Tras las huellas de Ana García, la llobera de Posada
Inquisición. Siete lobos mansos como perros seguían a esta mujer experta en conjuros cuya historia quedó documentada en los archivos del Santo Oficio
PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Domingo, 17 de octubre 2021, 18:53
La vía jacobea de la Costa, cuando llega a la villa de Llanes, al cruzar entrarse en sus murallas, intuye el eco que dejaron los pasos de generaciones de peregrinos en su ruta a San Salvador y a Compostela. Podemos imaginárnoslos entrando en la iglesia de Santa María del Conceyu a pedir ante su altar un viaje sin sobresaltos hasta el final del camino y al pasar junto a la ermita de San Roque rememorar a los enfermos o lesionados que se acogían al hospital que existió en su mismo solar.
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Por esas viejas rúas de la puebla anduvo también buscando cobijo allá por la mitad del siglo XVII una muchacha de Posada, la famosa Ana María García 'La Llobera'. Su historia documentada en los antiguos archivos del Tribunal de la Inquisición la recogieron entre otros, el antropólogo don Julio Caro Baroja, el estudioso de nuestra tradición oral Alberto Álvarez Peña o el expresidente del Principado Juan Luis Rodríguez-Vigil en su detallado y ameno 'Bruxas, lobos e inquisición'.
Hija de Juan García y Toribia González, campesinos de escasos recursos y prole numerosa, se quedó huérfana muy pronto. Su infancia y adolescencia fue un continuo rosario de penalidades deambulando entre casas de parientes a los que servía como criada. Uno de ellos, de nombre Francisco Soga, la forzó dejándola embarazada y fue entonces cuando Ana decidió refugiarse en la villa, en casa de una prima de su madre.
Nada se sabe de si llegó a alumbrar la criatura o no, el relato que se expone en los legajos del Santo Oficio sitúa tras su huída a Llanes el encuentro en la aldea de Bricia con Catalina, una anciana de conocida fama de bruja a ambos lados del Cuera. La vieja hechicera la amparó como pupila y la instruyó en sus arcanos saberes. Entre las múltiples enseñanzas que recibió la joven, estaba la del poder para invocar lobos trazando un círculo en la tierra y hacer que la obedeciesen a su voluntad. Llegaría a tener siete en sus andanzas tras la muerte de su maestra de conjuros y hechizos. Eran de distintos colores y la seguían como una manada de perros mansos.
Ya instruida en las artes de brujería, cuidó ovejas y cabras por el Cuera, el Mazucu y la Sierra Portudera. También por las majadas del puertu de Covadonga. Bajó a la Santa Cueva como peregrina y luego se unió a las cuadrillas de pastores que trashumaban a Castilla y Extremadura por el Camín Real de Payares.
Siguió su propio rumbo por la meseta adelante y llevaba siempre cerca a sus siete lobos. Mendigaba por los pueblos y aldeas o se ofrecía a cuidar de sus rebaños. Ofrecía igualmente sus servicios de saludadora y curandera. Entre las acusaciones que se vieron en el proceso inquisitorial abierto contra ella se le atribuía el utilizar a su manada lobuna tanto para castigar a aquellos que se negaban a prestarle ayuda como para aviso de quienes dudaban de hacerlo. Parece que vagó una temporada por el valle de Alcudia y acabó en los montes de Toledo sirviendo como pastora del regidor de la ciudad imperial, don Gabriel Niño de Guzmán.
María del Cerro, la mujer del mayoral Alonso Millán, probablemente celosa de la belleza de la joven asturiana -Rodríguez-Vigil la describe «con cabellos arrubiados y rizados, la faz definida por ojos de intenso color azul, pómulos altos, nariz pequeña y tez clara o abundante de pecas»- expuesta al trato de cercanía con su marido la denunció ante el Santo Oficio.
Su pliego de acusaciones era extenso y prolijo en toda clase de detalles. En él delata su tutelaje por «cierta persona de vida tan relaxada y nefanda del concejo de Llanes» y cómo esta la aconsejó para encantar lobos y que la siguiesen. Para ello, aseguraba la denunciante, le habría ofrecido al diablo su brazo derecho y refería varios episodios en los que Ana María se habría servido de su manada para causar daños a diferentes personas.
Llevada ante el Santo Tribunal, 'La Llobera' respondió tranquila y franca a los cargos que se formulaban contra ella. Su testimonio debió resultar lo bastante convincente ante los inquisidores que la escucharon, como se deduce de la sentencia en la que se apela a «que se use con ella de misericordia atento ha confesado y dicho la verdad como consta en sus confesiones y que es una pobre mujer que ha sido engañada y promete no volver a más a ofender a Dios».
Le impusieron una pena muy leve a recibir instrucción cristiana durante cuatro meses. Se cree que luego volvió a Asturias. Aquí la fantasía verosímil podría prolongar su historia imaginando que para completar su penitencia peregrinó al Salvador y a Santiago. Y que sus siete lobos la acompañaron discretamente hasta la Serra do Caurel, donde se perdieron entre la niebla.