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Mario Margolles (Gijón, 1959), jefe del Servicio de Epidemiología hasta el pasado 25 de febrero, tiene pesadillas con la pandemia. Según cuenta, esos malos sueños le devuelven a la primera ola de contagios, cuando «hubo que tomar muchas decisiones que nos generaban grandes dilemas». No se recrea en ello, pero aquella tensión le sigue pasando factura. De hecho, el departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo está elaborando un estudio con los profesionales del sistema sanitario que lidiaron más estrechamente con la pandemia y «mi puntuación en el test por estrés postraumático ha sido pésima. No quiero ni pensar cómo estarán, por ejemplo, los trabajadores de la UVI, que convivieron con el sufrimiento de la gente tan de cerca».
La casualidad ha querido que a Mario Margolles le llegase su jubilación justo cuando se cumplen cinco años de una crisis sanitaria que «nos puso a prueba a todos» y que este médico gijonés, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, nunca imaginó que ocurriría cuando accedió a una plaza pública como inspector de la Consejería de Salud en 1988. «A los nueve meses de aprobar la oposición, me llamaron para que desarrollase el sistema de vigilancia epidemiológica del Principado,» para que le diese una vuelta», recuerda.
Un servicio al que siempre ha estado vinculado desde entonces y que, durante la pandemia, se volcó en las labores de seguimiento, control y prevención del coronavirus. «Estuvimos tres años dedicados casi en exclusiva al covid-19; las 24 horas, fines de semana, festivos... y eso genera daños», afirma. Se refiere al desgaste personal que toda esa presión le ha acarreado y que, en buena medida, es el causante de que llegue «con ganas» a la jubilación: «Necesito descansar. Más que un deseo es una necesidad».
Es más, cuando se le pregunta cómo va a llenar su tiempo a partir de ahora, responde sin pensárselo dos veces que «voy a dejar a un lado el tema de las enfermedades infecciosas, eso seguro». Mario Margolles les ha dedicado 37 años de su vida, aunque los ciudadanos no se dieron cuenta de la importancia del Servicio de Vigilancia Epidemiológica hasta que estalló la pandemia de la covid-19, el virus más letal de cuantos ha monitorizado en su trayectoria profesional. «Dicen que la mejor situación es cuando nadie sabe lo que hacemos ni que estamos aquí», comenta.
Cuando estalló la crisis sanitaria del coronavirus, «en Asturias teníamos muy controladas las infecciones respiratorias y empezábamos a centrarnos en la monitorización de las enfermedades crónicas». La pandemia, prosigue, «vino a despertarnos de ese sueño, a decirnos que los virus están ahí y que nunca se puede bajar la guardia». Nunca antes habían tenido que enfrentar un patógeno que causase tantas muertes. Aunque, según puntualiza Margolles, Asturias ha vivido «muchos» episodios preocupantes desde el punto de vista epidemiológico.
«Yo debuté con una epidemia de sarampión que afectó a más de 5.000 personas y causó 230 hospitalizaciones», recuerda este firme defensor de las vacunas –y el trabajo en red con las consultas de Atención Primaria y los laboratorios de Microbiología– para prevenir y controlar los virus y bacterias que pueden ser motivo de alerta epidemiológica. También menciona que, «cuando yo empezaba, tuvimos un brote de tosferina con medio millar de infectados sólo en Cudillero»; se llegaron a detectar 820 casos de tuberculosis en un año, cuando ahora rondan los 70»; y en 1997, concretamente, «tuvimos una epidemia de meningitis con muchos niños y adolescentes afectados».
Pero de todos los datos que atesora hay uno que destaca especialmente: las 100.000 diarreas que se registraron «de una tacada» durante la visita de Juan Pablo II a Asturias. «Fue por un norovirus de altísima transmisión. Entre el calor que hacía y que había miles de personas en la misa que el Papa ofició en La Morgal...», rememora. Eran otros tiempos. Tiempos en los que el Servicio de Vigilancia Epidemiológica, tal como está concebido hoy, daba sus primeros pasos de la mano de Mario Margolles.
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Carlos G. Fernández y Leticia Aróstegui
Alicia Negre y Lidia Carvajal
Edurne Martínez y Sara I. Belled (gráficos)
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