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Sueños, proyectos, hijos, nietos... EL COMERCIO rinde homenaje, de la mano de sus familias, a los fallecidos por el virus que con su amor tiñeron los recuerdos de sus seres queridos y allanaron el camino a las generaciones venideras.
María Teresa Llano (Ribadesella, 1937)
«Cuando mi tata ya no recordaba nada, cantaba el himno de Asturias», contaba, emocionada, la periodista de Telemundo, Irene Sánchez. Su abuela, María Teresa Llano, padecía Alzheimer desde hacía demasiados años, «diez desde que la diagnosticaron», pero, aunque hacía ya tiempo que su alma no estaba, no merecía este final. «Es muy mala suerte que se haya ido ahora, enferma de coronavirus, no pudimos despedirnos y no saber nada es muy triste», decía Irene. Pese a que María Teresa llevaba viviendo en Madrid desde su adolescencia, sus raíces se mantuvieron siempre firmes en su Tresmonte natal, una pequeña aldea riosellana. «Llevaba Asturias en la sangre, nunca se olvidaba de ella ni de sus aventuras por los praos. Allí mi tata florecía». Aún recuerda Irene cuando, siendo ella una niña, su abuela le enseñó todos aquellos rincones que marcaron su infancia. «Nos llevó a conocer su escuela, los sitios donde pasaba ella las tardes, el hórreo y el molino. No podía ser más asturiana». Tanto que, pese a que Irene solo se ha dejado caer por la región en contadas ocasiones, siente que la tierrina también es su hogar, hasta el punto de que su hijo se llama Pelayo, «no podía ser de otra manera», apuntaba, bromeando. Cuando viviendo en Madrid, María Teresa se cruzaba con algún asturiano, empezaba una conversación que le cambiaba, repentinamente, el acento y la hacía volver a sentirse caleyando entre hermanas y vecinas felices, pese a los tiempos que corrían ajenos a ellas. «Le salía de pronto el asturiano». María Teresa Llano no hubiera podido sentirse más orgullosa al ver brotar en su familia con tanta fuerza sus raíces asturianas. Esas que hicieron que cuando su presente se hizo olvidadizo, su pasado se estableció en su día a día y si los suyos no sabían qué decirle para que el brillo volviera, por un rato, a su mirada, entonaban el 'Asturias patria querida' y entonces su alma volvía a la vida con un rotundo «Asturias de mis amores». María Teresa Llano se ha ido «de alma», aunque su recuerdo quedará siempre en sus hijos, nietos y biznietos que prometen ya volver «cuando todo pase» a recorrer Tresmonte para recordar los días de infancia en los que la tata hacía de aquellos praos, hogar. Volverán para celebrar la romería de San Agustín, para recorrer Parres, Ribadesella y Llanes. Para escuchar las gaitas sonando en directo y para que Pelayo camine la tierrina que lleva también en su sangre y conozca aquellos escenarios donde en 1937 nació una mujer que inundó de asturianía el Madrid que la acogió cuando tuvo que dejar atrás sus mejores días.
Fernando Segura Morís (Gijón, 1949)
Los números son solo eso: números. Los miras, te respingas, sigues. Asépticos, lejanos, ajenos. Sin embargo, esconden nombres, sonrisas, sueños, afectos. Vidas que ya no serán, las que se van, multiplicadas por las que se quedan mutiladas. Cuando dos sílabas, las que forman la maravillosa, única y reconfortante palabra 'papá', pasan a engrosar la inmensa, injusta y desgarradora estadística de esta enfermedad de mierda, todo parece venirse abajo. Pero no». Así da comienzo el último texto escrito por la periodista Ana Segura. El más triste, pero no, porque Fernando Segura Morís, fallecido a los 71 años tras luchar «contra viento y marea» con el coronavirus, fue su padre, «yal desgarro de estos días, de los números fríos, de los dirigentes caóticos, sobrevive la sensación de gratitud tan plena, tan llena de fuerza, de luz y de vida». Esa es la luz que les queda –ya para siempre– a su mujer, Amalia, y a sus dos hijas:Amalia y Ana. La de un hombre, psicólogo de carrera, que fue muchos años director de recursos humanos de la siderúrgica Sia-Santa Barbara, en Lugones, y que en la última década trabajó en prevención de riesgos laborales. Pero, sobre todo, un hombre que se fue «lleno de vida, tan fuerte, tan feliz con sus tres nietos, el más pequeño de diez meses». «Quiso la justicia poética que todo sucediera fugaz, al respirar una bocanada de aire que no debía estando de vacaciones con su mujer en Huelva, con largos paseos por la playa y esa complicidad que los hacía únicos», relata Ana sobre su padre, «un tipo estupendo que sabía vivir» y que tantas veces la hizo sentir única, «orgullosa del cariño, la socarronería, el afecto con el que trataba a todo el mundo. De su sensatez, su entusiasmo, su sentido de la belleza, su integridad y la pasión con la que amaba a mi madre. De su facilidad para querer y decir 'te quiero' a sus tres mujeres». Que supo irse rodeado del amor de los suyos, porque aguantó «en el calor del hogar hasta el fatídico día 8 de esta enfermedad, cuando el virus asesino decide encarnarse o dejarte vivir». Y, después, este gijonés entró en un mundo de sueños en el que él y los médicos «lucharon como leones». «Incluso cuando todo parecía perdido, insistieron buscando un resquicio para traérnoslo de vuelta», explica su familia, que solo tiene palabras de agradecimiento para el personal sanitario y una convicción:«En el cielo todo deben ser risas. Aquí, volverán».
