Joyas en el desván
En manos privadas o de la Iglesia, Asturias atesora colecciones bibliográficas y arqueológicas que reclaman atención del Principado
«Mi padre vivió y murió desesperado ante la desidia de los políticos», confiesa Francisco Manzanares, hijo de Joaquín Manzanares (1922-2003), quien fuera cronista oficial de Asturias y quien dedicara toda su vida a recorrer la región con ansias de arqueólogo, pateando «concejo a concejo, parroquia a parroquia (y así hasta cerca de un millar),hablando con curas, negociando con vecinos, dejándose muchísimo dinero a pesar de que tenía cinco fíos y no expoliando, como han llegado a decir», hasta lograr reunir las piezas que conforman una colección histórica de valor incalculable.
Así, durante medio siglo, «rechazando ofertas multimillonarias para vender» lo que había encontrado: auténticas joyas del patrimonio de la región que hoy conforman el magnífico 'Tabularium Artis Asturiensis', una de las mayores colecciones privadas de España. Una auténtica rareza a escala planetaria:un museo con un gran contenido, pero con un continente que deja mucho que desear.
Porque, bajo el latinajo, se escondeun archivo de arte asturiano que abarca del Paleolítico hasta finales del Barroco. Un recorrido extraordinario por la historia que languidece en los bajos de un chalé ovetense de Prau Picón, únicamente habitado por la viuda del cronista. Una anciana que, hasta hace muy poco tiempo, se ocupaba de limpiar el polvo acumulado sobre útiles neolíticos, estelas castreñas, tallas medievales que se encontraron, por ejemplo, «en un saco dentro de una panera», incensarios visigóticos, «una de las colecciones de campanas más completas de España», libros y 100.000 fotografías, además de «diapositivas que habría que digitalizar con urgencia, porque están perdiendo el color» y la pieza más importante del 'Tabularium', su piedra de toque:el ara de Augusto del Cabo Torres, de principios del siglo I.
Pero, hoy, con 93 años cumplidos, Paz Argüelles, la guardiana del 'Tabularium', «bastante tiene con cuidar de sí misma», explica su hijo Francisco. Así que el ara, «una pieza fundamental para Gijón y para toda Asturias, el primer testimonio escrito que se conserva, ya documentado en su día por Jovellanos», reposa en un rincón, apenas custodiado por unos extintores y una puerta blindada que no ofrece ninguna confianza después de décadas de tiras y aflojas entre la familia y las administraciones públicas sobre su destino, sin llegar a ningún acuerdo. «Afortunadamente, pesa casi tres toneladas».
«Lo que más me duele es que los que se dicen socialistas, que llevan treinta años en el Gobierno de Asturias, están impidiendo que la gente lo disfrute», carga Francisco Manzanares, que lanza pullas a diestro y siniestro:«En un lugar lógico y normal, todo esto llevaría cincuenta años formando parte del patrimonio del Principado, como ha pasado con otras colecciones privadas en comunidades como Cataluña, que en eso nos dan cien vueltas. Pero aquí no. Aquí es imposible. Hacen una ampliación del Museo Arqueológico y ponen una sala para tocar el piano. Yasí estamos, convertidos en la región más decadente de toda Europa».
No le vale a Manzanares hijo «la excusa de que no hay dinero: Hay dinero para lo que quieren. Como, por ejemplo, para llenar Asturias de más de cien museos y centros de interpretación a los que no va nadie, que se están cayendo o que no se han llegado a abrir».
Pero aún le indigna más «el desinterés» de Gobierno central y de los ayuntamientos:«El único político que se interesó por esto, en su día, fue Vicente Álvarez Areces, pero es que el resto, incluida la actual consejera de Cultura, ni saben lo que hay en el 'Tabularium', ni siquiera les interesa».
Así que, como hizo en su día su padre, Francisco Manzanares sufre por el futuro incierto de un legado «que, de otra forma, habría desaparecido» y que haría las delicias de los amantes de la historia y el arte:«Todavía la palmaré o pasará algo y nos pedirán responsabilidades a nosotros, que somos los únicos que hemos mirado por esto, porque, hoy por hoy, robar roba quien quiere, hasta en el Banco de España».
Pero la de Manzanares no es la única joya patrimonial que sufre el desinterés de las instituciones. Y la prueba más patente es que, en el corazón de la Catedral de Oviedo, en un escenario digno de 'El nombre de la rosa', reposan algunos tesoros de la Diócesis en condiciones precarias. Joyas bibliográficas que encierran cientos de historias apasionantes y que, en plena Guerra Civil, tuvieron que ser trasladados a los bajos del Banco Herrero.
Ya de vuelta a la Sancta Ovetensis, en el Archivo Capitular o Catedralicio nos encontramos, una mañana cualquiera, buceando entre códices, al catedrático de Filología Latina de la Universidad de Oviedo y colaborador de ELCOMERCIO Pedro Manuel Suárez-Martínez, uno de los pocos investigadores con acceso a unas estancias que dirige con pulso firme desde hace décadas Agustín Hevia Ballina y al que le cuesta aceptar las condiciones de conservación del archivo.
«¿Alguien se puede creer que unos documentos de este valor estén en estanterías como las que cualquiera puede tener en el desván?», dispara la pregunta retórica el catedrático, que también reclama «una digitalización de esos fondos», expuestos año tras año a los manos de los investigadores, aunque recuerda que «eso no exime de la conservación y preservación de algo que es patrimonio de todos los asturianos».
Asiente, a su lado, el archivero Hevia Ballina, que pone el ejemplo de colaboración del Gobierno vasco con su Iglesia, «con una aportación de un millón de euros para poner en orden sus archivos», y que accede a mostrar el documento más antiguo de los que se conservan entre los muros del templo gótico:un pergamino escrito en letra visigótica que data del año 803. «Es el testamento de una mujer llamada Fakilo en el que se describe su donación al monasterio de Santa María Magdalena de Libardón. Sobre todo, viñedos y pomaradas».
Otras últimas voluntades, las de Alfonso II (con la firma del Rey, cinco obispos, siete monjes y abades y 34 testigos), actas capitulares que arrancan en 1436, un archivo musical cuajado de valiosas partituras, credenciales que probaban la pureza de sangre o hidalguía (sin antepasados moriscos, judíos o infamados por la Inquisición a lo largo de varias generaciones) de los llamados a convertirse en canónigos o más de cien incunables son solo algunos de los documentos que conforman el archivo.
Y, brillando entre todos ellos pero oculto a las miradas de los fieles, el 'Libro de los Testamentos' o 'Liber Testamentorum Ecclesiae Ovetensis', un códice medieval que, por la alta calidad de sus miniaturas, está considerado un diamante del arte románico español y que aglutina documentos legales de la Diócesis, donaciones a la catedral, exenciones de impuestos, privilegios de la Iglesia... «Su valor es incalculable. Decir una cifra sería absurdo».
La respuesta de Agustín Hevia Ballina es casi idéntica a la de Francisco Manzanares cuando se le pregunta si no teme un episodio similar al ocurrido en la Catedral de Santiago de Compostela, que vio esfumarse su 'Códice Calixtino' en una peripecia digna de un