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Una fecha, una hora y un área geográfica. Es toda la información que incluye el anuncio de un evento (normalmente, una cena) que solo encontrará en Instagram. También se indica el número de plazas (normalmente, solo diez). Puede buscar pistas en la imagen que lo ilustra, pero si se deja llevar por la curiosidad y solicita su lugar en la mesa lo hará con la única certeza de que compartirá un menú desconocido en un lugar secreto con un grupo de extraños. Una vez confirmada la reserva, solo le queda esperar a que llegue la fecha señalada. En algún momento de ese día, le llegará un mensaje de WhatsApp que le indicará el lugar al que ha de acudir a la hora fijada. Así funcionan las cenas 'klandestinas' en Asturias (@lacocinaklandestina).
El chef, 'Klandestino' (sean cómplices y acepten mantener su anonimato), puso en marcha esta iniciativa hace unos dos años y medio, cuando pudo, por fin, dar rienda suelta a su pasión: la cocina. «Yo siempre quise cocinar, pero nunca dedicarme a la hostelería», señala.
Con la ayuda de amigos y familiares, colaboraciones como las planteadas con el hotel Benaki y el apoyo de empresarios de la hostelería como Edén Jiménez (El Balcón de Bueño, la Esquina del Peso), 'Klandestino' fue dando forma esta singular y exitosa experiencia gastronómica, que tiene varios ingredientes.
De un lado, el menú: «Son platos que voy probando y que van con mi estilo de cocina. Me gusta mucho viajar y probar platos, ir al mercado y cocinar en esos sitios. Esos platos me los traigo e intento darles una vuelta, adaptar recetas de fuera con cosas de aquí, hacer una pequeña mezcla».
Eso explica los toques asiáticos tan presentes en sus menús, de unos siete platos. Los platos cambian, poco a poco, en cada cena (organiza una cada tres semanas o un mes) hasta renovar toda su propuesta en cada temporada, salvo por dos preparaciones que ha servido en cada 'klandestina': la croqueta de morcilla con mermelada de jalapeños e higos y el helado de jengibre, aceite de pino y sal volcánica.
Además de la croqueta y el helado, quien asiste a una cena 'klandestina' también puede esperar vinos originales, diferentes. En esta disciplina, 'Klandestino' reconoce como maestro a Felipe Ferreiro, de Las Rías Bajas, en Gijón: «Yo pensaba que todos los vinos eran parecidos y con él empecé a descubrir sabores nuevos. Es lo que quiero proponer: otros sabores en los vinos, otras producciones, cosas más pequeñas y ligadas a la tierra y a las uvas».
El segundo ingrediente indispensable para la experiencia de las cenas 'klandestinas' es el lugar. Desde que emprendió esta andadura, explica el chef, «tenía una idea clara: hacer cenas en sitios diferentes, que no fueran relacionados con la hostelería». Hoy, el único criterio que sigue para elegir dónde servirá sus menús es «que sea un sitio peculiar, que a la gente le llame la atención, que no lo espere. No tiene que ser bonito, tiene que llamar la atención. Hemos hecho cenas, incluso, en una nave industrial, entre los palés, en una empresa bastante conocida». También ha organizado cenas en espacios de coworking, como La Pipa, en Gijón, y el Invernadero, en Oviedo, o en galerías de arte, como Espacio Líquido, donde tuvo lugar la última cena organizada en Gijón, el pasado 25 de abril, aunque, ni mucho menos, se limita a las grandes ciudades asturianas.
Aunque busque sorprender a los asistentes, 'Klandestino' explica que debe tener muy presente el espacio en el que servirá la cena, ya que debe cocinar fuera y solo rematar los platos en el lugar en el que se servirán: «Trabajo con un tipo de cocina que se llama sous vide, que va envasada al vacío y se cocina en roner. Eso, a la hora de la producción, facilita mucho»; no obstante, «no puedo permitirme cambiar un plato», aclara, al tiempo que confiesa, entre risas, que «me he tenido que arreglar en sitios muy precarios».
Pero, como la especia que distingue y hace único a un plato, el ingrediente imprescindible de esta experiencia son los comensales. Dice 'Klandestino' que los únicos rasgos que comparten quienes acuden a sus cenas son que superan los 30 años y que son personas «que saben muchísimo de comida y que han comido en sitios en los que yo nunca he comido y no me podré permitir, seguramente».
Esa pasión por la gastronomía y la cocina no tarda en revelarse. Tras la toma contacto, el grupo de desconocidos que se ha sentado a la mesa no duda en intercambiar recomendaciones de restaurantes de aquí y de allá, cruzar recetas y, sobre todo, compartir risas.
Aunque el buen ambiente que reina en la mesa y en la sobremesa no está incluido en ninguno de los anuncios de cenas 'klandestinas', muchos se apuntan confiando en disfrutar de «muchas sorpresas». Es el caso de Aida y David que, a pesar de ser amigos personales del chef, acudieron a su primera cena, la organizada en Gijón hace unos días, «a ciegas», para vivir la experiencia como el resto de asistentes.
Desde Langreo acudieron también a su primera 'klandestina' Simara y su pareja, deseando «pasar una velada estupenda, comer y beber bien, conversar, compartir experiencias, hablar con la gente». Y todo ello se consigue, según aseguraron al inicio del encuentro Laura y Nerea, que repitieron experiencia tras asistir a su primera cena hace poco más de dos meses. A esta se apuntaron por el «morbo de saber qué era» una cena 'klandestina', por lo de «no saber dónde ibas a cenar, ni qué ni con quién», pero les valió tanto la pena que esta vez fueron acompañadas por su amiga Cova.
«Que haya gente que repita, me encanta», admite 'Klandestino', quien confiesa: «Cuando la gente llega a una cena, hago un poco de anfitrión y luego desaparezco; cuando empiezo a escuchar las risas, me relajo. Y lo que encanta, que se ha producido ya en muchas cenas, es que al terminar, se vayan juntos a tomar algo. Eso es un triunfo». Y es que, al terminar la cena, tras unas horas de cocina creativa en un lugar especial, los desconocidos ya no lo son tanto y, además de su afición por la gastronomía, comparten el secreto de las cenas 'klandestinas'.
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