Emilio García Acebal (Avilés, 1941)
A Emilio García Acebal (el menor de seis hermanos) lo nacieron en Avilés «por casualidad», porque su padre era jefe de estación de Renfe», cuenta su hijo Gaspar, que aclara que, sin embargo, «siempre vivió en Oviedo». Casado con Begoña, la mujer con la que llevaba 54 años de feliz matrimonio y de la que era inseparable, juntos tuvieron tres hijos (Gaspar, Begoña e Ignacio), además de cinco nietos, «de los que disfrutó mucho». Igual que disfrutaba de sus largos paseos con Begoña por la playa. «Le encantaba. Sobre todo, Rodiles y El Puntal», explica su hijo, que recuerda a su padre como «un gran trabajador que empezó a ganarse la vida muy pronto». Una andadura profesional que comenzó en Almacenes Botas (donde conoció a la que luego se convertiría en su mujer, siendo los dos casi unos chiquillos), Gillette España y La Cibeles. Y, de ahí, a los almacenes Ceñal y Zaloña, donde permaneció veintiún años como jefe de ventas, mientras que en los últimos quince años de vida laboral fue agente comercial de varias casas del sector de la droguería y la perfumería, trabajando estrechamente con su cuñado, Paco Verdugo. Tremendamente constante y cumplidor, muy querido por sus compañeros, subordinados y clientes, que le llamaban simplemente 'Acebal', una buena muestra de su carácter recio es que hizo el servicio militar como voluntario en la primera promoción de las COES, «lo cual llevaba muy a gala». Al igual que llevaba con orgullo una serie de valores que supo transmitirles a sus hijos.«Empezó siendo un padre muy estricto que nos inculcó la constancia, la honradez, la humildad, la discreción y el sentido del deber y de la palabra dada, para, más adelante, reducir su nivel de exigencia y convertirse en un padre permisivo y tranquilo», relata el mayor de ellos, que lo recordará también como «un amante de los animales en general y de los perros en particular, además de gran admirador de Félix Rodríguez de la Fuente» y «un excelente tirador con carabina del 22 y plomo del 5,5, nunca cazador». Un hombre «sencillo y hogareño» y un cinéfilo empedernido al que le gustaban, en especial, las películas bélicas y los westerns, «de los que se lo sabía todo».
José Ramón García (Candás, 1947)
Y también como «un ejemplo de humildad y de prudencia, de vive y deja vivir», recordarán para siempre sus amigos y su familia a José Ramón García, más conocido como 'Piru', padre de Miguel García, entrenador del equipo español de piragüismo. «Ese es mi padre en pocas palabras:bueno, tranquilo, discreto y cariñoso. Sobre todo con los nietos –Keira e Íker–, para los que nunca había un no por respuesta», cuenta Miguel. «Parece que lo estoy viendo cuando empezaba en las regatas, recibiendo enhorabuenas porque su hijo había ganado su primer campeonato de España. Orgulloso sí, mucho, pero abrumado también por tanto agasajo». Pero, además, este candasín que residía en Luanco, casado con María José Fernández, padre también de Guillermo y María y que trabajó durante años en una mueblería, era «un excelente marido que jamás levantaba la voz. Mi madre y él se complementaban perfectamente. Ella, hablando y hablando, y él, cómo no, asintiendo con la cabeza. Se entendían muy bien». Y, aunque le gustaba la playa, no era hombre de mar, sino de tierra adentro: «Cultivaba un pequeño huerto del que todos dábamos buena cuenta cuando nos traía los tomates más ricos del mundo».
