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Rodrigo Cuevas, anoche, sobre las tablas del Filarmónica. LORENZANA

Rodrigo Cuevas: zarzuela para modernos

Un Filarmónica puesto en pie ovaciona al artista, que reinventa el género lírico con su versión cabaretera y underground

AZAHARA VILLACORTA

OVIEDO.

Sábado, 9 de abril 2022, 02:34

La palabra «barbián» viene del caló «barbán», que significa «aire», y en castellano se dice de alguien «desenvuelto, gallardo, atrevido». «Lo que yo soy», se ... presentó anoche Rodrigo Cuevas, que subió el espectáculo del mismo título a escena en el Filarmónica antes de marcharse a hacer las Américas como las buenas folclóricas (grabará su próximo disco en Puerto Rico) para hechizo de su legión de devotos, que había agotado el papel hacía meses.

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Y si de aires hablamos, nadie mejor tampoco que nuestro artista más provocador, más poliédrico y más libre para refrescar los que soplan en la zarzuela y acercar el género patrio a nuevas coordenadas, el propósito declarado del ciclo 'Off' del Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo, que se inauguró con la afortunada recuperación de la revista 'The land of joy'.

El colofón de 'Barbián' (estrenado en el Madrid prepandémico), anoche, fue un derroche de tablas, tronío y poderío por parte del de Piloña, que -armado con mantón de Manila, abanico y plataformones imposibles- hizo lo que mejor sabe hacer como solo él sabe hacerlo: aproximarnos a lo nuestro con una vuelta de tuerca sonora y visual que vuelve underground y rabiosamente contemporáneo lo popular. Y lo hizo en plenitud de facultades y entregándose a fondo durante casi dos horas: cantó con una voz espléndida, bailó jotas en ligero, declamó, tocó el acordeón, el ukelele y las castañuelas, descendió a los bajos fondos «de prostitutas y maricones» y hasta regaló un estriptis.

Tributo a Lilián de Celis

Esta vez, con un repertorio clásico que incluyó a grandes maestros como Chapí, Chueca Guerrero, Sorozábal y Penella pasados por el tamiz electrónico de unas producciones musicales a cargo de Frank Merfort y Richard Veensdra -compositores y diseñadores sonoros afincados en Berlín, con él sobre el escenario- y con dirección y dramaturgia de Fernando Carmena, que concibió este espectáculo como «un viaje heterodoxo por un género no menos heterodoxo», a medio camino «entre la huerta y el cabaré, entre lo castizo y lo cosmopolita».

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Así que Cuevas transitó de la Dietrich a Lilián de Celis, «una de las grandes sacerdotisas de la ronda», presente en el patio de butacas y a quien tributó un caluroso homenaje; jugó con sus fans, haciéndoles miagar y corear; saludó a su güela; habló de ese raro artefacto que es el amor, «frágil como un gobierno de coalición», cargó contra las «señoras bien que roban cremas en supermercados», se puso políglota y etimológico y relató sus fracasos en Madrid, cuando apenas iban a verse siete personas, que hoy son anécdotas para su éxito. Y, por atreverse, se atrevió hasta con la tonada 'En el camino de Mieres' junto a la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, poniéndole «más chigre» a la cosa, «subiendo la feromona».

Arropado por el fastuoso vestuario confeccionado 'ad hoc' por su ya inseparable Costantino Menéndez (Made by Kös), se dejó la piel del chotis a la bossa y al cuplé, y, de ahí, al 'Amor de hombre' de Mocedades (queremos decir 'La leyenda del beso'), con el respetable ya en éxtasis.

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Porque, si algo es Cuevas, además de un artista total -cada vez más- con una progresión imparable, es un seductor de los que no quedan. Un especialista en sicalipsis, pero, sobre todo, en tender puentes y atar nudos donde otros se afanan en levantar muros, que eso y no otra cosa debe ser la cultura y Rodrigo lo sabe. Su público, en pie, totalmente entregado y con ganas de más, también. Una fantasía para modernos (pero no de los de 'juernes' y 'afterwork', «¡qué ordinariez! ¡no lo soporto!») y zarzueleros de toda la vida.

«Nos vemos por el mundo, por los aires», prometió antes de irse. Y el mundo no sabe lo que le espera.

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