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CARMEN DEL SOTO
Domingo, 23 de mayo 2021, 01:24
Lo tenía claro desde su tierna infancia. Por eso, cuando alguien le preguntaba qué iba a querer ser de mayor, María Antonieta Laviada no dudaba al responder que sería pintora. Sus notas en el colegio Santo Ángel rubricaban que dotes para ello le sobraban pues las matrículas de honor se sucedían en la asignatura de Dibujo. Incluso tiraba de ingenio para poder pintar en casa usando como caballete el tiro de la cocina de carbón.
Sin embargo, sus inicios en el mundo laboral estuvieron relacionados con el diseño y la decoración, al entrar a formar parte del estudio ovetense del reconocido decorador José Antonio Menéndez Hevia. Otro aprendizaje más, entre proyectos de interiorismo, que se alargó durante una década.
Y siempre pintando, con una primera exposición en el Ateneo Jovellanos en el año 1971 y el firme propósito de poder vivir de su arte. Una idea a la que contribuyó su tío segundo, el pintor César González-Pola, que la animó a acompañarle en sus salidas al campo para captar la naturaleza y el paisaje asturiano. Y que nunca ha dejado de plasmar en sus óleos, aún siendo las marinas su verdadera especialidad ya como artista consagrada y con estudio abierto desde mediados de los 80.
Su casa está enclavada en un edificio del centro de Gijón, centenario y catalogado. Cuando se hizo con ella se dio cuenta enseguida de que podía sacar provecho de sus elementos arquitectónicos, como columnas y vigas que estaban cargadas y que decidió dejar al descubierto. Del mismo modo que hizo con la pared del salón-comedor al descubrir que bajo la pintura había piedra natural. Una por una fue limpiándolas hasta conseguir un marco rústico, ideal para la colección de muebles antiguos que lucen en dicho espacio.
Se trata de un juego de comedor, todo él tallado, con mesa, sillas y aparador, herencia de la familia. Que se completa con un perchero y un banco colocados en el pasillo. De un anticuario llegaron otro mueble alto y un arcón que conforman el salón junto a dos módulos de sofá de los años 70. Sobre una peana modernista reposa el busto en mármol de su abuela Asunción González-Pola, datado en 1908. Y a su lado, el árbol genealógico de los Cienfuegos-Jovellanos, obra de Felipe del Campo, a una de cuyas ramas pertenece.
Con estas antigüedades conviven piezas que se han convertido en iconos del diseño, como la silla Wassily, a base de tubos y tiras de cuero; una lámpara Parentesi, suspendida y orientable; y una vistosa Knappa, también de techo y en color blanco. El que, además, fue elegido para las altas paredes de la casa que dan sensación de amplitud, mientras que para el suelo fue utilizado revestimiento de sisal.
Desde la vivienda se accede a un patio que ha supuesto todo un respiro durante el confinamiento y en el que María Antonieta cuida flores y plantas. Siempre que no esté ocupada en su estudio, al que dedica las tardes o, como ocurre actualmente, recibiendo a los visitantes de la exposición de sus cuadros en la sala de la Antigua Rula.
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Alicia Negre y Lidia Carvajal
Edurne Martínez y Sara I. Belled (gráficos)
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Jon Garay
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