Medio siglo sin Sebastián Miranda, el escultor del paisanaje español
Se cumplen cincuenta años del fallecimiento del artista asturiano que dejó su impronta en el Retablo del Mar y moldeó la historia de España con personajes de todos los ámbitos
Cincuenta años se cumplirán en octubre de su muerte. Sebastián Miranda, uno de los grandes escultores asturianos, vino al mundo en Oviedo un 7 de ... julio de 1885 y falleció en Madrid en el mes de octubre de 1975. Esas dos ciudades marcaron la vida de un hombre de mundo, viajero e inquieto. Pero hay una tercera en discordia, Gijón, donde se conserva su obra más emblemática, el Retablo del Mar, en el Museo Casa Natal de Jovellanos.
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Siempre gustó del arte aquel chaval que pronto trabó amistad con Ramón Pérez de Ayala, que se inició en el Dibujo y Modelado de la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo y que con quince años hizo el petate y se fue a París para visitar la Exposición Universal de 1900. Alemania sería su siguiente destino vital con el ánimo de hacerse ingeniero, un empeño en el que fracasó porque lo suyo, con claridad meridiana, eran las artes plásticas. Y qué mejor destino que Italia, esa Roma que derrocha arte en cada esquina y en cuyo Regio Instituto di Belle Arti ingresó antes de volver a casa y empezar la carrera de Derecho para dar muestra de nuevo de que su gusto por la belleza era la más poderosa de todas las leyes. Con sus trazos se hizo a sí mismo caricaturista capaz de dotar de personalidad a cada uno de sus retratados. Dibujando comenzó a perfilar un paisanaje que acabaría por moldear.
Madrid fue su siguiente destino. Con Pérez de Ayala se introdujo en círculos artísticos y literarios. Personalidades como Valle-Inclán, Rubén Darío, Ortega y Gasset, Julio Camba, Azorín, Marañón, Luis de Tapia, Enrique de Mesa, Zuloaga, Romero de Torres, Anselmo Miguel Nieto, Ricardo Baroja y el escultor Julio Antonio se contaron entre los amigos de quien habría de rendirse de nuevo a la fascinación de Francia. A París volvió y aunque su propósito no era otro que dar a conocer su obra como caricaturista, lo que acabó haciendo fue algo bien distinto. Aparcó el lápiz para abrazar todas las dimensiones. El éxito le acompañó en ese afán.
De sus manos y empeño salieron personajes como Joselito, Belmonte, Rafael el Gallo, Vicente Pastor y otras figuras taurinas a partir de entonces. Azorín vio y definió bien quién era Miranda, un hombre capaz de esculpir con la sapiencia de un artista medieval pero introduciendo el análisis psicológico de los personajes.
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Maternidades y estatuillas con modelos de etnia gitana llegaron antes de que se planteara la obra coral que supuso el Retablo del Mar. La rula de Gijón fue el lugar al que acudió para tomar apuntes y realizar esa obra de más de cinco metros de largo y dos de altura que pasó por dos fases diferentes, guerra civil mediante. Fue el 15 de febrero de 1973 cuando llegó a Gijón la talla que ahora se puede visitar. Pero hubo antes un retablo original que presentaba 161 personajes de la rula del periodo comprendido entre 1931 y 1933 mientras que el definitivo cuenta con 156 y alguna incorporación posterior en el tiempo.
Fue en 1929 cuando ideó la obra. Un buen día paseaba por el Muelle en compañía de su mujer, Lucila de la Torre, y se encontró con ese lugar de pura vida. Dedicó tres años a observar, a anotar, a realizar croquis y dibujos para hacer una composición general en barro que con posterioridad pasó a escayola y policromó. Este retablo fue expuesto en la biblioteca del Instituto Jovellanos, el Paraninfo de la Universidad de Oviedo y en Casa Lizárraga de Madrid en 1933. El mismísimo presidente de la República Niceto Alcalá Zamora y políticos de la talla de Indalecio Prieto y Teodomiro Menéndez asistieron a la inauguración de aquella muestra.
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Dadas las circunstancias exitosas y elogiosas, el Estado propuso la compra de la obra, por lo que Miranda inició su pase a madera de roble, a cuatro tintas. Mientras, la Diputación de Asturias planteó, mediante suscripción popular, la compra de la primera versión. Pero entonces llegó la guerra y el artista tuvo que abandonar su estudio en la Ciudad Universitaria y retornar a París. A su regreso, no había rastro de aquel trabajo, aunque sí logró localizar en un vertedero un vaciado en escayola del original y algunas maquetas. Recogió el material y volvió a Gijón en 1941 para retomar el proyecto, que aún habría de sufrir un nuevo parón. No fue hasta 1969 cuanto vuelve a él y lo finaliza en 1972. Viajó a Gijón y aquí sigue, ocupando lugar de honor en la colección del Museo Casa Natal de Jovellanos, que cuenta con más de un centenar de sus obras entre sus fondos. Virginia Rebollar, la hija de la heredera de autor, realizó en 2017 una sobresaliente donación, un interesante conjunto de dibujos que se unió a esas esculturas que reflejan los tipos populares que él gustaba de retratar con realismo y expresividad máximas.
Para él posaron gentes de toda índole. Lo mismo retrataba a las señoras bien de Madrid que a los habitantes de una colonia gitana. Lo mismo esculpió a artistas, que a banqueros, intelectuales, mujeres de la calle, nobles o políticos, lo mismo a un Premio Nobel como Severo Ochoa que a una artista mítica como Pastora Imperio. Y a todos esos amigos ilustres que acompañaron su peripecia vital. Fue el suyo un trabajo reconocido y popular, pero también con alguna sombra en lo que respecta al aplauso.
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En 2007 María Soto Cano leía una tesis doctoral sobre su figura en la Universidad de Oviedo. Y en su presentación resumía a la perfección quién es Miranda: el retratista de casi un siglo de la historia de España con esculturas que fueron evolucionando de la estética posmodernista hacia el expresionismo, el art decó y el clasicismo. Ella negó su carácter de «escultor anecdótico y diletante» y lo reivindicó como «un artista vinculado a la renovación artística de las primeras décadas de siglo XX».
Sea como fuere, su obra ocupa lugar en múltiples museos, incluidos el Reina Sofía y el Bellas Artes de Asturias, pero está también presente en la cotidianidad de quienes transitan por Oviedo y pueden ver una de sus esculturas en el paseo de los Álamos. Paisaje y paisanaje se fusionan en la ciudad natal de este gran observador que tuvo otras escalas vitales, que gustaba de mirar al mundo. Grecia, India, Líbano, Tailandia, Hong-Kong y Japón o Nueva York fueron sus destinos en una vida aliñada de premios y en la que también se dejó querer en el ámbito literario. Un hombre completo que contó el mundo a su manera.
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