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ANUARIO 2020: En el frente de batalla contra el virus
ANUARIO 2020

En el frente de batalla contra el virus

Profesionales de la sanidad ·

Trabajaron y trabajan con coraje, miedo y preocupación en primera línea. A la sociedad le piden responsabilidad para poner fin a la pandemia

Miércoles, 30 de diciembre 2020, 13:02

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Miedo, expectación y preocupación. Estas fueron algunas de las sensaciones de los profesionales sanitarios ante un virus «desconocido». La falta de Equipos de Protección Individual (EPI) debido a la escasez a mundial al principio de la primera ola, así como la carencia de personal sanitario, mayoritariamente médicos y enfermeras, fueron dos de los puntos débiles en la lucha contra la covid. A esto se sumó la elevada presión hospitalaria. Profesionales de todas las especialidades atendieron a pacientes covid y se produjo movilidad tanto obligada como voluntaria. El esfuerzo fue total. La implicación, también. Tampoco faltaron las protestas, concentraciones y huelgas, esta última de los facultativos contra el Real Decreto Ley 29/2020. Ni reconocimientos, empezando por los aplausos de la ciudadanía a las ocho de la tarde en la primera ola y terminando por el Premio Princesa de Asturias a la Concordia.

Fue un año duro. En los hospitales asturianos se atendieron a más de 4.000 pacientes covid, de los que más de 300 tuvieron que ser ingresados en las UCI. Se instalaron dispositivos adicionales como el hospital provisional del recinto ferial Luis Adaro de Gijón o el Credine de Langreo y se reorganizaron espacios para conseguir más camas, sobre todo, para críticos. Pese al agotamiento, los profesionales de la sanidad se armaron de coraje y salieron adelante. El 24 de febrero, Transinsa efectuaba el primero de sus traslados al HUCA de los más de 15.000 realizados tanto de pacientes que terminaron por dar positivo como de casos sospechosos. Cinco días después, se certificaba el primer caso en la región: el escritor Luis Sepúlveda, que luchó en la UCI hasta su muerte, el 16 de abril.

Begoña Martínez era directora general de Transinsa y falleció víctima de un cáncer el 8 de mayo. Luchó para paliar el dolor de los demás hasta el último minuto. También lo hicieron los técnicos de emergencias sanitarias que llegaban hasta la puerta de la última casa para atender a los afectados. Uno de ellos fue Pablo Corzo. Participó en los dos primeros traslados y en muchos más. «Lo viví mal, siempre estábamos pensando que nos podía pasar algo. Empezábamos a trabajar por la mañana hasta el día siguiente», recuerda.

Atención Primaria ejerció como dique de contención. El coronavirus obligó a cambiar el modelo de atención para priorizar la telefónica. Un cambio que no fue plato de gusto ni para usuarios, que escuchaban el teléfono comunicando por el colapso en las líneas, ni para los profesionales. Los médicos llegaron a atender una media de más de 80 pacientes entre consultas telefónicas, presenciales y domicilios.

Todos dieron y siguen dando lo mejor de sí mismos. Y ninguno se siente un héroe, porque «este es nuestro trabajo». No piden aplausos, solo «responsabilidad a todos» para salir de ésta.

«La noche del 29 de febrero marcó mi vida para siempre»

Noelia López, técnico de Cuidados Auxiliares de Enfermería en el HUCA. José Vallina

El primer paciente covid hospitalizado ingresó el 29 de febrero. Noelia López, auxiliar de enfermería del HUCA, fue una de las encargadas de su atención esa jornada junto con el resto del equipo. «La noche del 29 de febrero marcó mi vida para siempre», recuerda. Ya en los días previos comentaba con sus compañeras con preocupación cómo se enfrentarían a la covid. «No pensábamos que ese día llegaría a Asturias. La UCI 7 estaba preparada por si surgía algún caso, pero el personal no estaba formado para atender tal situación (sobre los EPI, formación en limpieza de material...)». No olvida los nervios que sintió, «la desinformación ante cómo actuar y el miedo al contagio». Todo ello desencadenó «una jornada con mucha angustia y alguna que otra lágrima».

La situación general «fue tensa y caótica. El material, como las mascarillas, se agotaba, surgían dudas sobre cómo limpiar los elementos de protección... De hecho a mí la lejía terminó por producirme una irritación en el cuero cabelludo», explica. Pero salieron adelante. Para ella la clave fue el trabajo en equipo del que extrajo un gran aprendizaje. A partir de ese día, «y de nuestras quejas, que hay que decirlo», se crean protocolos y se forma al personal. «Fueron y están siendo meses muy duros, pero tengo esperanza que con la vacuna la situación mejore», expresa y lanza un mensaje de ánimo a todo el personal de la sanidad. A la sociedad le pide que cumpla las medidas para ganar esta batalla.

