El largo viaje del Arca Santa hasta Oviedo
Se cumplen 950 años de la apertura del tesoro. Tan prodigioso como sus reliquias ha sido el itinerario seguido por el tesoro de la Cámara Santa que narran las distintas tradiciones
Si todos los caminos llevan a Roma, los muy diversos itinerarios que han ido forjando en el tiempo las múltiples tradiciones que giran sobre el Arca Santa venerada en la Catedral de Oviedo conducen unánimemente a su destino final en la ciudad que fundó Alfonso II el Casto y al extraordinario valor de las reliquias que atesoraba parece deberse la propia denominación asociada a la sede de San Salvador como la Sancta Ovetensis que atrajo durante siglos a generaciones de peregrinos.
Cuando conmemoramos el 950 aniversario de la apertura del Arca por el rey Alfonso VI de León, podemos señalar que el pergamino del siglo XIII, conservado en el Archivo Catedralicio, donde se recoge la copia del acta original del año 1075, es el testimonio más escueto en trazar el camino seguido por el relicario hasta Oviedo. Apunta que llegó desde Toledo, para ser preservada de los ataques musulmanes y que contenía reliquias procedentes de diversos lugares. La enumeración de estas reliquias en el mismo documento, entre ellos importantes objetos sagrados relacionados con Jesús y la VirgenMaría o relativos a hechos y personajes del Antiguo y Nuevo Testamento, denotan su origen en Tierra Santa, entroncando con lo relatado en tradiciones y versiones posteriores, aunque no se detalle la ruta seguida hasta llegar a Toledo.
La versión que ha gozado de mayor predicamento y en la que se basa el cronista de Felipe II, Ambrosio de Morales, en su célebre viaje a los reinos de León, Galicia y Principado de Asturias, del que se tomará repetidamente hasta fechas cercanas a nuestro tiempo, es la que difunden en el siglo XII el Liber Testamentorum y el Corpus Pelagianum, compilados por iniciativa del obispo Pelayo de Oviedo (1101-1153), El relato pegaliano asegura que el Arca había sido hecha por los apóstoles y acrecentada en tiempos posteriores con nuevas reliquias. Era custodiada en Jerusalén y cuando el rey persa Cosroes invade Tierra Santa, el obispo de esa ciudad sale hacia África llevando consigo el Arca. Allí permanecería hasta la penetración de los árabes en esas regiones, una circunstancia que llevaría a trasladar el relicario a España, donde sería custodiado en Toledo hasta que el avance musulmán impulsaría un nuevo rescate del Arca hacia las montañas de Asturias, donde permaneció escondida hasta que el rey Casto las ordenó colocar en la capilla de San Miguel, más tarde Cámara Santa. En uno de los manuscritos del Corpus Pelagianum se precisa que su primera estancia en la península, antes de Toledo, fue en Cartagena ('Cartagine Spataria').

Un itinerario alternativo en el viaje del Arca Santa lo ofrece la llamada Historia Silense –contemporánea del obispo don Pelayo– que relata su llegada a África por mar y como lugar de desembarco en España cita la ciudad de Sevilla. De la urbe hispalense se encaminaría hacia Toledo, donde según este relato permanecería cien años y finalmente sería trasladada a Asturias, también por vía marítima, recalando en el puerto de Subsalas, próximo, parece ser, a Gijón, a la que se califica de ciudad regia: «Ad portum Asturie cuius nomen Subsalas vocatur, eo quod Geygion regia civitas».
Otros relatos como el que se expone en el conocido como Manuscrito de Valenciennes, sigue el itinerario de la tradición pelagiana con la variante de reseñar no la Cartagena hispana si no la Cartago del norte de África y su destino final en la iglesia de San Salvador de Oviedo.
Los numerosos historiadores que se han aproximado al Arca Santa si en algo coinciden es en la imposibilidad de verificar los itinerarios exactos transmitidos en las distintas tradiciones, también en las brumas que rodean esta joya hasta ese documento de la apertura del Arca en 1075. Por tal motivo los expertos han puesto más interés en tratar de fijar las cronologías posibles. Las crónicas atribuyen a Alfonso II el traslado del relicario desde el Monsacro, donde habría permanecido escondido tras su llegada desde Toledo, así como la construcción de la Cámara Santa para su custodia. Avalaría este hecho la noticia documentada de que Alfonso III mandó fortificar la ciudad para preservar su tesoro de las incursiones normandas. Y si a los ojos de hoy periplos como los referidos en las distintas tradiciones sobre el Arca Santa nos pueden parecer casi fabulosos, lo cierto es que el traslado de reliquias desde los lugares más remotos a los principales centros de la cristiandad europea era tan común como el de cualquier otro tipo de objetos y mercancías en su tiempo, recorriendo distancias bastante más considerables que las que separaban los llamados Santos Lugares del norte de la Península Ibérica. Y entre los muy diversos objetos que circulaban por esas rutas, las reliquias, especialmente las vinculadas a Jesús, la Virgen María, los apóstoles y en general a Tierra Santa, además de su valor puramente religioso significaban y reforzaban el poder y el prestigio de quienes las atesoraban en sus dominios.
En el caso del Arca Santa, además de las reliquias que custodiaba –un contenido que se iría enriqueciendo a lo largo del tiempo con nuevas aportaciones–, se sumaba la realidad de que en sí misma, el propio continente, era también un objeto considerado sagrado y desde el punto de vista material, un tesoro y una joyade valor incalculable. El propio cofre que se guarda actualmente en la Cámara Santa de la Catedral ha dado información sobre sus orígenes, desde una datación por Carbono 14 que la hace contemporánea, incluso algo anterior a la apertura del Arca en 1075 y al revestimiento con el que la dotó el propio rey Alfonso VI, hasta los dibujos incisos en las planchas de madera de su interior, cuya procedencia meridional ha señalado la historiadora Pilar García Cuetos y sobre cuya antigüedad apuntaba otro estudioso, Miguel Calleja, que «si lo que financió Alfonso VI era el recubrimiento de un arca que ya estaba en Oviedo, es muy posible que ésta hubiese llegado allí en las inmediaciones del año mil».
Igual de relevante es también el hecho de que a partir de aquel acto solemne que reunió en Oviedo hace ahora 950 años al rey de León, su hermana Urraca, el Cid Rodrigo Díaz de Vivar y una notable corte de prelados y notables, comenzaría un nuevo viaje, en este caso el de los peregrinos de todos los lugares de Europa que a lo largo de los siglos siguientes acudirían a San Salvador para visitar y venerar sus reliquias en la Cámara Santa de la Catedral.
El último viaje del Arca Santa se produjo cuando el arqueólogo Manuel Gómez-Moreno la trasladó a Madrid para reconstruirla tras los daños causados en octubre del 34. En 1939, cuando concluye la guerra civil, regresaría de nuevo a Oviedo. A su lugar privilegiado y recoleto de la Cámara Santa, ahí sigue el prodigioso relicario despertando veneración, asombro y nuevas preguntas sobre el misterio sagrado que encierra en su interior.
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