Pedro Rocha (A Pontenova, 1945)
Pedro Rocha, nacido en una aldea de la ribera gallega del Eo, dedicó toda su vida profesional a la defensa del medio rural, del que procedía orgulloso. Los que lo conocían lo definen como un hombre apasionado, culto, luchador y «amigo de los nadie», como resalta su compañero Pepín Cienfuegos. Alguien que dejó una huella imborrable en Oscos-Eo. Durante una década (1985-1995), estuvo al frente del único Programa de Desarrollo Integral de Montaña llevado a cabo en España y que cambiaría para siempre la comarca, convirtiéndola en un referente del desarrollo rural a nivel nacional. «En aquellos ochenta, los Oscos eran considerados una suerte de Hurdes asturianas, aislados y abandonados de la mano de Dios y de la Administración», cuentan quienes compartieron con él afanes, mientras recuerdan cómo, recientemente, la Consejería de Sanidad del Principado calificaba la comarca Oscos-Eo como la de mejor calidad de vida de Asturias. «Un éxito de los vecinos», como siempre recalcaba Pedro. Él vivió «siempre sembrando el espíritu del desarrollo entre sus amigos, unidos al abrazo de los vecinos», como recuerda otro de sus compañeros, Félix Gordillo.
Alfonso Argüelles (Ablaña, 1934)
Alfonso Argüelles fue alcalde de Ribera de Arriba y trabajó como director de obras en la térmica de Soto de Ribera, lugar en el que ejerció hasta su jubilación. «Era una persona muy querida en el concejo, muy cariñoso y exigente para que lográsemos un porvenir», señala Ángel Alfonso Argüelles, uno de sus cuatro hijos. «Cuando éramos pequeños veraneábamos en el camping de Aranda de Duero y allí íbamos en busca de castillos. Lo hacía para que adquiriésemos cultura. Conforme pasan los años, recuerdo aún con más cariño esos momentos», cuenta. Yasí siguió su padre hasta el final. Se había trasladado a la residencia de El Cristo junto a su hija Luz María «y los fines de semana volvían a la casa que tenía en Las Segadas. Nunca la dejó sola».
Rafael del Riego (Oviedo, 1927)
El ovetense Rafael del Riego «sentía pasión por sus tres nietos y sus dos biznietos», explica la periodista Carmen del Riego, una de sus hijas. Atesoró una vida dura en la que «pasó, tras la revolución del 34, al exilio. Luego les pilló la guerra y, con su padre retenido en un campo de concentración, tuvo que atravesar andando la frontera francesa junto a mi abuela y mi tía», detalla. «Después de vivir casi dos años en un pueblo de Francia, volvieron a León y más tarde se mudaron a Oviedo, donde estudió Comercio. Allí trabajó en Mantequerías Arias y llegó a ser director financiero, hasta que trasladaron la sede central a Madrid y allí se fue y se jubiló», resume. A pesar de la distancia, «Asturias era su pasión, junto con el ajedrez (competía en torneos provinciales en el Principado) y la literatura. Hasta el último minuto mantuvo un club de lectura con unos cuantos amigos».
Erundina Eguren 'Cuca' (Gijón, 1926)
Erundina Eguren cursó estudios de profesorado mercantil, aunque nunca llegó a ejercer. Cuca, como todos la llamaban, se casó muy joven con el doctor José Luis Tinturé Miranda, con quien tuvo siete hijos. «Fue siempre un gran apoyo para su familia, una madre cariñosa y comprensiva, que se esforzó, junto con nuestro padre, en transmitirnos el valor de las cosas importantes de la vida», relatan ellos. Tenía una fuerte personalidad, además de firmes convicciones éticas y religiosas, pero, al mismo tiempo, demostraba gran serenidad, dulzura y empatía. Al quedarse viuda, asumió el timón familiar «con entereza y tesón». «Desde siempre aprendió a compaginar su condición de gijonesa y su asturianía con un profundo amor a España», destacan. «Sus nietos, que sentían por ella verdadera adoración, pudieron disfrutar de la mejor de las abuelas, por su enorme cariño y porque se implicaba en su formación. Siempre estuvo ahí para ofrecerles consejo y todo un ejemplo de vida». La suya fue una «estela que también marcó muchas otras vidas», como las de sus sobrinos Gómez de Baeza Tinturé: «Te has ido, pero tu presencia tan querida permanece. Es parte integrante de nuestras vidas. En ti nos reconocemos, en ti nos unimos. No nos alejaremos de ti y tú permanecerás a nuestro lado».
