La peor versión de la mar
Ante decenas de personas, un niño fue arrastrado por las olas en la rampa de San Lorenzo. No pudo hacerse nada por él
Comenzaba a caer el día y andaba la mar embravecida cuando ocurrió la tragedia. Asomados al lado del «pretil que queda sobre la rampa de ... San Lorenzo», vieron llegar a la orilla los periodistas de EL COMERCIO, apostados frente a la mar junto a decenas de personas, un bulto que arrastraba la corriente. «La primera impresión que tuvimos», contamos hace hoy un siglo, «fue de que el bulto en cuestión fuese el de un perro muerto que el mar arrojase a la playa». Pero no. Aquel era el cuerpo de un niño de no más de 8 años, que se acababa de precipitar contra las olas sin previo aviso. Cuenta el periodista que acababa de verlo, vivo y en tierra, encima de la rampa, presenciando el peligroso espectáculo y que fue cuestión de segundos que se cayera al mar.
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«Un golpe más y el cuerpo del muchachito se despegó como un metro de la rampa», narra la crónica. Vino otra ola. Y otra. «Hubo un momento en que se creyó que un golpe de mar echaría al muchachito sobre la rampa. En ese caso, estaba salvado». No hubo suerte. «Ver a unos diez metros de distancia a un niño luchando con la muerte y no poder auxiliarlo era, verdaderamente, un cargo de conciencia». Aunque hubo quien lo intentó: Ramón Caso, mozo del depósito de cristal de 'La Industria', quien según dijimos apenas sabía nadar, se tiró al agua para intentar salvar al chiquiillo, pero ni siquiera con la ayuda de cuerdas de esparto, traídas a toda prisa de las casas cercanas, pudo sobreponerse este a las olas para acercarse al pequeño.
El cuerpo de Marcelino R.V., «de siete años, natural de Gijón, [que] (...) vivía con sus padres en el Alto de Atocha, número 7», no tardó en ser devuelto a la orilla: apenas media hora medió entre el accidente y la devolución del cadáver a casi el punto exacto en el que este había ocurrido. Sobre la tragedia, en fin, lo de siempre: innumerable público allegándose a la playa para mirar; «sendos ataques nerviosos» de dos vecinas del barrio alto que creyeron ver en el crío a sus propios hijos y la denuncia, eterna, de la falta de seguridad en los temporales en los que siempre, sin excepción, saca la mar su peor versión.
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