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Daniel Castaño
'La Perala', color y sangre

'La Perala', color y sangre

Emilia Gómez tiñó de color las grises calles del Xixón de los 60 con sus bailes inventados y lo imposible de su indumentaria. Pero la suya, como toda historia que se precie, también tiene claroscuros y tragedias

Jueves, 10 de mayo 2018, 00:50

Cantaba por soleares con la voz quebrada y unos ojos enormes, tan verdes como la hierba, grotescamente enmarcados por un borrón negro. Como si se hubiera embadurnado las pestañas con una piedra de carbón. Ningún gijonés que se precie de serlo ha de permitirse el lujo de no saber quién fue Emilia Gómez, aunque ya haya pasado casi medio siglo desde su muerte. Por si las moscas, pongámoslo más fácil: hablamos de 'La Perala', carisma puro y fuego en un cuerpo ajado por la miseria, osada portadora de la más variada amalgama de géneros y colores, de profesión extravagante y, para la historia reciente, uno de los personajes más recordados de Xixón.

Cantar a pesar de todo

Ella, sin embargo, no era ni asturiana. Natural de La Bañeza aunque casada en Uviéu, heredó el mote de su marido, 'El Peralu'. Cuenta Janel Cuesta que el matrimonio era lotero, que malvivían de vender la Rifa Pro Infancia y que las muchas décadas que residieron en Xixón lo hicieron ora en un sitio, ora en otro. Siempre en casas humildes, siempre tocados por la pobreza extrema; de La Coría a El Llano, de San Rafael a Pumarín. La primera referencia que encontramos en EL COMERCIO sobre Emilia Gómez, ya convertida en un personaje conocido para el lector, se retrotrae a diciembre del 1952. 'No le dieron cajón de Navidad, pero sí', se titula. Narra cómo el 25 vieron vagar a 'Peralina' por la Pescadería Municipal, sin un chapo con el que comprar para la cena de ese día. «No tengo cajonín», dijo, lastimera, a una conocida «y les perres anden con bozal». Solidarias con su necesidad, las pescadoras le prepararon, de gratis, un envoltorio con turrón, sidra y centollos y «doña Emilia, como cariñosamente se llama a La Perala, salió de la Pescadería feliz y contenta».

Primera aparicion en prensa de La Perala en EL COMERCIO 26 de diciembre de 1952.

A pesar del hambre, a la Perala le gustaba cantar y bailar y, según cuenta la leyenda, hubo un tiempo en el que no lo hizo mal. Tampoco le avergonzaba actuar y, llevada por el éxito popular, viendo que gustaban sus actuaciones espontáneas en medio de la plaza, se fue poniendo cada día un nuevo aderezo. Un collar azul, un pendiente verde, el otro rojo, la peineta, y así, poco a poco, doña Emilia se fue transformando en 'La Perala' y convirtiéndose en historia viva de aquel Xixón que fue. Estrella en la plaza de Europa, en Begoña, en Cimavilla... Allí brillaba doña Emilia, o eso creía ella, lejos de la pobreza absoluta de la chabola en que dormía.

La tragedia del once de mayo

No fue doña Emilia un personaje muy glosado por la prensa. Encontró mejor acomodo en el imaginario popular, en el recuerdo de sus paisanos y en los dichos de la calle. Pero toda regla ha de tener una excepción, y la de 'La Perala' ocurrió un once de mayo. El de 1964, concretamente. Ese día, poco después de la hora de comer, una brutal explosión golpeó la calma de los vecinos de la calle Eladio Carreño. Frente al número 11, los cristales rotos de las ventanas, fulminadas por la detonación, cayeron sobre la parte inferior de un cuerpo mutilado e irreconocible. El hombre, aseguró una vecina para EL COMERCIO, había vagado por la calle los segundos previos con los brazos cruzados sobre el pecho y un mechero, o fósforo, encendido. Entonces, el horror.

Imagen secundaria 1 - 'La Perala', color y sangre
Imagen secundaria 2 - 'La Perala', color y sangre

Fue 'La Perala' misma quien reconoció, en las escasísimas pertenencias que se conservaron sobre el maltrecho cadáver, la huella de su hijo. Paulino Rodríguez había sido, según la implacable pluma del periodista, un «desquiciado mental, bebedor indigente» que, a lo largo de sus 28 años de vida, había mostrado una particular tendencia al suicidio. Por cualquier medio: mediante un barrenazo mientras fue peón, a principios de los 60, en una cantera, y amenazaba con metérselo; o ahogándose a voluntad entre las aguas del Cantábrico. La noche anterior a su muerte lo había vuelto a intentar y las autoridades lo impidieron. Le sacaron empapado del mar, con la mano apretada muy fuerte sobre un cuchillito de deshuesar y la medalla de plata de la virgen de Contrueces colgada del cuello. Sus únicas pertenencias, las mismas que sobrevivieron a la explosión de los tres cartuchos de dinamita que él mismo, a las pocas horas, hizo estallar a escasos metros de la playa de San Lorenzo.

Puede que, al día siguiente de que todo ocurriera, 'La Perala' volviera a vestirse de faralaes, y a colgarse aros de plástico de color fosforito de las orejas, y a cantar por soleares. Porque aquella era, siempre lo fue, su estrategia para salir de la miseria con la que la vida solo había sabido obsequiarle. Ella, como a la que le dan limones amargos, ponía, a cambio, tequila y sal. Y se bebía las calles.

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