«Al principio decían que no iba a ser nada y vimos otra realidad»

José Antonio Méndez, adjunto del Servicio de Urgencias del Hospital Universitario de Cabueñes. Carolina Santos

«Estamos viviendo la pandemia con bastante inquietud, con incertidumbre y preocupación, y algunas veces con miedo». José Antonio Méndez, médico, adjunto de Urgencias de Cabueñes aún recuerda como «al principio decían que no iba a ser nada y pronto vimos otra realidad. Vimos cosas que nos asustaban: a gente joven enferma, cómo esto ponía aún más de manifiesto la fragilidad de nuestros ancianos, la vulnerabilidad de todas las personas que nos rodeaban... Incluso la nuestra». Méndez explica que cada día que acude al trabajo no sabe lo que va a deparar, ni para bien ni para mal.

A nivel administrativo y de organización, «pienso que se fue por detrás del virus. Las cosas hay que hacerlas antes y si surge la necesidad ya están hechas». Los momentos más tensos en Cabueñes se vivieron «con alguna aglomeración, sobre todo, aquel día negro en el que había pacientes que llevaban 48 horas sin ingresar porque no teníamos plantas disponibles».

Al otro lado, rememora con emoción el primer alta: «Fue un logro, una puerta a la esperanza, vimos que de esto se podía salir». Después de todo lo vivido y de cara al futuro desea transmitir dos mensajes a la población: el primero, de esperanza: «Tenemos las vacunas a la vuelta de la esquina», y, el segundo, responsabilidad: «Porque solo con la implicación de todos saldremos de la pandemia».

«Existe algo que mata a la gente, a la sociedad le pido prudencia»

María Iglesias, celadora en el Servicio de Urgencias del Hospital Valle del Nalón. Juan Carlos Román

La celadora María Iglesias es tajante: «Existe algo, llámese covid o como se llame, que mata a la gente. A la sociedad y, en concreto a los que no se den cuenta, les pido prudencia». Iglesias trabaja en el Servicio de Urgencias del Hospital Valle del Nalón y sus peores momentos fueron «cuando veía a los pacientes intubados, cuando los afectados empezaban a morir y morían solos». En el Valle del Nalón asegura que no hubo falta de EPI aunque reconoce que al principio «estaban más racionados debido a la escasez mundial».

La crisis sanitaria cambió también el modo de trabajar de los celadores, pero señala que lo está viviendo «con mucha tranquilidad, prudencia y sin ningún miedo». «Mi trato antes era de buenos días, señor o señora. Les indicaba a qué ventanilla tenía que ir y listo. Ahora tenemos que preguntarle si tiene fiebre, tos o si tuvo contacto con algún caso positivo y, si dicen que sí, avisar inmediatamente, porque, entre otras cosas, los profesionales que lo atienden tienen que ponerse otra ropa».

Iglesias cuenta en algunos casos se dan «situaciones violentas: la gran mayoría de las personas son educadas, pero otras no, y algunas están muy muy asustadas». Los mayores, detalla, «me miran con ojos de terror y me preguntan '¿hay mucho bicho, hija?'. Creen que entran en el hospital y se van a morir sin poder estar acompañados por ningún familiar».

«En el laboratorio llegamos a hacer hasta 5.000 PCR diarias»

Fernando Vázquez, jefe del Servicio de Microbiología del HUCA Mario Rojas

Si Fernando Vázquez tuviese que resumir las dos olas utilizaría dos conceptos: incertidumbre, en la primera, y complejidad (por la suma de ingresos de pacientes no covid), en la segunda. El jefe del Servicio de Microbiología del HUCA recuerda que «al principio no sospechábamos que estaríamos en medio de una pandemia tan rápido». Cuando apareció el nuevo virus en China ya estaban alerta. «En una semana diseñamos los reactivos para la PCR esperando que pudiese llegarnos algún caso». Y llegó. De cientos de pruebas, al inicio, «en el laboratorio llegamos a hacer hasta 5.000 PCR diarias, gracias al robot donado por el Banco Santander y a los aparatos propios».

Además de las PCR llevaron a cabo los estudios de seroprevalencia. Todo a la vez. Los cribados en los geriátricos y los contagios en el laboratorio de Cabueñes fueron fechas en las que se alcanzaron las 5.000 PCR. Vázquez destaca la coordinación con los Servicios Centrales del Sespa y con la gerencia del HUCA, para que no hubiese desabastecimiento y para conseguir espacios ante el volumen de muestras recibidas. La experiencia, formación, el aumento de personal, el cambio en los flujos de trabajo así como disponer de un laboratorio propio dotado de aparataje fueron algunos de sus mejores aliados. Aún en los momentos más críticos, los resultados de pruebas y diferentes test llegan entre las cuatro y las seis horas.

