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Todos los peregrinos saben, como el protagonista del poema 'Ítaca' de Kavafis, que en cualquier ruta lo verdaderamente importante es el camino, vivirlo y sentirlo en toda su intensidad. El destino final solo es una meta marcada para seguir viaje por la vida. En el nuestro, cuando partimos de Oviedo y su catedral de San Salvador, llevábamos en el mapa como señales los distintos santuarios que nos íbamos a ir encontrando, desde la Sancta Ovetensis al piloñés de la Virgen de la Cueva y de Covadonga a Santo Toribio de Liébana, que tenemos ya prácticamente a la vista desde los lugares donde nos han conducido las dos vías cántabras del Camín. El propio peregrinaje, disfrutando de unos paisajes espectaculares y llenos de historia, nos ha llenado de visiones y experiencias difíciles de olvidar. Todas ellas han valido el esfuerzo con creces. Ahora toca descansar y recordar lo andado. Pero aún nos quedan los últimos pasos. Unos pocos ya para la meta final.
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Salimos de Mogrovejo para adentrarnos en plena comarca del valle de Valdebaró y lo hacemos por tierras del concejo más occidental de Cantabria, el de Camaleño. Tras dejar atrás Redo, con las cumbres de Ándara arañando el horizonte en lo más alto, pronto nos encontraremos paseando entre las casas de Tanarrio, una pequeña aldea que cuenta entre sus tesoros con un bosque de alcornoques y dos templos llenos de historia: la iglesia parroquial de Santa María del Moral, del siglo XVI y un bello ejemplo del gótico rural, y la ermita de San Facundo, del mismo periodo, que cuenta con un sugerente retablo salomónico en su interior. Entre bosques de encinas, pinos y prados de pasto iremos descendiendo hacia las vegas del Deva para atravesar otra aldea llena de encanto, la de San Pelayo, con su capilla románica advocada a este santo y una gran encina en el centro de las cuatro o cinco casas que forman el núcleo del lugar. Siguiendo la carretera o alguno de los varios senderos de pista que discurren por la ribera izquierda del Deva nos saldrá al paso otra pequeña aldea, Beares, con su recoleta ermita de Santa Marina y el camino abierto al ascenso hasta Congarna, ya a las puertas del corazón espiritual de la Liébana y al pie de la ruta, nuevos enclaves de la devoción de sus vecinos como las capillas de San Julián y, asomada al valle, la de San Miguel, de recia espadaña. Desde aquí se escuchan ya perfectamente las campanas del monasterio de Santo Toribio, marcando el tiempo en siglos.
Desde el otro punto donde concluía la vía que habíamos seguido desde Alles, por Merodio y Cillorigo, en Potes, esos postreros pasos finales son un auténtico paseo peatonal hasta el histórico cenobio lebaniego. Apenas tres kilómetros y alguna vuelta más nos separan de nuestro último santuario por visitar. A estas alturas, poco nos importa que el trayecto sea en ascensión pronunciada y las extraordinarias vistas que podemos contemplar mientras lo recorremos bien compensan el ejercicio de nuestras piernas, hechas ya a toda clase de terrenos y dificultades. Por la cima de los riscos colosales que nos rodean, transitando por intrincados senderos de pastores, sacarían chispas los cascos de los caballos de Pedro el Duque de Cantabria y de su hijo, el rey asturiano Alfonso I, impulsor crucial del monasterio de Liébana. También en épocas más cercanas a la nuestra las botas infatigables del mítico guerrillero Juan Fernández Ayala 'Juanín' y de su compañero Francisco Bedoya.
Cada roca y cada paso de estas cumbres occidentales de los Picos de Europa tiene impresa su huella de la historia.
La legendaria y la real del cenobio lebaniego nos llevan al remoto siglo VI cuando un monje palentino de nombre Toribio buscó en estas ásperas montañas un lugar donde retirarse. Su oratorio de ermitaño parece el origen de un monasterio, bajo la advocación de San Martín de Turieno -de Tours-, que dos siglos después durante el reinado de Alfonso I acoge las reliquias de otro Toribio, un obispo de Astorga que en su juventud había estado en Jerusalén y su tesoro más preciado, una pieza del Lignum Crucis, que aún custodia el cenobio en una de sus capillas. Aquí escribió algo más tarde el Beato de Liébana sus 'Comentarios al apocalipsis' y el himno 'O Dei Verbum', dedicado a Santiago, décadas antes del descubrimiento del sepulcro del apóstol en Compostela. En el siglo XII la comunidad benedictina del cenobio cambia su advocación a la de Santo Toribio y en 1256 se levanta el templo actual, románico con muestras de un gótico incipiente, del que son ejemplo la puerta principal y la llamada del perdón, que solo se abre en los años jubilares, como el presente. Ha sido centro de peregrinaje desde la edad media y sigue siéndolo, además de un importante enclave turístico de la vecina Cantabria. Entre sus capillas, como la barroca que alberga el Lignum Crucis, su templo de fiel sobriedad cisterciense y los muros de su imponente claustro herreriano, y de su longeva historia, hemos llegado al final de nuestro viaje por el Camín de los Santuarios.
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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