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Foto de familia de parte de la plantilla y los usuarios que compartieron pandemia en la residencia pública de Grado. Mario Rojas
La vida venció al coronavirus en Grado
Cinco años desde la pandemia

La vida venció al coronavirus en Grado

Epicentro. El geriátrico público moscón se convirtió en el primero con residentes contagiados. Hoy tienen lista de espera para sus 86 plazas

Chelo Tuya

Gijón

Lunes, 17 de febrero 2025, 06:41

Como a Sabina, a Alberto Villar García le robaron el mes de abril. Y el de mayo. De lo ocurrido en 2020 durante los dos meses que pasó en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) no recuerda nada. «Me dijeron que fui a la luna. Igual fue verdad, porque esos dos meses, para mí, no existieron», bromea. Tenía 60 años y vivía él en la que era, y sigue siendo, su casa, en la residencia pública de Grado. El geriátrico que se convirtió en el epicentro de los contagios en la primera ola de la pandemia.

De hecho, fue el primer centro de mayores asturiano medicalizado, es decir, en el que la Consejería de Derechos Sociales y Bienestar cedió el mando a la Consejería de Salud. El 12 de marzo de 2020 se blindó el dispositivo con lo que ello conllevaba: ninguno de sus 81 residentes podía salir. Ningún familiar podía entrar. Solo la plantilla tenía movilidad, pero muy limitada. Entradas y salidas en circuitos separados y con obligación de pertrecharse, además de con guantes y mascarillas, con el Equipo de Protección Individual. Los EPIs que recordaban a los trajes de los astronautas. «Igual por eso dicen que fui a la luna», apunta con retranca Alberto Villar.

Sobrevivió él a una enfermedad que se llevó la vida de muchos mayores. La primera muerte de una persona residente en un geriátrico asturiano también fue en Grado. El 19 de marzo de 2020. «Fue muy duro. La covid nos mató, nos divorció, nos enfadó...» recuerda Francisco Rodríguez, que este año cumplirá 26 años como residente de Grado.

Como veterano entre los veteranos, a sus 93 años tiene tan claro que la covid fue dura como que, ahora, «hemos recuperado la normalidad. Yo sigo haciendo bici todos los días y saliendo a pasear». Una normalidad que también defiende Sara Fernández. Ella se contagió de covid en la residencia, en la misma en la que, cinco años después, ya prepara la que será su fiesta de 105 cumpleaños «el 29 de junio, en San Pedro».

Alberto, Francisco y Sara son solo tres de los nombres que han quedado para la historia del geriátrico moscón. Hace cinco años, cuando de la noche a la mañana el centro, abierto a la comunidad, se blindó, también estaban allí José Ozores, Andrés García y Miguel Ángel González, que aunque todos le llaman Pipo, reivindica su nombre de pila para salir en el periódico. «Había mucho miedo, porque nadie sabía qué pasaba», reconocen.

Lista de espera

Un temor que ya quedó en el olvido, aunque no algunas de las experiencias vividas. «Ahora, en cuanto hay alguien acatarrado, ponemos mascarilla. O si hay casos de gastroenteritis. Lo hemos interiorizado, sabemos qué hacer para no contagiarnos».

Lo dice la que hoy es su directora, Nuria Gil, pero a la que la covid atrapó en la residencia moscona como trabajadora social. Y la contagió. «Me puse mala a la semana de declararse aquí». Un contagio que, como luego pasaría a miles de familias, trocó su rutina: «Me tuve que aislar un mes entero en una habitación, pero con dos niños pequeños y mi marido viviendo también en casa». Al final, todos tuvieron síntomas, «aunque solo yo tuve confirmación de caso covid, porque, en aquel momento, no había casi test de pruebas».

El blindaje de la covid chocó aun más en un centro como el de Grado, «totalmente abierto a la comunidad. Aquí los residentes salen, los que quieren, cada día. También recibimos muchas visitas. Hay un ambiente muy familiar, tanto por el tipo de edificio, como por los usuarios y la ubicación que tenemos».

De hecho, convertirse en epicentro de la pandemia no restó interés por sus instalaciones. Sus 81 plazas estaban ocupadas hace cinco años y, hoy, solo tienen libres cuatro. «Y es temporal, tenemos lista de espera, son muchas las personas que quieren vivir aquí». La última en entrar, Edelmira Rodríguez, a la que cada día viene a visitar su hija, María José Areces, con la que sale a dar un paseo. «Desde que mi madre ha venido a vivir aquí, está mucho mejor», afirma.

Del tirón de la residencia dio prueba el homenaje público que le realizaron los vecinos un año después de la covid. Y el cuadro, pintado por De La Fuente, que se ve nada más entrar. El pintor dejó su dedicatoria: «A todos los fallecidos y a los que trabajaron contra la covid en esta residencia».

Un lustro después, la residencia no tiene ninguna secuela de lo ocurrido. Tampoco Alberto Villar. «Quizás me queda que, aunque como lo mismo que cuando tenía 18 años, ahora no tengo tipo fino. Ni la melena que llevaba», apunta con el mismo humor que tiene el resto de sus compañeros.

Están todos inmersos en la preparación del carnaval. «Esta es una residencia muy abierta a la comunidad, con las actividades que hacemos, pero también por su ubicación y su contacto diario con los vecinos», explica. Así, si Francisco Rodríguez no perdona «mi paseo diario» por Grado, tras sus ejercicios en bici, las socias de Mujeres de Grao son más que habituales en la residencia. «En carnaval nos traerán frixuelos, que nos hacen de forma totalmente desinteresada».

Si hace cinco años la residencia se vistió de coronavirus, en carnaval tomará la apariencia del desaparecido Cine Rada, de Grado. «Siempre hacemos un carnaval temático. Este año tendremos un 'photocall', palomitas, estrellas, Óscars... De todo». La única sin entrada será la covid.

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