Carolina Vázquez (Bimenes, 1931)
Carolina Vázquez era dueña de «una biografía intensa, como toda la gente que vivió la guerra y la posguerra. Gentes que sacaron adelante a las siguientes generaciones sin verse reconocidas y que tienen a sus espaldas historias increíbles», cuenta su hija Amada que, como los familiares de Mario, Reme y Cándido, fallecidos a causa del coronavirus, les rinden aquí un merecido homenaje. En el caso de Carolina, la vida se le complico aún más si cabe porque «se quedó sin madre cuando tenía seis años y enseguida se puso a servir, además de perder a sus dos hermanos». Pero, a pesar de ello, esta mujer nacida en Suares (Bimenes)en 1931 y que desde hacía un año vivía en la residencia del Naranco «nunca perdió la alegría. Era muy feliz y siempre estaba cantando. Cuando no se acordaba de la letra, se la inventaba. Se quedaba ronca de tanto cantar». Allí la visitaban su hija, sus dos nietos, Alberto y Daniel, y su biznieto Lenny, que la adoraban. Y, de hecho, uno de ellos lleva su rostro tatuado en el brazo. Porque, en su juventud, «fue una mujer guapísima». Una mujer que sufrió malos tratos y que rehizo su vida como emigrante en Bélgica, «donde trabajó en una fábrica de confección y donde también era muy querida». Así que el final fue «muy triste»:«Tenía mucha vitalidad, pero este maldito virus se la llevó». Y su hija solo tuvo ocasión de despedirse por teléfono:«Le canté dos canciones de las que ella solía cantar, diciéndole todo lo que la queríamos y lo buena que había sido para todos nosotros. Que nunca hubiéramos soñado con una madre y abuela como ella. Que había sido una mujer grande, una luchadora, y que también nos enseñó a nosotros a luchar». El médico les dijo «que se le iluminó la cara» y que apenas logró susurrar que ella también les quería más que a nadie y a nada.
Mario Gónzález (Belmonte, 1927)
«Yo haré como los pájaros que, viviendo en libertad, mueren sin salir de su entorno». Esa era una de las máximas de Mario González, «un enamorado de Belmonte» de Miranda, el lugar que lo había visto nacer hacía 93 años y donde «todo el mundo lo conocía y lo quería, porque era una persona buena, sociable y amable, de esas que siempre tienen una sonrisa en la boca, siempre dispuesto a pagar un vaso de vino a quien fuera», según cuenta su nieto Mario, que le había dado un biznieto (también llamado Mario), quien, a sus tres años y medio, era la otra debilidad de este nonagenario belmontino hasta la médula que conservó la lucidez hasta el final y que «era muy apreciado no solo en Belmonte, sino también en todos los concejos de alrededor, porque trabajó toda la vida en el Registro de la Propiedad». Y, de hecho, su familia no ha dejado de recibir mensajes de aliento desde su fallecimiento en el HUCA, «más duro si cabe porque no hubo despedida». Empezando por los de sus amigos de tertulia y siguiendo por las redes sociales. Yes que Mario tenía todos los jueves comida con quienes habían sido compañeros y amigos en el Registro belmontimo, en el que también habían trabajado su padre y su hija Margarita:notarios, registradores, empleados de notaría... Todo, sin salir de su pueblo, «cultivando la huerta o estando en el prao. Allí, con su mujer, Alicia, su amor de toda la vida, era feliz».
Remedios Martínez (Gijón, 1932)
«Mi abuela Remedios, 'Reme', como la conocían en el barrio gijonés de El Coto, era una persona entrañable, bondadosa y con una vitalidad increíble. Pese a sus 87 años, se apuntaba a un bombardeo», explica su nieta Tania. «Sus hijos, nietos y biznietos siempre la recordaremos por haber sido una persona cariñosa, cercana y simpática. Gran madre y abuela». Y, con esas ganas de vivir que la caracterizaban, 'Reme' era también «una habitual de la parroquia de San Nicolás de Bari, donde, junto con su grupo de amigas, disfrutaba de las actividades que allí se ofrecían. Hasta que, el pasado agosto, su movilidad se vio reducida y pasó a ser residente del centro Jovellanos». Y, pese a este cambio, relata Tania, «ella miraba siempre al futuro con ilusión, con muchas ganas de seguir disfrutando de la vida rodeada de su familia, con quien siempre tuvo un estrecho vínculo. Mantendremos vivo su recuerdo, el de una mujer muy alegre y vital, e intentaremos que esa forma de ver la vida que ella tenía se quede para siempre en nuestros corazones», promete.
