Sonrisa más fuerte que la muerte

Además, con su muerte se perdieron también sus sobremesas. Sepúlveda era un extraordinario contador. Alrededor de un asado y un buen vino, en la intimidad, se largaba a narrar historias como la del músico que se había quedado cojo por defender a una mujer en el metro de Madrid o la del presidente Allende cuando les dio plata para que se fueran a cortar el pelo y a comprar ropa para que no parecieran unos piojosos o cuando se pasó varios meses en un cuartel secreto soviético aprendiendo técnicas guerrilleras o cuando fueron a atracar un banco para sacar dinero para la revolución y el coche se les caló o cuando Cortázar le escribió desde París que se había quedado sin tabaco y él le mandó por fax la fotocopia de un cigarro o… Sabíamos que lo que contaba era rigurosamente cierto por eso no nos importaba que se lo inventara casi todo.

He buscado una foto para ilustrar este artículo. Es la última suya. Se la saqué desde el coche mientras él limpiaba el parabrisas a la vuelta de un congreso literario en Portugal. Tres días después ingresó en el hospital. Al fijarme ahora en ella detenidamente, por primera vez, pienso que es como si la muerte ya fuera borrándole la cara, como si lo arañara; sólo la sonrisa permanece firme e inalterable como cuando acababa de contarnos alguna de sus inolvidables historias.

Así es como quiero recordar al amigo: con una sonrisa más fuerte que la muerte.