Cabreo por la subida del bus
El aumento de precios del transporte urbano no iba pareja a ninguna mejora. Seguía siendo lento e incómodo
Ninguna subida de precios es bien recibida, pero sobremanera si esta no va en relación a un aumento de la calidad del servicio. Esa máxima, ... válida ayer tanto como hoy, era de pleno vigor hace medio siglo, cuando se inició la primera fase del incremento de tarifas en los transportes urbanos de Gijón. Aunque el Gobierno había dado el visto bueno a la subida, el anuncio de la misma por la empresa concesionaria no cayó bien en la opinión pública y, en su papel de representante de esta, tampoco en EL COMERCIO. «El aumento es grande en la primera fase: un 20 por ciento», decíamos, «y lo es también en la segunda: otro 20 por ciento más sobre la tarifa actual».
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Era inevitable, pero injusto. «Ante este hecho innegable», protestamos, «se opone la realidad actual del servicio, que es deficiente porque resulta incómodo y lento para el viajero». Un ejemplo: la línea 1 de microbuses, «la más antigua de las existentes en esta especialidad y, sin duda, una de las más utilizadas por los usuarios y, por tanto, muy rentable para la empresa», era especialmente lenta. Ocurría que «la frecuencia de circulación de vehículos ha sido establecida cada doce minutos, lo que inevitablemente produce una acumulación excesiva de usuarios en cada viaje, y de rechazo, que en abundantes ocasiones no pueda ser observada siquiera dicha frecuencia de circulación». No podía ser de otra manera estando únicamente tres vehículos adscritos a la línea de marras.
De pie en el microbús
En las horas punta, además, el viajero estaba «obligado a viajar de pie si no quiere quedarse en tierra, y ello pese a que, como todo el mundo sabe, cuando se inauguró el servicio de microbuses fue anunciado a bombo y platillo que sus altas tarifas tendrían la compensación de que los vehículos solo transportarían viajeros sentados». «Esta condición», sin embargo, «no fue observada nunca jamás». ¿Por qué, entonces, la subida de precios? Ni nos lo explicábamos nosotros, por medio de la firma del recientemente desaparecido Canal, ni nadie. «Lo lógico sería que ocurriera justamente lo contrario»; si el servicio era deficiente, argumentábamos, ¡al menos que fuera barato!
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