Cándido Herranz (Guadalajara, 1920)
Cándido Herranz iba a cumplir cien años este 2020 y «estaba encantado», porque también era «una persona muy vital que presumía de cumplir años». Así recuerda su única hija, Ana, a su padre, al que «su hermano llevó a la guerra antes de tener la edad»:«Le falsificó el carné y lo llevó al frente y allí cuidó de él».Hasta que, con el correr del tiempo, se hizo guardia civil y lo destinaron a Oviedo, donde «fue el peluquero del Cuerpo» y donde conoció a la que sería su mujer, Josefa, ovetense de El Cristo con la que, últimamente, vivía en la residencia del Naranco, «con un personal maravilloso». Allí iban a celebrar sus bodas de platino y allí lo visitaban sus tres nietos y sus tres biznietos, a los que ahora les resulta «increíble no tener ni un mal recuerdo suyo. Así era él». Ese era Cándido, «hablador y muy querido», explica su hija Ana, que, gracias a que la dejó elegir, pudo estudiar «en una época en la que no era muy frecuente que una mujer estudiase además de llevar la casa» y que sigue recibiendo pésames, «porque también fue presidente de una comunidad muchos años y trabajó en el Instituto Nacional del Carbón». Un hombre de una pieza, «muy honrado»:«Siempre decía que una persona vale lo que vale su palabra y la suya era para siempre. He tenido una suerte inmensa de tenerlo como padre».
Ángeles Álvarez (Candamo, 1925)
Ángeles Álvarez se trasladó a San Román de Candamo después de que sus padres emigrasen a Cuba. «Mi abuela, mi madre y mis tías se dedicaron a las labores de la tierra. Ángeles vivió prácticamente con un pulmón por culpa de la guerra», relata su sobrino, Constantino García, que cuenta que «se casó con Pepe Cuervo, de la saga que hay en Grado de cesteros de mimbre, y se fueron a vivir con Hilda, mi otra tía, a la casa familiar de San Román», apunta. «Ángeles era la pequeña y se dedicaba a las labores de la casa. Ahora vivía en la residencia de Grado», donde la recordarán como «una mujer muy buena que siempre tenía una sonrisa».
Néstor Fernández (Tapia de Casariego, 1932)
«Toda su vida la dedicó a la agricultura y a la ganadería», cuenta su hija mayor, Pili, sobre su padre, Néstor Fernández. «Era muy cariñoso con sus tres nietos», apunta sobre «un hombre muy reservado, pero, sobre todo, buena persona».
África García-Balmaseda (Madrid, 1935)
África García-Balmaseda fue catedrática de Inglés en el Instituto Jovellanos, donde ejerció como directora de 1977 a 1981. «Le gustaba viajar, era culta y muy amiga de sus amigas», destaca César, uno de sus cuatro hijos. Una mujer «muy vital pese a sus 85 años y tras haber superado un accidente muy grave. Hacía gimnasia en Talaso y recibía clases de alemán e informática. Nos hizo pasar una infancia muy feliz», recuerda.
José Luis Cuervo (Cornellana, 1948)
José Luis Cuervo 'Barraquito' vivía en la residencia de Grado. «Estuvo trabajando con un camión para Central Lechera, con su cuba de leche por Asturias y por toda España. Llevo leche hasta al Sáhara», cuenta su viuda, Ana María Álvarez. «Era un padre y marido excelente, muy amigo de sus amigos», dice, y recuerda que «le gustaba jugar al ajedrez y al dominó. Aunque su pasión era conducir, pero tuvo que dejarlo por un accidente».
Manuel López (Cornellana, 1936)
Manuel López trabajó como albañil y vivía en la residencia de mayores de Grado. Fue padre de cuatro hijos, entre ellos Antonia López, quien relata que «disfrutó muchísimo con sus siete nietos cuando eran pequeños. Como padre, era muy bueno, muy trabajador y muy inteligente. Primero trabajaba por los pueblos. Fue antes de estar fijo en Avilés y, después, en Oviedo», cuenta.
