Borrar
Pequeñas infamias

¿Un mundo de zánganos y abejas reinas?

Carmen Posadas

Domingo, 07 de Noviembre 2021

Tiempo de lectura: 3 min

Según el neurocientífico y antropólogo norteamericano Melvin Konner, nos encontramos ante el final de la supremacía masculina. En su libro Mujeres ante todo, Konner ofrece diversos argumentos en apoyo de tal tesis. Sostiene, por ejemplo, que el papel secundario al que las mujeres nos hemos visto sometidas durante milenios obedece, entre otros factores, a que los hombres, para transmitir su legado tanto biológico como material, necesitaban asegurarse de que sus hijos eran suyos y no de otro.

Para lograrlo, y valiéndose de su mayor fuerza física, acabaron por relegar a las mujeres al ámbito de lo doméstico y, además, les impidieron su acceso a la cultura. En su opinión, este proceso ha arruinado durante milenios la posibilidad de construir una sociedad igualitaria, menos violenta.

Según Konner, el hombre se volverá irrelevante para la procreación. No soy antropóloga, pero el mundo que propugna será aburridísimo

Apunta también que, a pesar de que los hombres son más fuertes que las mujeres, nosotras somos biológicamente superiores, vivimos más años, tenemos una mortalidad más baja en todas las edades y poseemos la capacidad de crear una nueva vida en nuestros cuerpos.

A los hombres, en cambio, y siempre según Konner, el cromosoma Y que poseen los priva de desarrollar una nueva vida dentro de sus cuerpos y es, además, al darles andrógenos, el responsable de los malos rasgos que se les atribuyen.

Dicho esto, Melvin Konner –que, según confiesa, ha recibido amenazas de muerte de algunos congéneres, que lo acusan de 'sexismo inverso' y de estigmatizar a su propio sexo– va un paso más allá en su análisis y sostiene que, a pesar de que las mujeres no pueden, al menos de momento, concebir sin la pequeña pero fundamental aportación del sexo contrario es necesario  recordar que la vida comenzó sin reproducción sexual y existen especies que consisten solo en hembras, por lo que los hombres son más o menos una ocurrencia evolutiva tardía, lo que abre la posibilidad a lo que Konner llama una inminente 'biofantasía'.

En su opinión, científicamente hablando, mezclar los genes de dos mujeres será mucho más sencillo que lograr hacer un embrión de dos hombres y luego gestarlo artificialmente. En otras palabras, y según se desprende de lo dicho, el hombre está a un paso de convertirse en irrelevante para la procreación.

Yo no soy neurocientífica ni antropóloga, tampoco escritora de best sellers científicos, de modo que no puedo rebatir sus teorías. Pero lo que sí puedo es decir que ese mundo con hombres insignificantes que propugna será aburridísimo.

Habrá quien sostenga que una sociedad hiperfemenina puede ser más compasiva y solidaria. También habrá muchas de mis congéneres que opinen que el amor y el sexo entre mujeres es menos tormentoso, más pleno e, incluso, según dicen, más satisfactorio. ¿Pero qué pasará con las que como a mí nos atraen los hombres, nos gustan sus virtudes y también sus muchos defectos? ¿Estamos en puertas de un mundo de zánganos y de abejas reinas? Con el agravante, además, de que este tipo de zánganos ni siquiera será necesario para su misión más fundamental.

Está claro que cuando un colectivo deja de cumplir su función en el orden establecido pierde también su lugar en él, pero qué quieren que les diga, me aburre mortalmente pensar en  un mundo de esas características. Y sí, estoy de acuerdo en que una sociedad liderada por mujeres posiblemente sea más compasiva y colaborativa. Económicamente, está demostrado también que el dinero que ganan las mujeres redunda más en beneficio de la familia, pero ¿qué clase de sociedad  será esa donde la mitad de la humanidad se ha vuelto prescindible?

Por fortuna –y como también apunta Konner en un rasgo redentor que le honra–, aunque ellos ya no sean necesarios para la procreación, continuará existiendo la atracción entre los sexos y siempre resultará más divertido encargar un bebé por el método tradicional que fabricarlo en un laboratorio.

En un brindis a la corrección política imperante, Konner se ve obligado a precisar también que con sus teorías no pretende en absoluto violentar a personas que no encajan en las categorías masculinas y femeninas. «Al fin y al cabo –añade–, la variedad hace más interesante la vida». «¡Viva la diferencia!», exclama enfático, y es prácticamente en lo único en lo que estoy de acuerdo con él. Que viva, y que su profecía no se cumpla, al menos no durante una temporadita.