Pablo Díaz Stalla: «Mi sueño de niño era ser futbolista del Sporting»
Galardón. Pablo Díaz Stalla recibe la insignia de oro de la Asociación de Veteranos, «un orgullo y una alegría»
Casi 400 partidos como profesional, 338 de ellos entre Primera, Supercopa y UEFA, dos veces ganador de la Copa del Rey, integrante de una generación de ensueño salida de Mareo y compañero en el vestuario rojiblanco de varios de sus ídolos de niñez. Pero cuando Pablo Díaz Stalla echa la vista atrás para escoger uno de los días «de mayor alegría» de su trayectoria deportiva se queda con la promoción que el Sporting le ganó al Lleida. Ante 40.000 personas y otras 7.000 más viendo el partido por televisión en el Palacio de Deportes, con un ambiente «increíble», aquel equipo con Sabou, Lediakhov y Hugo 'Perico' Pérez se impuso por 3-2 en una tarde que marcó a muchos sportinguistas. «Cuando juegas una final lo haces para acabar primero o segundo. Este partido, si se perdía, suponía el descenso. Fue uno de los momentos de más tensión de mi carrera».
La elección de ese partido denota quién es y qué siente Pablo Díaz. Nacido en Buenos Aires, de muy pequeño se trasladó a Pechón, el pueblo en el que reside a sus 54 años y donde regenta el camping Las Arenas, un negocio familiar junto a la playa del mismo nombre. Desde allí empezó a soñar con jugar en el Sporting y lo consiguió, cumpliendo ocho temporadas en el primer equipo, todas en Primera, antes de marchar al Zaragoza. Todos estos méritos y su cercanía con un club que nunca ha dejado de ser su casa le han valido un reconocimiento muy especial, la insignia de oro que entrega la Asociación de Veteranos del Sporting. «Es un orgullo y una alegría. Es un premio que entregan los compañeros y la lista de galardonados está llena de nombres ilustres».
Resulta difícil pensar que aquel chico que llegaba a Mareo procedente del Llanes en el verano de 1988 visualizara todo lo que tenía por delante. «Mi primer día tuve una sensación entre extrañeza y alegría. Me llevó mi padre, me dejó allí y pasé a vivir en la residencia. Coincidíamos con el primer equipo y comíamos con ellos. Mi sueño de niño era ser futbolista del Sporting».
También fue un sueño debutar en El Molinón con victoria ante el Athletic de Bilbao de la mano de Carlos García Cuervo y marcar su primer gol como rojiblanco en el mismo escenario y ante el mismo equipo al año siguiente, con el nombre de Gijón sonando en Europa al jugar la UEFA. «Era un equipazo y también otros tiempos. El mercado de extranjeros no estaba liberado y podías competir con gente de casa. Hay una foto de esa época en la que estamos saliendo de Mareo tras entrenar siete canteranos que éramos habituales».
Los tiempos cambiaron y Pablo Díaz lo vivió desde dentro. La conversión en sociedad anónima deportiva, las malas decisiones en fichajes, el cambio de modelo en el fútbol. Un camino que acabó con un doloroso descenso a Segunda en 1998. «Esa temporada, todo lo que podía salir mal, salió mal». Al bravo lateral ya había venido antes a buscarle el Zaragoza, pero no fue hasta ese verano que se hizo la operación. El club maño tenía aún reciente la conquista de la Recopa y Óscar Celada acabó de convencerle con sus buenas palabras sobre una ciudad donde jugó seis años y, ya retirado, decidió quedarse a vivir otro seis. «Mis dos hijos son maños, nacieron allí. Conseguimos dos veces la Copa del Rey y también hubo un descenso, aunque ascendimos al año siguiente. Fue un acierto».
Por el medio de todo ese trayecto está haber formado parte de la última gran generación de Mareo, con nombres como Juanele, Manjarín, Luis Enrique, Abelardo y Tomás, y haberse enfrentado a equipos de leyenda. «El Barça de Cruyff no es que te ganara, es que te hacía 25 ocasiones. La velocidad de balón era tremenda».
Lo que duele ahora es ver a sus dos equipos en Segunda, con el Zaragoza en una situación crítica. «El Sporting no está donde debe estar. Voy poco a El Molinón, pero veo la afición y me digo: aquí algo falla». Lo que no fallaron fueron los sueños de un futbolista que llegó a Mareo siendo un niño y que se sentó en la misma mesa que Jiménez y Joaquín, sus «ídolos», para ir quemando etapas en una carrera que ahora distinguen sus propios compañeros.