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Luis Sepúlveda, en la Vía Cassia (Toscana, Italia). DANIEL MORDZINSKI

Cinco años sin Lucho Sepúlveda

El 16 de abril se cumplirán cinco años de la muerte de Luis Sepúlveda. Portugal, su último destino literario antes de enfermar de covid, le homenajea con una exposición de fotos de Daniel Mordzinski

M. F. Antuña

Gijón

Viernes, 21 de febrero 2025, 10:37

Cinco años ya, cinco de aquel último encuentro literario, de aquel último viaje. El 16 de abril se cumplirá el aniversario de la muerte de Luis Sepúlveda, en un hospital, en lo más duro de la pandemia del covid, pero ahora es tiempo de rememorar lo que fueron sus últimos halos de vida, de disfrute. Eso ocurrió en Portugal, en Póvoa de Varzim, en el festival Correntes d'Escritas, que él mismo creó inspirado en el Salón del Libro Iberomericano de Gijón. Allí viajó en febrero de 2020. Y a la vuelta a casa llegó la enfermedad que segó tanto talento de un plumazo.

Ese mismo festival le rinde ahora tributo gráfico de la mano de su amigo el fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, que rescata su imagen bonachona en un sinfín de escenarios vitales compartidos en una muestra que abrió sus puertas el miércoles en la biblioteca pública de la localidad. «Fue en esa querida, hospitalaria y generosa ciudad, donde nos despedimos con un 'hasta pronto hermano' el 22 de febrero de 2020. No sabía entonces que sería la última vez», revela ahora Mordzinski con 'Mundo Sepúlveda' ya ante la mirada pública y después de que Carmen Yáñez, su viuda, y otro gran amigo, José Manuel Fajardo, recordarán ese último viaje en la inauguración.

Luis Sepúlveda, con sus perros Laika y Zarco.

Cinco años es tiempo suficiente para que el duelo haya remitido, pero no remite en absoluto el valor de su legado, esa literatura que se hizo fuerte desde la revolución, desde el silencio atento que sus palabras impresas generaban, desde la belleza sin más de sus historias paridas a un lado y al otro del charco, en el Chile en el que nació en octubre de 1949, a las que surgieron ya en Europa, en Hamburgo y en París, de la mente inquieta y mágica de este hombre que eligió ser de Gijón un buen día de 1997. Exiliado, ecologista, revolucionario, rojo hasta la médula, se instaló a la vera del Piles y durante veinte años ese fue su lugar en el mundo junto a la poeta Carmen Yáñez.

Con 17 años publicó su primer libro quien fue periodista y director de teatro y que en 1977 se vio forzado al exilio tras ser detenido por el ejército de Pinochet. Encontró refugio en Argentina, en Uruguay, en Brasil, en Paraguay, en Perú, en Ecuador y hasta hizo la revolución sandinista en Nicaragua. De película fue la vida de quien heredó la pasión por la lectura de sus abuelos y también fue cineasta.

La fotografía 'La última vez que grité'.

Literatura y justicia social se dieron la mano en su vida y su obra. «La literatura te da una sensibilidad que se puede volcar en la participación política», solía decir él que, como su mujer, fue torturado en las cárceles de Pinochet. No lo olvidó pero se sobrepuso y siguió adelante con paso firme.

Siempre escribió, pero si hubo una novela que marcó un antes y un después fue 'Un viejo que leía novelas de amor', editada en 1989 fruto de su experiencia con la tribu amazónica de los shuar. Fue un auténtico fenómeno literario. Lo sigue siendo. 'Patagonia Express', 'Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar', 'Desencuentros', 'La lámpara de Aladino', 'Historia de un perro llamado Leal', 'Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud' o 'El fin de la historia' son solo algunos títulos. «Mi literatura tiene una sola meta, hacer de la escritura una defensa de la ternura, con fuerza y hasta con rabia», dejó dicho.

El fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, en la entrada de la exposición.

Dormía poco. Y como quiera que cinco horas de sueño le bastaban, gustaba de madrugar para pasear por Gijón, desayunar fuerte y entregarse a la disciplina literaria, esa en la que se cruzan la voluntad y el talento con una dosis siempre inmensamente mayor de la primera. Hizo cine con sello propio, como 'Nowhere', y vio cómo algunas de sus obras se adaptaban igualmente al celuloide quien también fue guionista.

Rima esa última palabra con sportinguista. También presumía de serlo en una ciudad en la que hizo múltiples amigos capaces de admirar y aplaudir su capacidad para escribir historias pero también para verbalizarlas. La oralidad era un punto fuerte de un hombre de voz profunda e hipnótica que generaba inmediatamente el silencio cómplice de cualquier auditorio. Sabía contar el mundo de muchos modos y maneras. Y sabía vivir la vida.

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