Jueves, 27 de Noviembre 2025, 12:53h
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Son días de aniversarios redondos, pretexto más o menos consabido para hacer memoria. A esta cada cual se aproxima como más le conviene, velando alguna que otra cosa que va en desdoro de sus querencias y subrayando cuanto pueda correr en menoscabo de otro, en especial si se trata de algún adversario. Otra técnica que abona la conveniencia es el revoltijo: mézclense unas infamias con otras, déseles el mismo peso y así aliviamos el que nos corresponde acarrear cual costaleros. Quien crea estar libre de ese pecado es que no examina mucho su propia inercia. A todos nos lleva ahí, es una salida confortable. La memoria auténtica, sin embargo, tiene más de estar incómodo, de discernir unos atropellos de otros, de sentir el grito de cada víctima, el aliento ominoso de cada verdugo. No es confort, sino alarma.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Cada historia en su balda
Cambiaba el siglo la mañana que la juez de primera instancia e instrucción de un pueblo de Bizkaia dedicó un rato a enseñarme su juzgado. Unas baldas, dos o tres, fueron obviadas en su exhaustivo recorrido, así que le pregunté de qué trataban aquellos expedientes. Eran las denuncias por torturas policiales. Me lancé sobre aquellas carpetas y recorrí las que pude. Llegué a dos conclusiones: una, en todas, el denunciante había sido reconocido por el forense que había certificado que no había signos físicos de ningún tipo, lo que corroboraba la opinión de que, en ese tema, los detenidos próximos a ETA estaban instruidos para denunciar haber sufrido torturas. La otra conclusión fue que, a pesar de que el sistema funcionaba, era muy probable que, entre tanta utilización espuria del derecho a denunciar, hubiesen pasado desapercibidas infracciones de los derechos humanos. Cada historia debe estar en su balda para ser leída. Mezclar la Guerra Civil, la dictadura, el terrorismo, la persecución y la tortura, como hizo el lehendakari el Día de la Memoria, no ayuda.
Teresa Rivera. Urduliz (Bizkaia)
Galicia: la cenicienta olvidada
Resulta descorazonador el olvido en que cayó Galicia al final del verano. Las críticas a la gestión de los incendios forestales en los medios se centraron en Castilla y León. ¿Se olvidan de Galicia? Eso parece. Aquí también fue lamentable lo acontecido este verano. No el hecho de que el fuego arrasara varias aldeas y 171.000 hectáreas de montes. Tampoco que un solo incendio quemase 32.000 hectáreas de una embestida. El problema es que esto es reiterativo desde hace mucho. En 1989, 2006, 2017 y 2022 los incendios también fueron catastróficos. Estamos tan acostumbrados a estos desastres como a las mareas negras de las que tuvimos cinco grandes, que ya nadie recuerda. Y tendrá que cambiar mucho la planificación, si algún día la hubo, para que cambien las cosas. Entretanto, Galicia seguirá siendo la eterna olvidada y nuestros montes y rías seguirán escuchando: «Reconocemos alguna deficiencia en el dispositivo».
Santiago Bas López. Pontevedra
El sentido de la vida
Escuché a un joven: «Aunque es sábado, hoy no hay fútbol y me siento vacío». La frase, ligera en apariencia, parece revelar algo más profundo: confundir ocupar las horas con llenar la vida. Corremos el riesgo de vivir de manera superficial, mecánica, masificada, aturdida o con vacío interior. Las horas se consumen entre rutinas y distracciones: trabajo, pantallas, consumo, deportes... Todo eso ocupa, pero rara vez colma. Estar entretenido no equivale a estar pleno. Llenar la vida es otra cosa: descubrir un propósito que trascienda el yo, cultivar el espíritu y el conocimiento interior, abrirse al arte, la naturaleza y el silencio. Es cuidar de otros, reforzar lazos y comprometerse: hacer felices a los demás. El tiempo pasa; el sentido lo ponemos nosotros.
Fernando Serrano. Eibar (Gipuzkoa)
LA CARTA DE LA SEMANA
60 postales
Hoy he recibido una postal de Navidad». Así empezaba una carta de XLSemanal hace diez años… Agradecía en ella a mi amiga Marta que me mandara año tras año una postal de Navidad, como antiguamente, con sobre, sello… Algunos no habrán tenido esa experiencia en estos tiempos que corren, seguro. Resulta que hace poco he vuelto a ver a mi amiga en una reunión de antiguos alumnos. Hacía años que no nos veíamos. Recordó ella la carta que escribí. Me confesó que, por entonces, estaba pensando en dejar de escribir postales. Que, total, casi nadie le agradecía ni le contestaba. Pero que esa carta le dio ánimos otra vez y que, gracias a ella, sigue con la costumbre de mandar postales todas las Navidades. Y que tiene el recorte de la carta que yo le mandé, por correo como no podía ser menos, enmarcada en su despacho. Y se me ocurrió que debía escribir otra vez para contar cómo había ido la historia de las postales. Para valorar cómo el poder de una nota impresa había motivado un cambio y que, gracias a ella, seguía Marta mandando las, ni más ni menos, que 60 postales todas las Navidades. Para cerrar el círculo…
Helena Gómez. Pamplona
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