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El atractivo de ser Pueblo Ejemplar
Santa María del Puerto, pueblo somedano, recibió numerosos visitantes en la jornada de resaca a la fiesta colectiva vivida el sábado para recibir a la Familia Real
El sol que acogió el sábado a la Familia Real en Santa María del Puerto para entregar a sus vecinos el Premio Pueblo Ejemplar, repetía pase ayer con idéntico cielo despejado en el mismo escenario. Que se trataba de una mañana muy distinta lo corroboraban algunos de quienes habían participado de la alegría colectiva en una jornada que tardarán en olvidar: «Hoy nos toca volver a la normalidad después de haber presenciado una de esas cosas que solo se ven una vez en la vida», coincidían Andrés y Daniel Fernández, tío y sobrino de Ca'l Moucu, vaqueiros con casa de abajo en Buspol (Salas). A escasos metros, a pie de la carretera que une Asturias y León, la silueta de la vaca que recuerda la tradición trashumante del pueblo y la visita de los Reyes, era un concurrido 'photocall' en el que no cesaban de inmortalizarse turistas de domingo, montañeros y curiosos llegados de ambos lados del puerto aprovechando la espléndida mañana de domingo para conocer el lugar que había centrado todos los focos veinticuatro horas antes.
Igual de transitado aparecía otro de los enclaves que mantendrán en la memoria la visita real, el mirador de la Infanta Sofía, situado en el comienzo de la ruta al Cornón. Allí, María Beatriz Hino Granda, alcaldesa de barrio de Santa María del Puerto, evocaba los nervios y la emoción del día anterior: «El momento en que vi llegar a los Reyes fue una impresión muy grande. Los acompañé en todo el recorrido y me parecieron majísimos, muy atentos, como si fueran de casa». Rememoraba también el instante que sirvió para aliviar la tensión con una sonrisa compartida por toda la comitiva y fue la expresión de asombro de la infanta al descubrir que el mirador llevaba su nombre: «Se sorprendió mucho, su cara parecía estar diciendo: 'Uy, estos se equivocaron'. No se lo esperaba».
Otra de las protagonistas, la joven Desirée Fernández Riesgo, encargada de leer el discurso de agradecimiento de los vecinos, vivía el día después enfrascada en preparar el examen de Filosofía que tendrá la próxima semana en el instituto de Grao, donde cursa 2º de Bachillerato. Tampoco ella podrá olvidar la responsabilidad de haber saludado en nombre de todos a la Familia Real: «No se me notó, pero estaba muy nerviosa, me temblaba la pierna. Pasó todo muy rápido, pero la mañana se me hizo larga esperando. Me quedo con lo contenta que estaba toda la gente. Fue una ilusión muy grande», explicaba, en la terraza de su casa, con el escenario que compartió con los Reyes y sus hijas de fondo.
Nervios y mucho trajín se vivió también en los dos establecimientos de hostelería del Pueblo Ejemplar. María Esther Fernández Marrón, detrás del mostrador de Casa Mingo, contaba divertida que a pesar del movimiento inusual de clientela con el que tuvo de lidiar durante todo el día, no dudó en cerrar el negocio para ir con el resto de los vecinos a asistir al acto de entrega del Premio: «¡Cómo me lo iba a perder! Eso no pasa todos los días. Los Reyes y las nenas muy simpáticos y muy cercanos. Y muy guapos todos, aunque me parecieron más delgados de como los imaginaba», desvela ahora, en una nueva jornada de ajetreo en su bar. Al frente del restaurante y hostal El Coronel, Manuel Ganzo se excusaba por no poder atendernos por el flujo continuo de comensales que hacían turno para ocupar una mesa: «Estamos acostumbrados a tener gente los fines de semana, pero lo de hoy es exagerado. Están siendo dos días de no parar ni un segundo. La única lástima, que me quedé sin ver a los Reyes. Lo compensa la alegría del pueblo entero», declaraba en un breve respiro tras la barra.
Con las primeras horas de la sobremesa, el sol se retiraba para dar paso a una tarde de nubes y viento otoñal que devolvía al pueblo su identidad de puerto vaqueiro. «Por difuntos, tiempo de nieve y de untos», avisaba Ludivina Lorences, de 87 años. El humo de su cocina encendida recordaba al Pueblo Ejemplar que tras la fiesta del sábado, el invierno anda cerca y es duro aquí. «Tiempo de tizar y esperar», en palabras de su longeva vecina.