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Un niño cerca de Belén, con una cruz, entre escombros y restos de artillería. AWAD AWAD-AFP PHOTO
Cristianos palestinos

Atrapados entre la fe, la guerra y el exilio

En la Tierra Santa, donde el cristianismo nació hace más de dos mil años, los cristianos palestinos resisten como una minoría cada vez más frágil. Uno de ellos, Danial Yacuob, nos ofrece su testimonio

Armando Menéndez Suárez

Domingo, 7 de septiembre 2025, 02:00

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En Belén, Jerusalén o Gaza, la presencia de los cristianos palestinos, que en otro tiempo fue mayoritaria, hoy apenas llega al 1 o 2 % de la población. Y en medio del último estallido de violencia, su supervivencia espiritual y física se ve más amenazada que nunca.

La historia de los cristianos palestinos es la de una comunidad milenaria convertida en invisible. Comparten con sus compatriotas musulmanes la ocupación militar, los muros y los controles. Pero, además, soportan discriminaciones propias: ataques contra iglesias, restricciones urbanísticas y la percepción de ser «occidentalizados». En Gaza, donde apenas sobreviven un millar de fieles, la precariedad es diaria: servicios limitados, miedo a la violencia y presión constante para emigrar.

Taller de artesanía en el que trabaja la familia de Danial y que vivía del turismo.

El 7 de octubre de 2023, la ofensiva de Hamás –miles de cohetes, incursiones armadas y la matanza de civiles– abrió un nuevo capítulo de horror. Israel respondió con una operación militar que ha dejado miles de muertos. Entre ellos, también cristianos, como Naheda y su hija, abatidas en Gaza. La parroquia de la Sagrada Familia y la iglesia ortodoxa de San Porfirio se convirtieron en refugio desesperado, recordando que en las guerras nadie pregunta por la religión de las víctimas.

Cisjordania tampoco ofrece un horizonte alentador. Belén, antaño de mayoría cristiana, apenas conserva hoy un 15 % de esta población. Taybeh, al norte de Jerusalén, resiste como el último pueblo íntegramente cristiano, pero cada año pierde jóvenes que emigran a Europa o América. La emigración erosiona la viabilidad de esta comunidad que, de seguir así, corre el riesgo de quedar reducida a un recuerdo.

Danial y su familia delante de la puerta del santo pesebre.

La dimensión religiosa del conflicto, sin embargo, es equívoca. No se trata de una guerra entre judíos y musulmanes, ni entre religiones. Es un enfrentamiento entre el Estado de Israel y Hamás, que gobierna Gaza sin legitimidad democrática. Mientras tanto, la Autoridad Palestina, reconocida como legítima, permanece marginada en Cisjordania. Tanto líderes judíos como musulmanes, dentro y fuera de la región, piden el fin de la guerra. El Papa Francisco siempre denunció el «castigo colectivo» sobre la población y León XIV ha cogido su testigo.

Hamás se aferra al poder usando a civiles como escudos humanos. Israel responde con una fuerza desproporcionada que golpea indiscriminadamente. Y entre los escombros, la pequeña minoría cristiana se desangra en silencio. Su futuro es incierto: entre la emigración, la presión de mayorías y la hostilidad de extremistas, corren el riesgo de desaparecer del mismo suelo donde nació su fe.

Rezo en el lugar donde nació Jesús de Nazaret, según la tradición.

Si esto ocurre, la Tierra Santa no perderá solo a sus cristianos: perderá una parte esencial de su alma plural. La desaparición de quienes han custodiado sus lugares santos durante siglos convertiría a la cuna del cristianismo en un museo sin fieles, en un paisaje sagrado sin comunidad viva.

