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Barcas en la ría de Tina Mayor.
HISTORIAS DEL CAMINO DE SANTIAGO

Santu Medé, una barca de piedra sobre las aguas de la diosa Deva

Ribadedeva es lugar mágico en el que se multiplican las historias vinculadas a la Ruta Jacobea, como la de San Emeterio, cuyos restos llegaron allí por mar

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Domingo, 26 de septiembre 2021, 17:34

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El camino jacobeo de la Costa entra en Asturias cruzando el estuario de Tina Mayor, donde las aguas mansas del Deva se dejan arrastrar hacia las bravas del Cantábrico. El nombre del río y del topónimo compuesto del municipio más oriental de la marina asturiana favorecen seguramente que esas tierras sean propicias a toda clase de sucesos mágicos y extraordinarios. Emparentada con la divinidad céltica Deva están las diversas leyendas que circulan por allí con cuélebres como protagonistas: los bufones que se abren por sus acantilados se cuenta que son los resuellos enfurecidos de esos monstruos y es muy probable que esos chorros de vapor pulverizado algo tengan que ver con la diosa de las aguas. En Ribadedeva emergen por todas partes: del mar, del río, los arroyos, manantiales y turberas. También salpicaban las labores y los días de la comunidad paleolítica que pintó en la cueva del Pindal un pez que recuerda al bonito y parece ondular la cola por la pared. Más enigmático es su vecino el Mamut y esa suerte de corazón que algunos ven en su lomo. El yacimiento se localiza en el promontorio de San Emeterio, el Santu Medé de Pimiango venerado en todo el concejo. La leyenda local defiende que sus restos, concretamente su cabeza, junto a la de su hermano Celedonio, llegó a la ermita de la que es hoy patrón por mar.

Emeterio y Celedonio, para unos vascones de Calagurris (actual Calahorra), astures cismontanos de Lancia para otros y para los santanderinos que los tienen por patronos, cántabros de pura cepa, fueron dos hermanos reclutados por las legiones de Roma. Una vez en el ejército del César se convirtieron al cristianismo y por ello acabaron decapitados. Una pareja de ángeles recogió sus cabezas, las depositó en una barca de piedra y los de Pimiango aseguran que las reliquias desembarcaron en la costa de esa parroquia. En todo caso, aunque figure en el santoral local junto a su hermano, el nombre de Celedonio se muestra diluido en el de Medé consagrado en su ermita y en la tradición popular. Al pie del santuario brota una fuente a la que se le atribuyen propiedades curativas especialmente para los huesos, como rubrica el cantar: «¡Valamé, valamé!/Mi tíu Xicu rompió un pie/y después que lu rompió/llevólu a Santu Medé!». De nuevo la presencia tácita de la diosa Deva imprimiendo su benignidad a las aguas. Hay un chascarrillo asociado al célebre gremio de los zapateros de Pimiango, los mansoleas, para explicar que tengan a los Santos Mártires con San Crispín bajo su advocación: querían contentarlos para que no dieran al mundo demasiados 'coxos' que les pudieran mermar el beneficio a pares de sus trabajos.

La leyenda de las reliquias de Pimiango contradice o en el mejor de los casos matiza la que sitúa los restos de Emeterio y Celedonio en la llamada Iglesia Baja de Santander, la del Santísimo Cristo fundada en tiempos de Alfonso II. Sus cabezas reposarían allí, tras haber sido trasladadas desde Calagurris ante el avance de los musulmanes. En el altar mayor de la catedral de Calahorra se veneran, según la tradición, los restos de sus cuerpos. La única hipótesis que podría argumentar la base del relato de Santu Medé, es que la milagrosa barca de piedra tocara tierra primero a este lado de Tinamayor y pasado un tiempo equis las reliquias de los mártires fueran llevadas por mar hasta Santander, un nombre de lugar cuya etimología remite a la importante devoción que los dos santos despertaban desde la más remota edad media: Portus Sanctorum Emeterii et Celedonii. Por muy pétreo que fuera el casco de la embarcación y estuviese pilotada por ángeles, el Cantábrico en aquellas costas puede torcer con toda su furia el rumbo de la nave más solida y tal vez le ocurrió a la expedición de las reliquias lo mismo que al emperador Carlos, que iba a pisar Castilla en Santander y una galerna lo desvió a arribar en la ría de Villaviciosa. El temporal los alejó de su destino hacia occidente y en la boca de la ría del Deva divisaron el refugio del puerto de Bustio. Luego irían a visitar el monasterio de Santa María de Tina con las reliquias y de camino, bordeando los afilados cantiles, al pie de una fuente, en una ladera del monte, levantarían una ermita para custodiar los restos de los santos hasta que llegase la hora de proseguir viaje a Cantabria. Si ya no están en Santu Medé y terminaron en Santander, al menos su influencia y su viva memoria continúan allí. El relato de la barca de piedra es una de las muchas conexiones que Ribadedeva mantiene con el Camino a Santiago, como la veneración a San Roque en Pimiango. Como el cuerpo del apóstol en el muelle de Iria Flavia, bien pudo llegar la cabeza de Medé en una barca de piedra sobre las aguas de Deva.

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