Gonzalo Cerezo (Villaviciosa, 1926)
Gonzalo Cerezo fue escritor, periodista y jefe de prensa del Instituto Nacional de Industria. Cuando se jubiló, entre otros proyectos, le llamaron para la 'Revista Española de Defensa', así que continuó escribiendo en esa y otras publicaciones. «Era una persona entrañable, muy cercana», destaca uno de sus hijos, Luis Cerezo. «Era justo, inteligente y muy abierto de mente y estaba muy pendiente de la actualidad. Resultaba muy enriquecedor hablar con él y tenía buen humor. A pesar de que había dejado Asturias, nunca perdió los lazos con la gente que conoció ni con Villaviciosa, donde nació, y Gijón, donde se crió».
Adolfina Pérez (Allande, 1935)
«Una mujer dedicada por entero a su familia». Así era Adolfina Pérez 'Delfina', natural de Pola de Allande, pero residente en La Corredoria desde hacía más de medio siglo. «Una mujer trabajadora, luchadora y con carácter», como la recuerdan sus hijos, que cuentan que la salud la había ido minando por distintos frentes, pero que ella mantenía intactos las ganas de luchar y el amor por los suyos y, especialmente, por su nietos Andrea y Diego. «Se adoraban mutuamente», explica su familia, que ya no podrá «mimarla» como solía y que reconoce que «se hace muy difícil asimilar que no habrá despedida», así que solo les queda el recuerdo imborrable:«Siempre te recordaremos como una gran madre y abuela. Allí donde estés, siempre te llegará nuestro cariño, pues en nuestros corazones vives eternamente».
María Gómez Pacios (Orense, 1924)
Nacida hace 95 años en Cerreda (Ourense), María Gómez Pacios 'Maruja' residió los últimos 65 en Sama de Langreo y su familia la recuerda como una «madre, abuela, bisabuela y amiga inolvidable». Una de esas mujeres de una pieza que «conservaba la lucidez, sociable y extrovertida, amante de divertirse cuando había cualquier fiesta» y que, «hasta los 92, vivió sola». Así que el mazazo ha sido «enorme» y el final, «muy injusto». Sus hijos, Justo y José, sus nietos y biznieto y demás familia quieren rendirle un último homenaje:«Esperamos que allá donde estés sigas disfrutando y teniendo esa vitalidad tan tuya. Has sido una guerrera toda la vida y no dudamos de que lo seguirás siendo. Te recordaremos como una madre extraordinaria, trabajadora y cariñosa, siempre pendiente de sus hijos y sacrificándose para que tuvieran lo mejor. Siempre nos quedarán esos cafés en el Pates Arriba».
Eduardo Novas (República Dominicana, 1991)
Eduardo Novas, fallecido en la UCI de HUCA y la víctima más joven del COVID-19 en Asturias, deja una mujer y una niña de diez años que era «la niña de sus ojos» y que «todavía no ha asimilado que su padre ya no está». Así lo relata desde Londres Eddy, hermano de este dominicano «lleno de planes» que llegó a Asturias junto a su familia cuando era solo un niño para labrarse un futuro más próspero que ya no podrá ser: «Incluso nos habíamos comprado un terreno en Priañes para hacer algo allí». Empleado en un bar y muy apreciado tanto por sus clientes como por la comunidad dominicana en la región, «un chaval alegre y muy humilde que se hacía querer», Eduardo padecía «una dolencia pulmonar» previa, según relata su hermano, pero nada hacía presagiar este final. «Esto es una pesadilla», se lamenta.
Tomás Gallego (Zamora, 1932)
Enamorado de su profesión estaba Tomás Gallego, fundador de Autoescuelas Tomás (toda una institución en Gijón), cuyo hijo, Miguel, cuenta que «el trabajo era su pasión. Y, de hecho, se jubiló a los 75». Eso y «la afición a la finca, donde se pasada todas las mañanas de los domingos en compañía de su hermano, al que estaba muy unido». Tomás dejaba huella: «De hecho, todavía había gente que sacó el carné con él en los años 70 u 80 que llegaban preguntando si aún estaba».
José Luis Regadera (Oviedo, 1953)
«Para mí, se ha ido un padre y un amigo. El mejor padre, marido, abuelo y amigo», intenta condensar su hijo Jorge la figura del abogado José Luis Regadera, alguien que «siempre tenía una sonrisa en la cara, siempre de buen humor»:«Era muy irónico y te sacaba una risa cada instante». Pero, además, «era detallista, generoso, siempre dándose a todo el mundo». Yasí lo han dicho también sus compañeros, que coinciden en que «llevaba la lealtad por bandera». ¿Sus pasiones?«Le gustaba mucho la naturaleza y escaparse a Mestas de Con, su pueblo. Pasear. Y el Real Oviedo, con el que sufríamos juntos y al que quería volver a ver en Primera».
