La vía Transiberiana y la vida misma
Sara Gutiérrez y Eva Orúe presentan esta tarde en la Semana Negra 'En el Transiberiano', un relato entre lo histórico y lo personal
'En el Transiberiano. Una historia personal del tren que forjó un imperio'. El título ya es revelador de que el libro que han hecho ... a cuatro manos Sara Gutiérrez y Eva Orúe es mucho más que una historia de esa vía ferroviaria que fue durante décadas la más la larga del mundo, es mucho más que la crónica de un viaje, es en realidad la vida de ambas a través de ese camino de hierro que en cierta forma las unió.
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«La historia empieza a raíz de 'El último verano de la URSS', que publiqué hace tres años, que era un viaje en trenes nocturnos por varias repúblicas de la Unión Soviética y el editor me preguntó si había hecho el Transiberiano», señala la asturiana Sara Gutiérrez. La respuesta fue sí, de modo que aceptó y pensó que había que contar algo más que el viaje puramente geográfico, social o histórico. En 1994 Sara se formaba como oftalmóloga en Moscú y Eva era corresponsal, se conocieron, se enamoraron y se fueron camino de Vladivostok en el mítico tren. «Pensé que teníamos que contar nuestra experiencia como pareja, porque no fue fácil tirar adelante en los años noventa, entonces era una relación clandestina que suponía problemas familiares, laborales», explica Gutiérrez, que se encargó en el libro de realizar ese relato íntimo. «El viaje en el Transiberiano se lo planteé a Eva para ver si esa relación podía tener continuidad, porque tantos días en un tren me parecía que daban lugar a hablar y conocermos, y la piqué con que cómo podía estar informando de un país tan amplio conociendo solo la capital».
Hicieron el petate y treinta años después llega este libro con ese doble relato con dos tonos y dos intenciones. «La parte que cuento yo es la del viaje, pero que tiene mucho de vida, no solo de veintitantos días, sino de todo el tiempo que estuvimos en Rusia, y hay otro que es el relato de la construcción del Transiberiano y la importancia en Rusia tanto en la época de los zares, como de la Revolución bolchevique, de la Unión Soviética y ahora mismo que hila las distintas etapas con las nuestras del viaje real».
Ese periplo a los cómos, cuándos y porqués del tren no fue fácil a sabiendas de que hay un sinfín de literatura al respecto. «Es un tren sobre el que se ha escrito prácticamente todo, a nosotras nos interesaba la parte social, económica, y ver hasta qué punto lo que los rusos llamaban la gran vía siberiana, no el Transiberiano, que es un invento más reciente, despertó la imaginación del mundo entero», narra Eva Orúe. Estamos en 1881, un momento en el que mundo está cambiando. Se abre el canal de Suez, se habla del de Panamá, surgen grandes proyectos ferroviarios en Canadá y EE UU... Rusia se quedaba atrás y había que evitarlo. «Cuando el zar Alejandro III le dijo a su hijo que tenía que ir a Vladivostok para inaugurar esa gran vía, el mundo empezó a cambiar», relata Orúe. Han rescatado documentos periodísticos españoles que hablan de esa hazaña. «Es una gigantesca obra que empezó en 1891 y acabó en 1916, en muy poco tiempo y con medios muy escasos, y también es verdad que utilizando mano de obra esclava y a veces compromisos empresariales no muy limpios», revela Orúe, que no duda de que, en todo caso, «los rusos en época de los zares hicieron una obra magnífica».
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Tiene un halo mítico este tren. Y el tamaño es una de las razones. Hasta hace poco ha sido la vía más larga del mundo. De Moscú a Vladivostok hay 9.288 kilómetros a la ida y diez más a la vuelta. «Cruza ocho husos horarios, muchísimas ciudades, algunas que fueron creadas para construir el tren, atraviesa un montón de grandes ríos y todo eso hace del empeño de la construcción de por sí algo mitológico».
No es extraño que lo sea. Y Orúe pone un ejemplo. El tren llega a la orilla del lago Baikal y tenía que circumbalarlo por el sur, pero no se podía. Y decidieron lanzar las vías en invierno por encima del hielo. «Es increíble lo que hicieron, encargaron un ferry rompehielos a una fábrica inglesa, el ferry se envío en 7.000 cajas a Rusia y a la orilla del Baikal había un montón de gente capitaneada por tres ingenieros británicos que montó ese puzle y acabó siendo un ferry en el que cabían tres trenes enteros y 850 personas y con eso cruzaban el lago y el tren salía por el otro lado y seguía su camino, solo eso merece varias novelas», revela la periodista. No hay que olvidar toda la literatura que está asociada a él, como el hecho de que Doctor Zhivago transite sus vías. «Hay mucha vida ahí».
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Han cambiado las cosas desde aquel 1994 en el que ellas hicieron el viaje de Moscú a Vladivostok, cuando todavía no era un tren turístico –aunque sí lo había sido a principios del siglo XX–, porque en realidad transiberiamos son todos los que atraviesan Siberia. Entonces simplemente se cubría la necesidad de desplazamiento para los locales. «Eran trenes normales de pasajeros, sin ningún lujo, cuando íbamos a repetir el viaje en 2022, que abortamos por la guerra, y ahora hay trenes exclusivos para turistas», cuenta Sara Gutiérrez.
En la época soviética el tren vertebraba Rusia y con la caída de la URSS las líneas cayeron en la decrepitud, pero nunca ha dejado de ser una vía de transportes de mercancías. «Hay una parte que sigue valiendo para la Rusia de hoy, porque el tren acerca al 80% del territorio ruso que está en Asia, no en Europa, a aquellos países que son grandes potencias consolidadas, me refiero a China, Corea y Japón», concluye Orúe.
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