«Esto es real, la gente se muere y también fallecen jóvenes»

Montserrat Camino, enfermera en planta covid Hospital San Agustín Marieta

La covid no entiende ni de edades ni de géneros. Lo sabe bien Montserrat Camino, que trabaja como enfermera en una planta covid del Hospital San Agustín: «Esto es real, la gente se muere y también fallecen jóvenes». Vivió marzo con mucho miedo porque «no se sabía muy bien cómo se propagaba el virus, todo lo que había que hacer... Estaba todo en pañales». Pese a enfrentarse a lo desconocido y pese al agotamiento tras todos estos meses de intenso trabajo han salido adelante y «el equipo de profesionales está más unido que nunca».

El coronavirus no afectó solo a su trabajo, también a su vida personal. A Camino le supuso dejar de compartir habitación con su marido, al igual que hicieron sus compañeras. «Tenía miedo contagiarle a él y en ese tiempo tampoco pisé la casa de mi madre», cuenta. Entre las vivencias de esos primeros meses, guarda con especial cariño recuerdos de los residentes de geriátricos: «Nos llamaba y nos llama mucho la atención cómo señoras de 90 años nos miran y no se extrañan de vernos así vestidas. Se hacen a todo, pero no a la tristeza de no poder estar acompañados por sus familiares. Eso es muy duro y también cuando ves a alguien de mediana edad con miedo cuando tienen que ser traslados a la UCI porque algo no va bien», lamenta.

También hubo y hay momentos para la alegría, como el día que le dieron el alta a la primera mujer centenaria que se curó: «Fue maravilloso».

«El aplauso de las ocho fue una de las cosas que más me emocionó»

Alfonso García-Viejo, médico de familia del centro de salud de La Calzada A García

Alfonso García-Viejo es médico de familia del centro de salud de La Calzada. Entre todas las vivencias que recuerda, destaca «el aplauso de las ocho de la tarde, donde incluso la policía con sus sirenas iban a apoyar a los sanitarios. Fue una de las cosas que más me emocionó en la primera ola». Pero no fue el único momento que guarda con cariño. También, subraya, «la valentía y la generosidad de todos los que dieron la cara».

Sin embargo, hubo también malos momentos. Para García-Viejo el peor fue «cuando me di cuenta que muchos de nuestros dirigentes políticos iban a seguir anteponiendo sus intereses partidistas al interés general de los ciudadanos, y al acuerdo con otros partidos para el buen gobierno.Esto iba a complicar mucho la pandemia». También fueron duros los comienzos. Reconoce haber vivido la crisis con «mucha incertidumbre al principio y con sensación de inseguridad». Esto último, explica, por culpa de la «falta de material, de protocolos específicos y de directrices claras».

Después de una primera y una segunda oleada, de los millares de contagios, de haber superado también el millar de fallecidos en la región y con vistas al futuro, García-Viejo pide a los ciudadanos «concienciación». Este mensaje lo dirige a toda la población, indica, para seguir adelante. «Todos tenemos que arrimar el hombro, nosotros desde la Sanidad los primeros, claro, pero es cosa de todos».

«Confío en la vacuna y en que podamos vivir como antes»

Yolanda del Moral, limpiadora del Hospital Valle del Nalón J. C. Román

«Confío en la vacuna y que gracias a ella podamos volver a vivir como antes». Yolanda del Moral forma parte del servicio de limpieza del Hospital Valle del Nalón desde hace cinco años y no recuerda una situación parecida: «Cuando el ébola llegó a España recibimos preparación por si llegaba algún caso, que al final no hubo, así que nada que ver». Reconoce que al principio sintió mucho miedo porque «era todo nuevo y por todas las muertes que se estaban produciendo». Pero la situación llevó a que tras vivir momentos duros el equipo del servicio de limpieza del que forma parte se uniera más.

En lo negativo, «lo que más me marcó fue ver la soledad de los pacientes, ver a la gente ingresada, mal, muriéndose y sin poder despedirse de sus familiares», recuerda. Su vida personal también cambió. «Tengo muchísimo miedo a contagiar a mi familia, llevo casi un mes sin ir a ver a mis padres, que son personas de riesgo. Voy de casa al hospital y no tengo vida social para nada», relata.

Yolanda resalta el papel fundamental del servicio de limpieza: «Imagínate un quirófano sin limpiar, no se podría operar. Si la limpieza falla, el hospital se paraliza».

