Nuevas máscaras y espacios para aprender teatro
En la ESAD las clases de canto se hacen con pantallas y paneles. En las de expresión corporal, la distancia de seguridad se convierte en coreografía
M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Domingo, 31 de enero 2021, 02:16
Inspirar, espirar, proyectar la voz, cantar, contar, tocar, reír, llorar. La formación que ofrece la Escuela Superior de Arte Dramático (ESAD) exige y clama presencialidad, ... requiere de física y química. Si bien históricamente se ha empleado la máscara como un elemento más con el que contar historias, el curso 2020-21 ha obligado a alumnos y profesores a enmascararse de otros modos y maneras más pragmáticos e higiénicos que poéticos o narrativos. El final de curso del pasado año fue completamente virtual para los 105 alumnos que entonces tenía el centro ubicado en Cabueñes; este año el modelo que se emplea es mixto, de modo que todo lo teórico se pasa al plano virtual y todo lo que exige cercanía, expresión, verbalizar y sentir se hace de forma presencial.
Publicidad
«Hemos partido los grupos por la mitad, en vez de doce en clase son seis», explica Joaquín Amores, el director de un centro que cuenta con los amplísimos espacios de la Universidad Laboral y donde se dan clases de interpretación, voz, canto, esgrima o expresión corporal. Y en ninguna de estas actividades se prescinde de las mascarillas, ni de las ventanas abiertas de par en par, porque además el riesgo se incrementa en todo aquello que implica el uso de la voz. «Al emplear la voz con más volumen las partículas van más lejos, así que además de mascarillas se utilizan también pantallas», detalla este veterano de la escena que da clases de Interpretación y que lamenta sobre todo la desconexión de la escuela con el público. Otros años eran comunes las muestras de teatro, actividades para abrir las puertas a todo el que quisiera disfrutar del arte, pero ahora no es posible, así que ha habido que buscar, investigar y encontrar maneras. Un ejemplo: él da una asignatura optativa dedicada a Federico García Lorca que habitualmente concluye con una pequeña muestra. Este año serán nueve alumnos los que actuarán y otros tantos los que observarán y aplaudirán. «Otros años lo hacíamos en nuestro teatro, el Alejandro Casona, y venían cien personas, padres, novios, amigos, pero ahora no se permite que venga nadie a la escuela, así que cada alumno puede invitar a un compañero de otra clase», relata Amores. No está contento, pero intenta ver el lado bueno de las cosas: «Hemos descubierto la magia de las pantallas».
Las pantallas están, pero, como explica la profesora de Expresión Corporal Ana Pérez de Amézaga, mucho menos que el fin de curso pasado en que tuvo que reinventar sobre la marcha la manera de enseñar poniendo en videoconferencia a sus alumnos a mover las manos, a trabajar todos sus recovecos para crear un lenguaje. Este curso hay clases presenciales a mitad de aforo (seis, aunque en ocasiones se juntan doce) y ha buscado hacer del defecto virtud. Han sabido jugar con la distancia obligada como un elemento formativo más que incluso crea su propia coreografía dentro del aula. Hasta han recurrido a las enseñanzas del actor japonés Yoshi Oida: «Las incorporé porque me parecía interesante. Él habla de la importancia del espacio limpio del actor, y lo que hice fue empezar las clases de este año con un estiramiento que es una postura de yoga para que cada uno limpiara con un trapito de algodón su recuadro», relata la profesora. Lo dicho: ha habido de adaptarse y jugar con la kinesfera, que no es otra cosa que la primera esfera (todos nuestros movimientos son esféricos, como los de un compás) o el espacio personal de cada uno del que tan pendientes estamos ahora. «Normalmente el alumnado, de primeras, tendía a juntarse más, a estar más cerca, ahora se crean espacios coreográficos y se hace de una manera bastante intuitiva». Nadie se toca. Y si se hace es lo mínimo. Si la profesora tiene que corregir a alguien lo hace de forma verbal y si es imperativo el contacto nunca se ejecuta sin el pertinente paso por el dispensador de gel hidroalcohólico. Feliz está Ana de recobrar esa presencialidad casi imprescindible en una asignatura como la suya, aunque las caras de sus alumnos sigan ocultas tras la mascarilla.
Más difícil es dar clases de canto. Yolanda Montoussé sabe bien que con tantas medidas de protección el sonido cambia. Lo de menos es el frío tremendo con los ventanales y las puertas abiertas, lo de más es que se canta con mascarillas y pantallas y que ella se oculta tras unos paneles para trabajar con sus alumnos. Y todo junto da como resultado que «el sonido se queda mermado, no es el sonido real, se fuerza más la voz, las pantallas se empañan y los que llevan gafas, pues peor todavía». Sabe que la suya es, por decirlo de alguna forma, una clase de alto riesgo, lo que obliga a extremar las precauciones. «El canto es aire, y por muy ventilado que esté el espacio siempre hay riesgo, pero estamos cumpliendo las medidas a rajatabla». Tanto que se ha cambiado la manera de trabajar. Hasta la pandemia las clases comenzaban siempre con ejercicios conjuntos de respiración que ahora los alumnos practican de forma individual antes de acceder al aula, donde, en las clases de técnica, comienzan a hacer vocalizaciones. Pero es que en la llamada clase de repertorio, donde lo habitual era que todos juntos interpretaran los temas elegidos junto a la pianista, ahora se hace de forma individual. «Hacer números conjuntos es inviable», afirma la profesora.
Publicidad
97 alumnos
Veinticuatro estudiantes se incorporaron este curso a una escuela pequeña que tiene un total de 97 alumnos. Hay dos aulas de cuarto que acabarán su formación y que, por lo tanto, han de poner en pie un taller con el que mostrar en escena lo aprendido. Pues bien: el pasado año tuvieron que ser suspendidos por la pandemia, aunque uno de ellos se reinventó a tiempo y, en la distancia y desde las casas de intérpretes y directores, se tornó en radionovela. Este año se retomarán los talleres, con dos funciones, de una dramaturga española y un autor francés, ambos contemporáneos. Será a últimos de mayo cuando vean la luz. Los ensayos empezarán en febrero. «Ya lo tengo hablado con los alumnos, los talleres se van a hacer. Que en vez de 200 personas haya 20 en el público, pues da igual, con que haya una sola persona mirando basta para hacer teatro», concluye Joaquín Amores.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión