Restaurante Lola Melón

Álvaro, última y de nuevo fértil generación de chefs doctorados por estudios, trayectoria y capacidades, acaba de inaugurar la treintena. Pero sus obras le doctoran. Con Paco y otros amigos dirige un grupo creciente que conocimos en La Maniega: una paletilla de lechal asada durante horas dejó grato recuerdo. Ahora oficia en lo alto de La Ñora, desde el mirador y camino de bajada a la playa con la peña El Romero por cabeza central y escultórica. Desde allí este joven gijonés nos halaga el gusto con unos embelesadores huevos rotos sobre paleta y yema trufada, una melosa costilla de res a baja temperatura, unos sustanciosos arroces con solomillo laminado o con pulpo, langostinos y mahonesa de lima, o unos pescados del día dignos del horizonte presenciado.

Los platos de Álvaro, y más aquí, donde vive y trabaja, recogen lógicamente sus influencias acumuladas y visten las innovaciones por él aportadas. Pensemos que nació dentro de una familia donde la cocina cotidiana era elaborada y disfrutada por todos, y que su madre, estímulo e inspiración, guisaba en El Mariñán, donde él, desde de niño, entraba, veía, gustaba y ayudaba. Recién cumplidos los dieciocho marcha sin apenas dinero, por amor, aventura e idioma, a Guildfor, cerca de Londres; para sobrevivir trabaja en un restaurante español de allí. Fortalecido y decidido a seguir, en Mallorca trabaja para el mítico Pachá y para El Chaflán de Pachi, donde suma nuevos aprendizajes. Cinco años transcurrieron antes de regresar, fichar para el Gijón Mariners de fútbol americano (otra pasión), acompañar en sus restaurantes a los significados Urrutia, Galán y Charli, trío de ases del Egb, Borne y Éleanore, y tomarse un tiempo tras sufrir, por su entrega deportiva, una grave lesión. Llega encima la pandemia, abre con Marisa Ostolaza, su preciada madre, Casa Marisa, y después, con unos amigos surge primero La Maniega, ahora el Lola Melón de La Ñora y mañana...