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Jesús Viña junto a sus hijos, Marta, Chus e Inmay su mujer Marta, tras el mostradorde su local. L. L. P.

Viña cierra tras 67 años endulzando Castrillón

Jubilación. El negocio familiar, fundado por Jesús Viña Cadenas, baja la persiana tras una vida dedicada a la respostería

Lucía López Pérez

Castrillón

Domingo, 18 de mayo 2025, 02:00

Por el mostrador de la pastelería Viña han pasado tantos dulces como historias. A lo largo de estos 67 años el negocio familiar de la calle Alcalde José Fernandín de Piedras Blancas ha sido el lugar de referencia para endulzar las sobremesas, los cumpleaños, las navidades y los eventos importantes de muchos vecinos durante generaciones.

La jubilación de Jesús Viña no solo deja un local cerrado sino también una cierta sensación de orfandad entre quienes han cruzado sus puertas y el recuerdo de un negocio que forma parte de la historia colectiva de Castrillón.

Viña no sólo heredó el nombre y apellido de su padre, Jesús Viña Cadena, quien fundó en Venezuela los pilares de lo que posteriormente sería su negocio bajo el nombre de 'Pastelería Iberia', sino que también adquirió desde la infancia la pasión por la confitería, la cual inculcaría posteriormente a sus hijos Inma, Chus y Marta.

Jesús Viña, al igual que sus hijos, se crió tras el mostrador de la pastelería, que en sus inicios se ubicaba junto a las escuelas que actualmente ocupa el colegio Infanta Leonor. «Ahí estuvieron 20 años, desde el 58 hasta el 78, hasta que construyeron este edificio y se mudaron a esta pastelería que era más grande», explica Chus Viña, tercera generación de pasteleros.

Su mudanza a la calle José Fernandín llegó acompañada, además, de la creación de una cafetería dentro del propio local, que en 1994 pasó a manos de Jesús tras la jubilación de su padre y que regentó junto a su mujer, Marta Rodríguez, hasta 1999, año en el que nació su tercera hija, Marta. «Desde pequeños pasábamos aquí las tardes y todos los días. Los festivos siempre tocaba ayudar, Semana Santa, verano, Navidades… y poco a poco vas viendo el negocio. Aprendes jugando más que por obligación», señala Chus, quien con 14 años comenzó a adquirir tablas en el negocio despachando a los clientes tras el mostrador.

Sus palabras las suscriben su hermana Inma, quien «ponía cafés» y «jugaba a despachar pasteles con los azucarillos». Y su hermana Marta, quien recuerda que «jugábamos aquí a hacer hojaldre». Posteriormente el juego pasó a convertirse en el día a día de trabajo. «Luego dejamos de jugar cuando era una obligación y había que venir a ayudar los fines de semana. Pasábamos aquí la vida y a casa íbamos sólo a dormir», señala.

A lo largo de estos años la familia ha visto evolucionar no solo a los clientes, muchos de ellos hijos y nietos de aquellos que iban a comprar al primer local que tuvieron, sino que también han sido testigos del crecimiento de un pueblo que «eran dos calles, esta y la general. Donde nos pusimos junto a las escuelas no estaba ni asfaltada», según recuerda Jesús.

Historia viva

El cierre ha supuesto «una sorpresa» para clientes y vecinos y un punto y a parte en la historia del concejo. «Es un negocio muy agradecido. La clientela fue muy fiel y muy agradecida y nosotros también lo estamos con ellos», señala Jesús entre la alegría de tener un merecido descanso y la pena de dejar atrás toda una vida.

En el escaparate en el que durante estos años se han expuesto roscones, empanadas, bombones, barras de pan y bollos de pascua, un cartel anuncia ahora que el negocio ha cerrado sus puertas por jubilación. Junto a él, una carta dirigida a los clientes y vecinos que a diario han pasado por el local agradece el calor y la cercanía de estos años.

«Queremos dar las gracias, con todo nuestro cariño, a cada vecino, cliente, amigo, a los trabajadores que pasaron por aquí, a los viajantes, a los proveedores, a los que esperaban en la cola con paciencia, a los que venían cada semana sin falta y los que se acercaban por primera vez por curiosidad», reza la carta.

Aunque las puertas del negocio permanezcan cerradas, Chus deja una pequeña ventana abierta al futuro, ya que «la idea era seguir pero mis circunstancias personales ahora mismo no me permiten estar en Asturias. Cuando pueda regresar, la idea es reabrir». Las persianas seguirán bajadas por el momento, aunque los recuerdos de estos 67 años han logrado extenderse más allá de las cuatro paredes del local.

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