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Natalia Suárez y Mauricio O'Brien, en el taller de 'Woodic', en El Valle (Candamo). ERIKA ANES

Los artistas se mudan al pueblo en Asturias

Neorrurales. Nunca la ciudad nos había agobiado tanto. Muchos eligen Asturias para asentarse y llegan de todo el mundo. Solo Cabranes ganó 75 nuevos vecinos en 2020

AZAHARA VILLACORTA

Domingo, 21 de febrero 2021, 01:53

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Después de pasarnos casi tres meses encerrados en el piso de Madrid con los niños, metimos todas nuestras cosas en cajas y nos vimos para Asturias. Fue liberador».

Así empezó en julio el viaje de Ana Moreno 'La Nieta' y Julio Albarrán (artista textil de 40 años y fotógrafo de 37) con sus hijos, Tomé (6) y Carola (3), hacia Arboleya, aldea de Cabranes con solo treinta vecinos «y un bar, Casa Mari, que es fantástico».

Dejaban atrás el piso que alquilaban por 1.500 euros al mes en Tetuán -distrito madrileño de 161.000 habitantes- y lo cambiaban por una casa que les costó encontrar. «Ya teníamos intención de venirnos antes, pero la pandemia lo precipitó todo. Fue la patada en el culo que necesitábamos, así que nos pusimos a buscar, pero no había casas de alquiler de larga estancia. Solo alquileres vacacionales. Hasta que se me ocurrió llamar a un señor que vendía una y accedió a alquilárnosla», cuenta Ana desde esa nueva «casina». «Ahora pagamos 400 euros al mes y tenemos vistas a los Picos de Europa. Somos neopaisanos y ya estamos pensando en comprarnos algo», dice con la felicidad de ver a Tomé y Carola volver de su cole en Torazo, «contentos» desde que se olvidaron del barullo de Madrid y descubrieron el cuchu y los tractores. Niños y padres «encantados» de haber encontrado la calma: «En Madrid, son todo prisas. Aquí, el otro día, un vecino me preguntó si todavía había toque de queda y no supe qué responderle». Aunque es verdad que a veces echan de menos las comodidades que ofrecen las grandes urbes: «Lo tienes todo a mano. Bajas a la calle y hay tres tiendas de alimentación. Alguna, abierta 24 horas. Aquí hay que planificar bien la logística y, si vas a hacer la compra a Villaviciosa y se te olvida algo, da mucha rabia. Pero nada que no se pueda solucionar». Igual que el asunto de la conexión a la red: «La fibra llega a Santolaya, pero no aquí, aunque han dicho que la van a poner. Y, por ejemplo, cuando hay viento, no tenemos internet».

Valle Baranda y Carlos F. Pérez, en Villanueva (Cabranes). xuan cueto

Los datos de las inmobiliarias que ven multiplicarse las búsquedas de vivienda en municipios de menos de 5.000 habitantes hablan de que, como Julio y Ana -que tienen como vecino al Pulitzer Manu Brabo-, son muchos los que, desde marzo, han reforzado el éxodo al campo, aquejado de un desequilibrio estructural en un país que concentra a 31 de sus 48 millones de almas en un 30% del territorio. Un despoblamiento rural en favor de lo urbano especialmente grave en Asturias que los expertos tratan de revertir sin demasiado éxito. Los mismos que ahora andan desconcertados, a la espera de saber si estos indicios son el comienzo de un fenómeno o una ilusión.

Cabranes es el ejemplo de cómo sortear la muerte demográfica. Un brote verde pionero en la Asturias vaciada, con decenas de 'neorrurales' repartidos entre sus pueblos atraídos por el entorno, pero también por la proximidad de núcleos como Villaviciosa, donde tienen todos los servicios «a diez minutos». Muchos creadores que encuentran la inspiración que necesitan para su obra, pero también informáticos, ingenieras agrícolas, profesores... Porque, en el envejecido concejo, «de cinco años a esta parte, ha habido un 'superboom' de llegadas de gente, algo exagerado», resume la estampadora Valle Baranda (41 años, gijonesa de nacimiento), que, tras terminar sus estudios en la Escuela de Arte de Oviedo y pasar por una ONG en Guinea Ecuatorial, se fue hacer un máster en Litografía en Estados Unidos y, de allí, a México.

Hasta que, allá por 2007, ella y su marido, Caros F. Pérez, también artista, nacido en Bogotá y crecido en Kansas, decidieron regresar junto a sus dos hijas, que hoy tienen 16 y 9 años. Y eligieron Santolaya. Exactamente, Villanueva, donde Valle ofrece talleres de litografía, estampación, grabado... mientras que Carlos, que «siempre tuvo claro que no quería meterse en un piso», crea e imparte clases 'online'.

Virgina López y Giovanni Lanterna, en la sede de PACA, en Cenero (Gijón). Damián arienza

«Desde el 1 de enero de 2020, ganamos 75 vecinos», confirman desde el Ayuntamiento, que, en el último año, ha visto crecer su censo de 1.080 a 1.155 habitantes. «Al principio, mucho antes de la pandemia, vino gente jubilada, pero ahora es mucha gente joven», abundan en el Consistorio, donde presumen de multiculturalidad: «Hay gente de toda Europa, Estados Unidos, Cuba, Venezuela... Tenemos de todo. La escuela de Santolaya estuvo a punto de desaparecer, llegó a tener cinco alumnos, y hoy son más de treinta, y en la de Torazo hay otra veintena».