Elena Figaredo (Gijón, 1953)
A Madrid fue a buscarse la vida Elena Figaredo, una mujer que, para su única hija, Loreto, era más que eso. Mucho más. «Era mi amiga, mi compañera, mi confidente, mi amiga. Todo». Y allí la encontró la muerte «demasiado pronto». Deja tras de sí una dilatada carrera tras las cámaras. Trabajando en el FICXo con los más grandes. «Ella era luz». Lo único que agradece hoy Loreto, que siempre sintió el orgullo de ser su hija, es haberle dicho miles de veces «te quiero» a quien era puro amor: «Una persona que siempre tenía abierta la puerta para todo el mundo, siempre mirando por los demás». Y, en el trabajo, «una máquina». Una mujer de esas que, «pasasen los años que pasasen, se quedaba en el corazón de los que compartieron algo con ella».
José Luis García (Bustiello, 1941)
Fue uno de los más brillantes pioneros de la antropología social y cultural en España. José Luis García, catedrático emérito de la Complutense falleció en Madrid.Le recuerda su colega María Cátedra, que destaca su «calidad y calidez humana» y «su enorme generosidad». Un hombre que, como recuerda su sobrino Marcos, «no lo tuvo nada fácil», porque se quedó huérfano de padre cuando entró a rescatar a varios compañeros tras un accidente en la mina Tarancón. A partir a ahí, José Luis, solo con su madre y cuatro hermanos, demostró que tenía «una mente brillante», becado de internado en internado, llegó hasta Munich para doctorarse cum laude en Filosofía y Letras y cursar luego Antropología y convertirse en «un académico honesto e íntegro», en «un amigo discreto y afectuoso». Pero, además, remarca su sobrino, «en una de esas bellísimas personas de las que nadie habla mal. Un enamorado de su trabajo y de su familia». En la imagen, el antropólogo –a la izquierda–, con sus colegas María Cátedra y James W. Fernández, autores del libro 'Los inicios de la antropología en Asturias. Tres testimonios autobiográficos' (2016).
Modesto García (León, 1922)
Modesto García, decano de los curas ovetenses, «disfrutaba mucho de Los Barros de Gordón, donde lo mismo trabajaba en la huerta que construía algo», el pueblo donde había nacido como el mayor de seis hermanos y donde vivió «una infancia muy dura, porque su madre murió en el parto de su hermana y luego vino la guerra», narra su sobrino Leonardo. «Así que él fue siempre la referencia familiar, un auténtico superviviente y un todoterreno» que, con el correr del tiempo, supo convertirse también en luz para la Diócesis de Oviedo. En la imagen, a la derecha, el sacerdote, con su hermana y su sobrino.
José Luis G. Novalín (Nava, 1929)
Y toda una institución en la Iglesia asturiana y testigo de excepción de varios papados, José Luis González Novalín –cuenta su primo, también José Luis– «disfrutaba mucho» de las visitas a su Tresali natal y de los paseos por Luanco, Candás o Gijón, donde vivía tras regresar de Roma este eminente teólogo, que, para José Luis, era y es su «tío Pepe», con quien compartía largas charlas y paseos. «Ya le estoy echando de menos». En la imagen, el sacerdote naveto (a la derecha), en un homenaje de la Diócesis.
Teodoro José Bragado (Villapedre, 1944)
«Fue muy consciente de sus orígenes humildes. Su padre murió cuando él tenía solo once años, así que trabajó toda su vida. Tenía devoción por mi madre», detalla Marcos, uno de los dos hijos de Teodoro Bragado. «Estuvo en Correos en Gijón a la vez que estudiaba Derecho en Oviedo. Una vez que terminó la carrera, ejerció como profesor. Después, aprobó las oposiciones para el Banco Bilbao y al Exterior. Con el tiempo y esfuerzo, ascendió a director general. Era honrado y tremendamente trabajador, además de un apasionado de la pesca y un gran aficionado del Sporting».
Margarita Menes Riesgo (Faedo, Cudillero, 1929)
Y con el fallecimiento de Margarita Menes Riesgo también «se nos va un poco más de ellos, de nuestros abuelos. Ella era el vínculo que nos unía a esa generación que ha luchado como ninguna, a esa parte de nuestra historia y nuestras raíces que no debemos ni queremos olvidar», defiende su sobrina Eva. «Estigmatizados por las penurias y atrocidades de una guerra, quizás las siguientes generaciones, con vidas más acomodadas, no hemos sido capaces de entenderles, de empatizar del todo con ellos, de darles la valía y reconocimiento que merecen. Fueron «sacrificio, fortaleza y lucha».
