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El joyero de la bisnieta de Sorolla
La comisaria de la muestra del Niemeyer hace un recorrido por sus obras preferidas del maestro de la luz | La exposición se divide en cuatro secciones, dedicadas a los retratos, el mar, las escenas costumbristas y los estudios de flores
A. VILLACORTA
GIJÓN.
Sábado, 30 de junio 2018, 02:10
De las más de 4.000 joyas -sin contar los dibujos- legadas al arte por Joaquín Sorolla, hay una que tiene especialmente cautivada a su bisnieta y máxima experta en el maestro valenciano de la luz, Blanca Pons-Sorolla: 'Mi mujer y mis hijas en el jardín'. Un cuadro que hasta el próximo día de Reyes podrá verse en el Niemeyer dentro de la muestra 'Pedro Masaveu: pasión por Sorolla' y «en el que su emoción está absolutamente presente».
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«Está pintado en el jardín de su casa después de cosechar un gran éxito en Estados Unidos en 1909. Allí vendió muchísimo y los retratos de su familia gustaron tanto que, en 1910, crea esta obra maestra» que, para la bisnieta del genio, es además «el sumun de la felicidad», reflejado con una innegable maestría en «su mujer y sus niñas, sentadas, felices, charlando tranquilamente mientras su padre y marido las está pintando».
Blanca Pons-Sorolla se detuvo ante ella durante la visita guiada que ofreció a las autoridades en la inauguración de una muestra dividida en cuatro secciones dedicadas a los retratos, el mar, las escenas costumbristas y los estudios de sus amadas flores. Cincuenta y ocho telas entre las que la también comisaria de una exposición que pone a Avilés en el mapa del arte internacional se queda precisamente con esas en la emotividad del maestro está a flor de piel, «algo que también se percibe en los cuadros pintados al borde de su mar».
«Allí va a pintar lo que de verdad le llega al alma. Es entonces cuando plasma a esos niños corriendo y saltando, porque había visto los frisos del Partenón en el British Museum de Londres y se vuelve aún más consciente de toda la carga clásica que tiene su playa de Valencia. Esos niños, con esa vitalidad y esas telas al viento, le dan todas las posibilidades que busca a la hora de plasmar la luz y el movimiento en los albores del cine». Las mismas que lo han hecho inconfundible en todo el mundo.
Un maestro que, en el camino hacia la modernidad que desfiguró sus trazos, «pintaba continuamente para mejorar su rapidez y captar el instante», pero que también trabajó por encargo, como en el caso del retrato de la familia de Rafael Errázuriz, «hecho en apenas veinte días» al modo velazqueño, por el que Sorolla sentía «auténtico fervor». Y, así, hasta las últimas etapas del genio, donde «las pinceladas son amplias y seguras. No hay en ellas arrepentimiento».
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