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Con las relaciones entre el Puerto y el Ayuntamiento en su momento más crítico de las últimas décadas, llega una celebración que pone de manifiesto cómo la colaboración entre administraciones pudo, hace ya tres décadas, llevar a cabo la mayor transformación litoral de la zona oeste de Gijón, con la transofrmación de un pedreru en una nueva playa urbana que ha cambiado no solo la fisonomía de la ciudad, sino también los hábitos de los propios gijoneses, que vieron sus posibilidades de ocio y disfrute multiplicarse.
Además, con el paso de los años, la playa de Poniente y su entorno se han convertido en un nuevo epicentro de la actividad festiva y turística de Gijón, que poco a poco fue trasvasando hacia el oeste eventos tan arraigados como la Foguera de San Xuan, que tenía su anterior escenario en el entonces denominado Parque Inglés y que ahora inaugura los festejos veraniegos desde el arenal de Poniente. También acogió nuevas iniciativas, como el escanciado simultáneo del Festival de la Sidra, que con el paso de las ediciones se ha convertido en la mayor espicha al aire libre de Asturias, y es escenario de numerosos eventos deportivos.
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Pero esta recuperación del litoral oeste gijonés a través de la recuperación de los antiguos Astilleros del Cantábrico fue fruto de un esfuerzo conjunto de todas las instituciones implicadas –local, autonómica y estatal–, que recogieron el guante lanzado por su principal impulsor y padre de la idea, el entonces presidente de la Junta del Puerto, Carlos Zapico, así como del ingenerio jefe de lo que más tarde se convertiría en Autoridad Portuaria, José Luis Díaz Rato, que fue uno de los autores del proyecto que dio viabilidad a la utopía imaginada por Zapico.
Desde que la idea comenzó a gestarse en el despacho del presidente del Puerto hasta el paseo inaugural de los entonces alcalde, Vicente Álvarez Areces, y el ministro de Obras Públicas, José Borrell, por el nuevo arenal pasó casi una década. Los primeros años, además, «sin que trascendiera más allá del Puerto, hasta que los ingenieros confirmaran que fuera posible», recuerda Zapico. Aquel momento llegó en 1991 con la firma del Plan de Saneamiento Integral de la ciudad, que hacía viable la utilización de las aguas que iban a bañar la nueva playa, en una zona castigada por la contaminación. Fueron Pedro de Silva, desde el Gobierno regional, Tini Areces, desde el Ayuntamiento, y Manuel Ponga, entonces delegado del Gobierno, los que recogieron el guante lanzado por Carlos Zapico de «playa a cambio de saneamiento» y los esfuerzos confluyeron en la misma dirección para convertir aquella utopía en realidad.
Por el camino hubo que construir dos diques: el Oeste, de 251 metros de extensión, y el Este, de 215 metros, para lo que fue necesario el empleo de unas 130.000 tonealdas de piedra de diversos tamaños. También se levantó un muro de contención sobre el que se asentó el nuevo paseo que hoy lleva el nombre de Areces, de 810 metros de largo. De sus 5,45 metros de altura, unos cuatro quedaron enterrados bajo a arena que vertió la draga belga 'James Ensor', que en 25 días de agosto de 1994 vertió casi 800 toneladas, lo que garantizó una playa seca en pleamar de 61.565 metros cuadrados, con una anchura variable de 50 metros en los extremos y 75 metros en el centro, con un máximo de 100 metros en la zona del edificio de servicios.
Tres décadas después, Ayuntamiento y Puerto se disputan una franja de terreno de 417 metros de longitud y 9 de ancho. Ahí es nada.
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