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Fotos cedidas por su madre
«El mundo siguió tras la pandemia; a mí se me paró al morir Enol»
Cinco años desde la covid

«El mundo siguió tras la pandemia; a mí se me paró al morir Enol»

Con sólo 12 años. Lucía Antolín recuerda el caso de su hijo, que conmovió a toda Asturias y fue incluso estudiado por científicos de Estados Unidos

Domingo, 16 de febrero 2025, 06:55

El 1 de enero de 2021 la vida de Lucía Antolín se detuvo para siempre. Ese día, a las diez y media de la mañana, su hijo Enol fallecía en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) tras sufrir un síndrome inflamatorio multisistémico como consecuencia de la covid-19. Ni en Asturias, ni en el resto de España, se ha vuelto a registrar otro caso como el suyo. No, al menos, en un niño tan sano, sin antecedentes médicos reseñables. «El mundo a mi alrededor siguió girando tras la pandemia. Pero a mí se me paró el reloj en enero de 2021», comenta.

Enol fue una de las víctimas más jóvenes del SARS-CoV-2, un virus que ahora ya se normaliza, pero «que a mi hijo le hizo una burrada». No es de extrañar que «la palabra covid me siga produciendo terror», porque «yo vi, viví en primerísima persona, lo que provocó en un niño de 12 años: coaguló completamente su cuerpo, tuvo picos de fiebre de hasta 43 grados y, en cuestión de horas, le causó trombosis, infarto, fallo pulmonar...». Lucía Antolín lo recuerda como si fuera ayer y toda referencia a la pandemia «me da mucha tristeza; me remueve por dentro».

Si tiene la generosidad de hacer este reportaje con EL COMERCIO, ahora que está a punto de cumplirse el quinto aniversario de una de las mayores crisis sanitarias de la Historia reciente, es para que Enol perviva en la memoria colectiva. «Aquí el importante es él y yo todo lo que sea por él...», incide Lucía. Precisamente para que su muerte no cayese en saco roto, la familia Arias Antolín donó a la ciencia el ADN del niño, que está a disposición del HUCA y de investigadores estadounidenses para que puedan contrastar cualquier situación clínica que se asemeje y, así, evitar en la medida de lo posible que se repita una tragedia como ésta.

Fue en Estados Unidos donde, a partir de las muestras enviadas, se encontró el origen de la infección «explosiva» que acabó con la vida de Enol, hallazgo publicado en una de las revistas más prestigiosas del mundo en el ámbito de la Pediatría. Fruto de esa investigación, se descubrió que en las células intestinales del niño había restos de la proteína que permite al coronavirus replicarse a mayor velocidad.

Enol, el día que adoptaron a su perro Sully, cinco meses antes de morir por covid.
Imagen - Enol, el día que adoptaron a su perro Sully, cinco meses antes de morir por covid.

La mayoría de personas infectadas acaban eliminando esa espícula viral durante la propia evolución de la enfermedad. ¿Por qué en el caso de Enol quedó adherida a su intestino? Es algo que se desconoce. «Como tantas otras cosas relacionadas con este virus, que no sabemos ni sabremos nunca», reflexiona Lucía Antolín. Se da la circunstancia de que Enol había pasado un mes antes la covid-19 sin presentar ningún síntoma. De hecho, no dio positivo en las PCR que le hicieron al ingresar en el hospital, donde fallecía en cuestión de tres días ante la impotencia de los médicos y «el inmenso dolor» de su familia.

Tampoco en la necropsia practicada tras su fallecimiento se encontró coronavirus. Es más, si no fuera por el análisis realizado por los médicos estadounidenses que se interesaron por su caso, Enol no estaría considerado víctima del coronavirus al no responder a los estándares del protocolo establecido. Fue Lucía la que se rebeló, con la ciencia de su parte, para que a la muerte de su hijo «se la llamase por su nombre». Una muerte que conmovió a toda Asturias, entonces inmersa todavía en la fase crítica de la pandemia.

«Nos llegaron mensajes de miles de personas, de gente que no nos conocía de nada, pero que quiso solidarizarse con nosotros», cuenta esta madre gijonesa, que asegura haberse sentido muy acompañada por su entorno en este duelo que no tiene fin: «Llegar a casa es complicado. Mi pareja, Moisés, lo sabe bien. Cuántos lloros, cuántos gritos de desesperación me ha ayudado a calmar durante todo este tiempo». La ausencia de Tete, como ella le llamaba cariñosamente –«viene de Enol, Enolete, Tete», explica»– es inmensa. Irreparable.

Mil veces cada día

Pero, aunque no haya remedio posible para un trance de esta magnitud, que la sociedad asturiana se siga acordando de su pequeño reconforta. El impacto de su muerte trasciende el círculo familiar –por su corta edad y por la singularidad del proceso infeccioso que el coronavirus desencadenó en Enol– y ha dejado huella en la historia de esta pandemia que, solo en Asturias, causó más de 4.000 fallecimientos.

«Era un niño muy muy bueno, tranquilo, guapísimo. Qué te voy a decir yo», describe Lucía Antolín con orgullo. Enol estudiaba 1ª de la ESO en el Colegio de la Inmaculada. Tenía altas capacidades, aunque sus notas «tampoco es que fueran muy allá», porque «era algo vaguete», comparte su madre con cariño infinito. Le encantaba leer y, como cualquier chaval de su edad, era un devoto de las consolas y la Play Station. Durante un tiempo, Enol militó en el equipo de fútbol de su colegio, aunque a él le gustaba más ver partidos –sobre todo del Sporting– que jugarlos. Sus compañeros y profesores le despidieron con una misa en la que no cabía ni un alfiler e hicieron un vídeo recordatorio de su paso por el centro educativo, desde la etapa de Infantil. Vídeo que su madre guarda como oro en paño. «Se portaron muy bien», agradece Lucía, que se acuerda de su Tete «cada día, mil veces».

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