El reto, por tanto, no es únicamente político. Es también humano y espiritual. Porque la supervivencia de los cristianos palestinos no concierne solo a una confesión: es una cuestión de dignidad universal y de patrimonio de la humanidad. Y con esa perspectiva, la humana y espiritual, he escrito este artículo desde las trincheras, pues lo empecé a concebir hace ya muchos años en los campos de refugiados de Palestina (podríamos decir, Palestinas, dada la división impuesta por Israel, pero también por sus facciones políticas) cuando aún no era noticia de primera plana el sufrimiento de este pueblo que solo quiere paz, y un territorio propio, en medio de un conflicto de intereses internacionales.

Entre controles del ejercito israelí, entrevistas con representantes palestinos musulmanes y cristianos reconocí miradas, que en mis muchos años como médico tercermundista por países con graves conflictos sociales, ya había visto: la del reo que se sabe inocente. Quizá la mirada del mismo Jesús, pero sin el perdón divino implícito. ¿Pues, a quién perdonar?

La basílica de la Natividad, sin culto y sin peregrinos. Solo Danial tiene acceso en estos momentos por ser su guía oficial.

Todos participamos del dolor del mundo cuando nos negamos a pensar y delegamos el veredicto a la opinión de la mayoría, tan vulnerable a la manipulación mediática. Y mientras, los pobres dan lo único que les dejaron, su sangre, derramada bajo toneladas de indiferencia del resto del mundo, más preocupado por cosas que bien podrían esperar. Lo único urgente es la vida y la dignidad.

En esas viejas trincheras, tan viejas que nunca se cerraron desde los tiempos del rey David, conocí a combatientes (mediadores con bandera blanca) y víctimas, a las que dedico este artículo, rogando que el lector olvide la política por un momento y se centre en los actores de esta tragedia, tristemente representada a día de hoy en casi todos los rincones del planeta, incluida la orgullosa e inmaculada Europa.

Entre los que median y conocí personalmente (o mediaban en mi última visita a Cisjordania), destaco a Vincenzo Bellomo, de Pro Terra Sancta, un franciscano seglar que ayuda a ancianos y niños enfermos de comunidades musulmanas de Belén, y entre las víctimas, a mi amigo Danial Yacuob, cristiano palestino de Bethlehem y Beit Sahour.

Danial (Daniel para los españoles) es artesano de la madera de olivo, guía turístico y alma de una cooperativa de pequeños empresarios del souvenir artesanal con motivos cristianos (bellísimos misterios y cruces de Jerusalén talladas en una madera preciosa de olivos de Tierra Santa). El recorre el mundo para vender y poder ayudar a su comunidad cristiana palestina de Belén. Le propuse a Daniel una entrevista para el diario EL COMERCIO, aceptando bajo una condición: «Armando, no quiero problemas con nadie porque ya tenemos demasiados aquí. No soy cobarde, solo que esta guerra no se gana con más violencia, aunque sea dialéctica. Pedimos paz y convivencia pacífica con unos y otros, poder comer y mandar a nuestros hijos a la escuela. Y algo muy importante, seguir acudiendo a los cultos religiosos con libertad, puesto que las religiones deberían unir, no separar. Sé que el mensaje se lee al revés en occidente, pero aquí, los auténticos musulmanes desean tanto la paz como los cristianos. Y seguro, que los judíos opinan lo mismo. No mezclemos a los creyentes de buen corazón con los políticos, que sirven a otros intereses».

Quien tenga el valor de ir en estos momentos a Belén, encontrara a Danial Yacuob a la puerta de la Basílica de la Natividad deseoso de guiarle por ese monumento a la fe cristiana y a la resiliencia de un pueblo castigado por todos sus flancos. Nosotros, desde la fundación que presido, seguiremos recogiendo ayuda y enviándosela a Danial para que la reparta entre esos olvidados por las noticias. Quien quiera colaborar, por favor, que no lo dude.

En primera persona

Con la humildad que le caracteriza, Daniel ha respondido a estas preguntas:

–¿Cómo describiría lo que significa para usted ser cristiano en Belén, la ciudad donde nació Jesús?

–Estoy orgulloso de ser cristiano de Belén, pero al mismo tiempo no es fácil vivir y existir aquí como cristiano.