Y para que todo esto cambie tiene claro que la sociedad debe ser consciente de lo que estamos viviendo. «Pido por favor que no se relajen, que no bajen la guardia, la gente se muere».

«Intentamos atender a todos, pero no hay horas en el día»

Emma González, auxiliar administrativo del centro de salud de La Felguera J. C. Román

«Estamos desbordados por completo, el trabajo no es el mismo que antes y creo que ya no va a ser igual», explica Emma González. Trabaja como auxiliar administrativo en el centro de salud de La Felguera. «Intentamos atender a todos, pero no hay horas en el día. No es que no cojamos el teléfono, comunica porque no para de sonar», indica. González lleva 30 años trabajando en el Servicio de Salud del Principado. Recuerda cómo los primeros meses no fue tanto trabajo como ahora. En la primera ola, un compañero dio positivo en la prueba de la covid y hubo que reorganizarse, señala. «Tuvo que hacer cuarentena 14 días, acudimos administrativos de varios centros de salud para ayudarnos entre nosotros», explica.

«Ahora tengo impotencia por querer ayudar a todo el mundo y seguir con el ritmo de trabajo de siempre, pero no puedo. Llego a casa con la sensación de que no llegué», lamenta. Asegura que el 'call center' funciona bien: «Gestionan las llamadas que no podemos atender nosotros y tienen una agenda específica en la que apuntan pacientes que piden cita para la vacuna de la gripe y la receta electrónica. Tienen otra además para aquellos que no pueden ser demorables».

González pide que tanto en los centros sanitarios como en todos los ámbitos, los ciudadanos cumplan con las medidas impuestas: mascarilla, distancia social e higiene de manos.

«Nunca cerramos el centro, priorizamos lo presencial»

Julieta Gisela Bel, coordinadora de Enfermería Natahoyo-Tremañes J. C. Tuero

La covid obligó a los centros sanitarios a adoptar medidas y a los profesionales a cambiar el modelo de atención siendo, sobre todo, telefónica. «Nosotros nunca cerramos el centro, priorizamos lo presencial con una buena organización de triajes telefónicos y organización del equipo tanto médico como de enfermería». Julieta Gisela Bel es coordinadora de Enfermería de Natahoyo-Tremañes. Para ella, «todos los días son duros, no sabemos a lo que nos enfrentamos cada jornada». La covid obligó también a que se externalizase la campaña de vacunación antigripal lo que «ha supuesto una sobrecarga de los compañeros que se quedaban en el centro», señala.

La primera ola fue dura, en verano aflojó un poco la presión, pero el comienzo de la segunda fase –tanto de la pandemia como del estudio de seroprevalencia– así como la vacunación de la gripe hizo que «el primer mes después de las vacaciones nuestro agotamiento se hiciera nuevamente patente». Pero continúan «al pie del cañón velando por la seguridad de los pacientes», asegura. Pide que se cumplan las medidas y que se cuide a nuestros mayores. «Si los perdemos, lo hacemos para siempre».

Entre sus anécdotas: un niño de seis años en una consulta de alimentación sana que le dijo «si un chino que come un murciélago monta lo que montó... Se les podía enseñar buena alimentación y se arreglaba el problema». Julieta le explicó, claro, que no están fácil.

«Esto no es broma, pero cuento con que saldremos adelante»

Victoria Cuesta, personal de servicios del Hospital Valle del Nalón J. C. Román

Atajar los contagios por la covid depende de toda la población. «Esto no es ninguna broma, pero cuento con que saldremos todos adelante», señala Victoria Cuesta, que trabaja como personal de servicios del Hospital delValle del Nalón desde 1999. Además de la tensión, los nervios y la ansiedad que le generó trabajar en primera línea durante la pandemia, destaca que lo más duro fue, está siendo, no poder ver a la familia.

Cuesta recuerda la primera ola «más light», aunque también con más problemas de abastecimiento: «Una mascarilla en un principio tenía que durar unos cuantos días». En la segunda fase, detalla, «el hospital está más lleno, el Valle del Nalón está bastante castigado porque nuestra población es mayor y muchos trabajaron en la mina. Cinco plantas para contagiados ha llegado a haber».

Victoria también tiene palabras de reconocimiento a sus compañeros de servicios sanitarios, porque «todos formamos parte de la cadena» y si falla uno fallan todos. «A los pacientes, además de curarles, tienes que darles de comer, de desayunar, de cenar...». Su trabajo está en las cocinas, los comedores de los médicos, en los almacenes, las despensas o en los servicios de lencería. «Si tenemos que lavar los platos en el lavavajillas, los de covid se pasan primero por agua y lejía». Todo esto «supone un exceso de trabajo unido a la escasez de personal, el estrés y la ansiedad. Al final, una bomba de relojería».

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