Cuando la CIA espió en Asturias
La inteligencia norteamericana y sus topos trabajaron activamente en Asturias tras la Guerra Civil. Aquellos informes han sido desclasificados ahora
En 1984, la CIA se preocupó por uno de los episodios más sórdidos de nuestra historia reciente y un documento desclasificado apunta a que el entonces presidente Felipe González sería el famoso «señor X» de los GAL, el «grupo de mercenarios» que practicó la llamada guerra sucia contra ETA, tal y como consta en ese informe de los servicios secretos estadounidenses que afirma que González orquestó el terrorismo de Estado en aquellos convulsos años en los que sus cloacas apestaban.
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Pero no fue la primera ni la única vez que la CIA envió agentes a España para husmear en sus asuntos internos y saber de primera mano qué peligros acechaban desde el viejo continente, sino que, casi cuarenta años antes, ya había infiltrado a sus topos en la guerrilla asturiana.
Así lo demuestra otro de sus documentos desclasificados. Un informe confidencial de tres páginas que la agencia encabezó con el epígrafe 'Communist guerrillas in Asturias' y fechado el 2 de diciembre de 1948, en pleno invierno de posguerra europea, cuando los servicios de inteligencia de unos Estados Unidos inmersos en la guerra fría vigilaron de cerca a aquellos luchadores que siguieron con su batalla desesperada por la libertad y la democracia echándose al monte. «Hard life», anota la CIA.
Algunas claves
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Confidencial El informe de tres páginas está fechado el 2 de diciembre de 1948.
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Armas y municiones Hace inventario del arsenal de los guerrilleros, con granadas que no explotaban y munición que podía comprarse fácilmente al enemigo a cambio de oro.
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Apoyos La CIA constata que el dinero del Partido Comunista nunca llegaba, pero que, en cambio, sus líderes en el exilio francés sí demandanban fondos de la guerrilla. Que el maquis necesitaban perentoriamente armas y munición y que «la moral estaba muy baja».
Unos papeles en los que aún aparecen tachados los nombres de los informantes infiltrados en el maquis para protegerlos a ellos y a sus familias, pero que son tan detallados que incluso llegan a hacer inventario de las armas que poseían los movimientos asturianos de la insurgencia comunista y socialista, lo que da fe del buen hacer de aquellos espías yanquis que consiguieron colarse hasta el tuétano de la resistencia antifascista.
Grupos que contaban entonces con una ametralladora Parabellum y un subfusil «naranjero». Un arsenal, en todo caso, más bien exiguo, porque, aunque el informe de los agentes encubiertos señala que todos los guerrilleros portaban fusiles «del tipo usado en la Guerra Civil española» y que cada uno tenía «una pistola y dos o tres granadas», también añade que estas últimas eran «defectuosas»: «La mayoría de ellas no explotan cuando se lanzan». Y, en cuanto a la munición, «se obtenía fácilmente de las tropas de Franco si el pago se hacía en oro».
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Un panorama ciertamente desolador minado por las estrecheces y los recelos. Y la prueba es que el documento comienza hablando de una purga ordenada por Enrique Líster –el histórico comunista entonces exiliado en Francia, desde donde llevaba a cabo tareas de organización y encuadramiento de los guerrilleros– contra algunos de los suyos que discrepaban de sus directrices. Estos –dice la CIA– «fueron enviados a España, donde los capturaron o los mataron».
Otros nombres propios de los jefes guerrilleros que operaban sobre el terreno y que aparecen en este informe minucioso –pero también cuajado de inexactitudes– son los de «Manolín Fernández, 'El Peque'», que tenía «ocho guerrillas bajo su mando», y«Aladino Suárez, 'Eldrake', de 29 años y del pueblo de Santa Bárbara», que comandaba «seis guerrillas en Peña Mea», una ubicación que la CIA reseña como «no localizada (not located)».
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Y, junto a ellos, tenía 'fichados' con sus estaturas y complexiones físicas a Andrés Llaneza, 'El Gitano', que lideraba «un grupo de cinco guerrillas cerca de Mieres» –anota–;«Canol (por Canor) Fernández», con «tres guerrillas bajo su mando en el Monte Sebares» (de nuevo «no localizado»), y Marcelino Fernández, «el jefe de las organizaciones clandestinas en los alrededores de Cangas de Onís».
Pero, sobre todos ellos, en el punto de mira de los servicios secretos estaba el lavianés Manolo Díaz González, 'Caxigal', a quien califican de «líder supremo del Partido Comunista y el movimiento guerrillero en Asturias». Porque tanto Manolo como su hermano Aurelio, cuyos familiares fueron torturados y asesinados, habían huido a Peñamayor, un territorio que «conocían como la palma de la mano», convirtiéndose en «dos de las figuras más populares de la resistencia armada contra la dictadura franquista en Asturias», como escribió Gerardo Iglesias en 'Por qué estorba la memoria'.
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De Manolo –«muy valiente y de ideas firmes», pero también «sereno y reflexivo», con un coraje y una voluntad de hierro, según Iglesias– relata el informe que había enviado guerrilleros a Francia para probar la lealtad de dos hombres que habían llegado a Asturias en marzo de 1948 enviados desde el país galo por la dirección comunista para hacerse con el control de la guerrilla.
Una decisión que llegaría después de que en enero de aquel mismo año una emboscada en la que cayó su inseparable hermano Aurelio resultase demoledora y 'Caxigal', «convertido de hecho en jefe de la treintena de guerrilleros comunistas que quedaban en Asturias» –recuerda Gerardo Iglesias–, se viese cercado por el recelo y por la pérdida de sus lugartenientes.
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Todo eso refleja el informe, que constata que el abandono por parte de un partido que «nunca enviaba dinero, pero que sí lo demandaba y recibía de ellos» y que, «con sus mejores hombres muertos o capturados» y «el resto cansados y empezando a pensar que habían sido traicionados por Francia», la moral estaba «muy baja». A lo que había que sumar su aislamiento («las guerrillas asturianas no tienen contacto con las de Levante ni de otras provincias») yque «habían ocurrido tantas emboscadas, delaciones y traiciones» que «ya nadie se fiaba de nadie. Y, entre tanta desconfianza, de quienes ya ni siquiera se quería hablar era de 'los franceses'. No sin cierto fundamento, a estos se les atribuía la responsabilidad de la mayorías de las redadas», abunda Iglesias.
Manolo 'Caxigal', «el hombre más buscado y a cuya cabeza el régimen había puesto precio», caía asesinado en otra emboscada al amanecer del 7 febrero de 1950 cerca de El Condado junto a otros seis compañeros, «lo que marcó el fin definitivo de aquella resistencia tan heroica, tan costosa en vidas y sufrimiento y tan olvidada». Según la CIA, la Policía «había ofrecido un millón de pesetas de recompensa por él y 50.000 por cada grupo guerrillero entregado vivo o muerto».
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