Manuela Bustamante (Reinosa, 1928)
Manuela Bustamante llegó a Grado en 1934, relata su sobrino, Celestino Majadas. «Allí regentó un estanco y cosía antes de trabajar en él junto a mi madre». Y, en sus ratos libres, su tía Manuela también cantaba en el coro de Grado y, después, en el de la iglesia. Otro de sus sobrinos, Roberto José Díaz, recuerda que incluso cantaban juntos cuando la visitaba en la residencia.«Era una mujer fabulosa».
Avelino Uña (Zamora, 1951)
La primera víctima de la pandemia en Asturias fue Avelino Uña, salesiano y profesor en la Fundación Masaveu. Hoy, justo hoy, 5 de abril, cumpliría 69 años. «Toda su vida y esfuerzos los ponía en el colegio. Amaba lo que hacía. Mi tío se desvivía por sus alumnos y por su familia», destaca su sobrina. «Nos quería mucho a sus cuatro sobrinos. Fue como un segundo padre para mí», relata emocionada.«De pequeños, cuando él llegaba, todo era una fiesta. Tenía una paciencia y un amor que nunca he visto en nadie. Era muy buena persona, buenísima».
Marisa Menéndez (Grado, 1950)
Marisa Menéndez residía en el centro de mayores de Grado. Era hija de Luis Menéndez Rivalla, exalcalde del concejo, y tenía seis hermanos, dos de ellos fallecidos en trágicas circunstancias:«Uno falleció atropellado. El otro se desvaneció en la mesa en Nochebuena». Es el hermano pequeño, José, quien habla. De 'Marisina' no olvida «su alegría y sus ganas de vivir. Todo Grado la conocía. Era un cielo. Siempre tenía buenas palabras para todo el mundo. Divertida y dicharachera, siempre la recordaré riendo».
Antonio Sama (Grado, 1966)
Moscón hasta la médula era Antonio Sama, un hombre que «siempre presumía de pueblo:Sama de Grado», recuerda su hermana Zaira, que lo define como «una persona especial, muy sociable. Una gran persona con amigos de todas las edades» y que, «como entrenador de fútbol que fue», disfrutaba muchísimo con un buen partido. Deja una madre y a dos hermanas que solo tienen palabras de agradecimiento para el personal sanitario.
Javier de Faes (Gijón, 1959)
Javier de Faes fue director de programas del Patronato Deportivo Municipal de Gijón. Sara Moro, su sobrina, tuvo una «conexión especial» con él por su pasión con el deporte. «Fue muy querido. Siempre amó Gijón. Lo vivió mucho con su Sporting. Era un hombre serio, pero con un sentido del humor espectacular. Un padre excepcional, muy cariñoso, un marido entregado, alguien que llenaba los espacios donde se encontraba. Un tío increíble, muy querido por sus hermanos y por todos los que le conocían».
Gerardo F. Bustillo (Oviedo, 1940)
Gerardo Fernández Bustillo era arquitecto y un hombre enamorado de su familia. Sus hijos, Jimena, Pelayo y Bárbara, tratan de asumir la pérdida mientras recuerdan todo lo que fue: «Un hermano, un marido, un padre, un abuelo, un amigo, un arquitecto, un motero, un montañero, un melómano, un artista, un asturiano humilde, afable, valiente, sincero, divertido, soñador, generoso… y, aunque todas estas palabras le hacen justicia, no son suficientes para describir la gran persona que era y el amor que tenía por su familia y su profesión. Desde pequeños nos enseñó siempre a valorar y a apreciar las cosas por nosotros mismos, haciéndonos comprender que, ante todo, uno debe asumir sus errores sin complejos, con honradez y humildad». El Círculo de Valdediós, el primer planeamiento de Gijón o El Rinconín son algunas de sus obras.
Nuestro compromiso editorial, de acuerdo con las familias, es continuar recopilando la memoria de aquellas personas de quienes apenas hemos podido despedirnos. Todas aquellas familias que quieran sumarse pueden enviarnos su foto y sus palabras a este email digital.co@elcomercio.es y por whatsapp al número 679 480 005 dirigido a la sección 'Siempre estaréis con nosotros'.
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Zigor Aldama y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Antonio Paniagua y Sara I. Belled
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