–¿Qué papel desempeña la artesanía en madera de olivo y nácar en la vida de su familia y en la transmisión de la fe?

–La artesanía en madera de olivo y nácar es la principal fuente de vida aquí en Tierra Santa. La mayoría de las familias dependen de este oficio para vivir. Nuestra existencia como familia cristiana depende de este trabajo, me refiero a la madera de olivo.

– ¿Qué importancia tiene el turismo religioso para sostener a su familia y a la comunidad cristiana local?

–El turismo religioso es muy importante para nuestra comunidad cristiana porque cuando recibimos un grupo de peregrinos todos los restaurantes, hoteles y tiendas de recuerdos tienen la oportunidad de trabajar. También brinda la posibilidad a las personas de trabajar en el sector turístico.

– ¿Cuáles son los principales desafíos que enfrenta hoy en día para mantener su taller o su trabajo como guía turístico?

–Ante todo, como guía turístico no he recibido ningún grupo desde el 7 de octubre de hace dos años. La guerra también ha tenido un impacto negativo en los talleres: ahora todos están cerrados porque no recibimos peregrinos que compren en ellos.

–Muchos jóvenes cristianos de Belén emigran en busca de oportunidades. ¿Qué les diría para animarlos a quedarse? ¿Qué necesitarían para permanecer?

–Hoy en día, estamos viendo un gran número de familias que emigran fuera de nuestro país porque tenemos muchas dificultades y no hay oportunidades de trabajo. Para animarlos a quedarse en nuestra Tierra Santa debemos proporcionarles oportunidades para vivir, encontrar alimento y fuentes básicas de sustento y, por supuesto, posibilidades de empleo.

–¿Cómo describiría la convivencia diaria con sus vecinos de otras religiones en la ciudad?

–Como cristianos respetamos todas las demás religiones, musulmanes y judíos. Tenemos buenas relaciones con ambos y no nos involucramos en la guerra: rezamos por la paz y porque la guerra termine muy pronto.

–En medio de tensiones e incertidumbre, ¿qué papel desempeña su fe para ayudarte a seguir adelante?

–En medio de las tensiones, rezamos a Dios para que fortalezca nuestra fe y así podamos seguir protegiendo estos lugares santos.

–¿Cómo se siente cuando piensa en que sus artesanías en madera de olivo y nácar viajan por el mundo como símbolos de Belén y del cristianismo?

–Me siento orgulloso cuando sé que nuestra madera de olivo y nuestro nácar viajan por el mundo. Es un símbolo de paz, es nuestra fuente de existencia y sustento aquí en Tierra Santa y es también una manera de preservar nuestra cultura.

–¿Cuál es su mayor preocupación por el futuro de los niños y jóvenes cristianos en Belén?

–Mi mayor preocupación y temor es que ninguna familia cristiana permanezca y viva aquí. Tenemos miedo de que la mayoría de las familias emigren y que la Tierra Santa se convierta en un museo vacío.

–Si pudiera enviar un mensaje a los cristianos de otros países que visitan Tierra Santa, ¿qué les pediría para apoyar a su comunidad?

–En primer lugar, les pedimos que transmitan el mensaje al mundo entero para que continúe la peregrinación y nunca se detenga. Que recuerden que existimos aquí y que recen por nosotros.

–La Fundación DAF les ha enviado ayuda. ¿Cómo fue utilizada y qué otras prioridades tienen?

–Queremos agradecer a la Fundación DAF por la ayuda que enviaron. Fue distribuida entre familias necesitadas, talleres, personas sin trabajo y algunas organizaciones especializadas en personas con discapacidad en nuestra ciudad de Beit Sahour.

–¿Qué mensaje le gustaría compartir?

–Queremos recordarles que recen por nosotros, que recen por la paz y que recuerden que somos la comunidad cristiana que aún existe aquí. No queremos sentirnos solos. Queremos sentir siempre que somos una gran familia en el nombre del Padre de todos.

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