos de los galardones más prestigiosos de la fotografía internacional: el W. Eugene
Smith Memorial Fund (1987), la Guggenheim Fellowship (1988), el Grand Prize Mois de la Photo
(1988), el Hugo Erfurth (1989), el International Grand Prize de Japón (1990), el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México (2008), el Premio PHotoEspaña (2010), el Lucie Award (2010), el Cornell Capa Infinity Award (2015) o el William Klein Award (2023), entre muchos otros. Cada uno de ellos ha servido para consolidar una reputación que trasciende fronteras: la de una artista que no solo retrata la realidad sino que construye, con cada disparo, un universo simbólico que interpela a espectadores de cualquier cultura.
El Premio Princesa de las Artes reconoce ahora no solo la potencia estética de su obra, sino también
su capacidad para tender
puentes entre la historia y la contemporaneidad, entre lo íntimo y lo colectivo, entre México y el mundo. Con Graciela Iturbide, la fotografía deja de ser un simple acto técnico para convertirse en un acto poético de memoria y revelación.
'El baño de Frida',
Coyoacán, México
(2006). Curiosa
serie de fotografías
dedicadas a Frida Kahlo,
icono mexicano por
excelencia
‘Sahuaro', desierto
de Sonora, México (1979)