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Dejando atrás la monumental Torre Fortaleza de Cabanzón emprendemos nuestra primera etapa íntegramente cántabra, tras varias jornadas coqueteando con la tierra vecina a través de las aguas de los ríos que compartimos o de las estribaciones de los Picos de Europa que nos unen arriba por sus cumbres. Así discurrió una parte importante de la historia del Reino de Asturias en sus inicios cuando aquellos clanes de pastores enraizados con las gentes vadinienses de ambas orillas de los ríos Cares y Deva unieron fuerzas para oponerse a los extraños que pretendían cobrarles tributos, como narran las crónicas 'oficiales' de aquellas cortes, o simplemente para ponerse de acuerdo en defender sus derechos comunes sobre los pastos en los que alimentaban a sus ganados y rebaños, como tal vez se acerque más a la realidad. El caso es que esas alianzas de gentes, genes e intereses acabarían marcando el destino de aquel pequeño reino: Alfonso, hijo de Pedro, el duque de Cantabria se casaría con la hija de Pelayo Ermesinda y acabaría heredando el trono de su suegro tras la muerte de Favila.
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Hoy son rutas como esta del Camín de los Santuarios o la llamada Vía Vadiniense las que siguen haciendo que cántabros y asturianos vuelvan a andar por las mismas sendas, compartiendo la belleza y el valor cultural de estas tierras tan cercanas. Evidentemente, luego cada uno en la suya, barre y tira para casa. Es lo que podría pensar el viajero que viene de Asturias y desde Cabanzón ve que el nombre de esta vía pasa a identificarse como Camino Lebaniego. No crean que se han desviado del itinerario, se trata del mismo camino y a fin de cuentas bien hacen nuestros vecinos en cuidar de lo suyo. Que no les falta razón lo verán a medida que vayan avanzando en un trayecto rodeado de impresionante paisaje por todas partes y en el que la sorpresa o la maravilla abundan a la vuelta de cada trecho del camino.
Otero y las ruinas de su iglesia románica de San Pedro salen a nuestro encuentro como un fantasma recién salido del bosque y cuando bajemos a Cades nos espera el elemento etnográfico por el que sienten más apego allí, una panera de seis pegollos muy cercana a los modelos asturianos. El otro tesoro de la tecnología tradicional que se muestra con orgullo es su ferrería del siglo XVIII musealizada e integrada en un sugerente Centro de Interpretación. A orillas del Nansa, una atractiva opción para quienes vayan con el tiempo suficiente o la idea de hospedarse en el entorno de la etapa, es la de recorrer su Senda Fluvial, una de las más populares de Cantabria. En ella encontrarán una nueva conexión con nuestra tierra al acompañar un buen tramo del recorrido de un río, como el Nansa, que va desembocar su cauce en la Ría de Tina Mayor, uniéndolo al del Deva y a las aguas del Cantábrico. Merece la pena. Nuestro viaje continúa hacia la Venta Fresnedo para sumergirnos en el bonito valle de Lamasón pasando por Sobrelapeña, encaramado en un montículo bajo moles de caliza como las que lleva en el nombre.
En Lafuente al pie de la carretera que conduce a La Hermida, la sobria estampa de la iglesia románica de Santa Juliana (S.XII-XIII) nos saluda con sus muros carcomidos por el tiempo y la dura meteorología de la montaña y su armónico ábside circular. El enigma del lugar son las dos cabezas labradas en piedra que una casona exhibe en lo alto de su portalada y en concreto la de una de ellas que lleva inscrito en su pedestal la inquietante leyenda: «CTS pasan qe no buelben» (cuantos pasan que no vuelven), tal vez una alusión a los peregrinos que como hoy discurren por aquí camino a Liébana.
Así iremos avanzando hacia Cicera, un hermoso pueblo de rica arquitectura popular encajado entre verdes praderías, masas boscosas y coronado por los perfiles altivos de los montes que lo rodean. En una de las vueltas del intrincado callejero de la aldea la sólida fábrica pétrea de la iglesia de San Pedro de Cicera, fechada a comienzos del siglo XVIII, de un austero barroco, como el que es propio de estas tierras. Desde el llamado Monte de Santa Catalina -al que se llega por una ruta natural entre hayedos, la Senda de las Agüeras- hay un atractivo mirador natural sobre el Desfiladero de la Hermida en el que se adentra nuestra ruta, para reencontrarnos de nuevo con el río Deva.
En Lebeña nos aguarda una de las joyas arquitectónicas de Cantabria, su templo de Santa María (siglo X), una de las escasas muestras del arte prerrománico de la región, muy vinculada a la historia de Santo Toribio de Liébana e impresionante a la vista del viajero con las crestas del macizo oriental de Picos sobre su torre y los tejados de sus tres ábsides y naves de rígida geometría. Seguiremos adelante por Cabañes, Pendes y Castro Cillórigo, con sus nobles templos de San Vicente Mártir y la ermita de San Francisco. Valle arriba la villa de Potes pondrá fin a esta intensa etapa en la que aún podremos disfrutar en nuestro descanso del sugestivo y animado núcleo histórico de su caserío. Liébana está ya ahí, esperándonos sin prisa.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Gonzalo Ruiz y Gonzalo de las Heras (gráficos)
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