«Desde el punto de vista de la creación, estar aquí es positivo», cuenta Valle. «Aunque también tiene partes negativas, como que estas todo el día en el coche. Sobre todo, si tienes hijos y los llevas a extraescolares, porque apenas hay transporte público». Y, con todo, ella ha ganado en eso que llaman calidad de vida.

Otro de los que no cambia su pueblo de Piloña por ninguna capital después de haber vivido en Barcelona «muy precariamente» es Rodrigo Cuevas, una estrella en madreñes a la que sus vecinos lo mismo ven cuidando de sus burros que sallando que plantando berzas: «No lo cambio por nada».

Ana 'La Nieta' Moreno y Julio Albarrán, en Arboleya (Cabranes). xuan cueto

Pero es que, además, Cuevas -que también ha creado el festival Una Señora Fiesta en Vegarrionda, porque también los festivales, del Prestoso al Válgame Fest, se apuntan a lo rural- es un activista convencido: «En los pueblos necesitamos gente joven y formada que sepa enseñar cosas y dinamizarlos. Ye una manera de fijar población, porque tú, generalmente, sales del pueblo con 18 años porque quieres ver mundo. Pero, si en tu pueblo pasan cosas en las que quieres participar, a lo mejor piensas: 'Cómo mola mi pueblo'». Aparte de que haya buenas infraestructuras, la gente se queda si tiene arraigo y yo no tengo arraigo a un sitio por sus maravillosas rotondas y autopistas». Tiene solución incluso para el quebradero de cabeza de internet: la cooperativa Sestaferia, diseñada para hacer llegar la red donde no hay cobertura. «Pago 18 euros al mes».

La misma que comparte su vecina de concejo Noemí Saavedra, 'Wenyuri', que combina la ilustración y el bordado y llegada a Asturias hace dos años junto a su marido, Enrique Fernández, catalán como ella, ilustrador, autor de cómics y 'concept artist' que además realiza trabajos para estudios de videojuegos, y sus peques de 9 y 4 años, que van al cole a Ceceda (Nava), «a un paso».

Una pareja dispuesta a quedarse en Coya, con «doscientos y pico habitantes», donde también ha llegado «mucha gente joven con niños de fuera» y donde no saben lo que es el confinamiento perimetral después de «enamorarse» de la región y buscar casa durante dos semanas.

Noemí Saavedra 'Wenyuri' y Enrique Fernández, en la parroquia piloñesa de Coya. xuan cueto

«En Cataluña estaba todo carísimo y las cosas se empezaron a poner raras, así que dijimos: 'Es el momento de cumplir ese sueño loco que tenemos de irnos a Asturias'». Porque, con internet, no hay distancias. «Podemos vivir aquí porque trabajamos para fuera, así que estamos muy contentos y nos quedamos. Ya somos asturianos», se ríe 'Wenyuri', que se ha encontrado desde el principio con la proverbial hospitalidad de los asturianos y que, si tiene que encontrar un pero, es uno gastronómico: «Echo de menos la comida japonesa».

«Nos traían filetes a casa»

Una hospitalidad que hizo llorar a Natalia Suárez cuando su hija Nora se contagió de covid en el colegio y tuvieron que hacer cuarentena. «Los vecinos nos dejaban filetes en la puerta, pan, de todo...», relata esta lavianesa que, tras formarse en Bilbao, emigró a Barcelona, donde estuvo 23 años dedicada al diseño gráfico y la publicidad, para volver en 2017, cuando se quedó embarazada. Y, junto a ella, su chico, Mauricio O'Brien, mallorquín de origen irlandés, diseñador dedicado a la formación a distancia y también asesor para emprendedores.

«Dejábamos dos curros buenos para venir a Asturias, así que nuestros amigos y familiares no hacían más que decirnos que si estábamos locos», cuenta Natalia desde la casa que se compró en El Valle (Candamo) que, ya reformada, es hoy la envidia de todos su colegas urbanitas, además de la sede de Woodic, su firma de cerámica, donde crea para vender 'online' e imparte talleres. Otra activista que, cuatro años después de su decisión, se declara «pletórica»: «Antes el teléfono móvil era un apéndice y ahora lo miro cuando quiero. Tenemos menos, pero somos más ricos, y todo es más sostenible».

Rodrigo Cuevas, en su casa de Piloña. xuan cueto

Así que ella es de las que trabaja para crear redes que conecten a los creadores, «la única forma de salvar a los pueblos». Un trabajo en el que se encuentran inmersos desde hace tiempo Virginia López y Giovanni Lanterna, llegados un buen día desde la Toscana para construir PACA (Proyectos Artísticos Casa Antonino) en la parroquia gijonesa de Cenero y que tienen una petición muy concreta: «Que las administraciones también vean el interés de dirigir la mirada hacia lo rural para que deje de estar en los márgenes, porque el desequilibrio es estructural, pero además es cultural. Un abismo».

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