Paso de peatones junto a la terminal ferroviaria de Kievsky, en Moscú. AFP

Represión y propaganda para evitar disidencias

La guerra desde Rusia ·

El país ha multiplicado por 14 su déficit pero la vida diaria apenas ha cambiado con la invasión de Ucrania. Impera la ley del silencio: los que criticaban a Putin ya se marcharon hace meses

Lunes, 20 de febrero 2023, 18:32

Aprimera vista, salvo los carteles publicitarios invitando a alistarse en el Ejército o alguna que otra zeta, el principal símbolo táctico, junto con la uve, ... de los tanques rusos, en fachadas de edificios, en Moscú ningún forastero notaría que se encuentra en la capital de un país que ha desencadenado una terrible guerra contra su vecino sin haber mediado agresión previa que justificara tan demoledora y sangrienta ofensiva.

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Los teatros continúan con sus programaciones, los cafés y restaurantes siguen recibiendo clientes, sobre todo los fines de semana, las discotecas se llenan de jóvenes a partir del jueves, y las tiendas de lujo, aunque mucho menos concurridas que hace un año, también tienen su trasiego.

Es verdad que han desaparecido las boutiques de las principales firmas mundiales de ropa, como Chanel, Louis Vuitton, Zara o H&M, pero en los mismos locales venden ahora marcas rusas del tipo de Love Republic, Gloria Jeans, Camelot o Zarina. Se puede seguir frecuentando un Burger King, pero no un McDonald's, que han sido sustituidos por los establecimiento rusos de comida rápida Vkusno i Tochka (Sabroso y punto).

Ahora es mucho más difícil encontrar queso parmesano rallado traído de Italia para echar a la pasta, pero lo hay elaborado en Rusia o en cualquiera de los muchos países que han sustituido a Europa en el abastecimiento de productos de alimentación tales como Turquía, Egipto, Bielorrusia, Ecuador, Brasil, Georgia, Azerbaiyán, China y muchos otros de Asia e Iberoamérica.

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Detenciones en Moscú en las protestas contra la guerra AFP

En Moscú no hay en absoluto penuria de alimentos ni de productos de consumo. En el aspecto puramente doméstico el aluvión de sanciones occidentales no ha hecho todavía mella en Rusia de forma significativa. Al ser un país productor de hidrocarburos, tampoco escasea la gasolina ni el gas. Las calefacciones este invierno siguen calentando los hogares hasta llegar a temperaturas sofocantes.

Pero, según datos de la agencia Bloomberg, los ingresos fiscales por las ventas de petróleo y gas cayeron un 46% el pasado mes de enero en comparación con el año pasado. Mientras que el gasto aumentó un 59% debido a la guerra en Ucrania. La combinación de estos factores ha llevado a que el déficit presupuestario de Rusia se sitúe en 25.000 millones de dólares, el mayor desde 1998. Es decir, el déficit se ha multiplicado por 14 en tan sólo un año.

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Desplome del turismo

El energético no es el único sector afectado. Por ejemplo, el turismo se ha desplomado casi completamente por culpa de las sanciones, cayendo un 96,1% en 2022. La Asociación de Touroperadores de Rusia (ATOR) señala que «el espacio aéreo sigue cerrado entre Rusia y la mayoría de países europeos. Es imposible además utilizar tarjetas Visa y Mastercard emitidas por bancos extranjeros en Rusia».

Pero ahora en el país más grande del mundo es prácticamente imposible obtener los datos necesarios para saber el estado real de su economía. Lo admitió recientemente el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, en declaraciones al Financial Times. «El acceso a las estadísticas económicas es limitado debido a la guerra híbrida contra Rusia», afirmó Peskov. Tales restricciones impiden incluso conocer informaciones hasta hace poco accesibles, por ejemplo, el volumen de mercancías que salen de un determinado puerto ruso, por no hablar de la cifras de paro.

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Sin embargo, y aunque los vaticinios no son muy halagüeños para la economía rusa, lastrada por las sanciones y el coste de la guerra, lo que preocupa realmente a los rusos es lo que está pasando en el frente, los muertos que está habiendo y la posibilidad de que a uno le movilicen, ya que el reclutamiento continúa de forma encubierta a pesar de que oficialmente finalizó el pasado octubre.

Unos, como Nikolái, dueño de una tienda de ordenadores, se quejan de lo mucho que está durando ya la guerra. «No me imaginaba que los ucranianos iban a estar tanto tiempo resistiendo, pero Rusia ganará indudablemente la contienda. La diferencia en nuestro favor en armamentos y número de efectivos es apabullante», asegura el joven empresario, a todas luces influido por la abrumadora propaganda que destilan sin cesar las televisiones públicas rusas y la inmensa mayoría de la prensa escrita.

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Otros ciudadanos, como Irina, una profesora de escuela en Yaroslavl, ciudad situada a unos 270 kilómetros al noreste de Moscú, prefiere no hablar de la guerra ni expresar su punto de vista, aunque es evidente que no comparte el criterio de Nikolái. Los que apoyan la guerra de Vladímir Putin son reconocibles de inmediato. Repiten los argumentos oficiales: «los actuales dirigentes ucranianos dieron un golpe de Estado, son nazis y perpetraron un genocidio en Donbass». Sin entrar en detalles, Irina dice estar «preocupada por la actual situación y desea que la guerra termine lo antes posible».

Encontrar a alguien que diga que está en contra de Putin y de la guerra es muy complicado. Los que así piensan hace tiempo que se fueron de Rusia (el éxodo supera ya el millón de personas), fueron a parar a la cárcel (en lo que va de año han sido enjuiciados cerca de 180 reos solamente por denigrar al Ejército o difundir bulos) o están callados por miedo a represalias.

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Y no es para menos, las penas por pronunciarse en contra de la llamada Operación Militar Especial, calificativo con el que las autoridades se refieren a la guerra en Ucrania, son de como mínimo seis años de cárcel. Utilizar el término guerra sigue prohibido, pese a que hasta el propio Putin, su entorno y la población en general lo utilizan.

«Agentes extranjeros»

La inmisericorde represión es, junto con la propaganda, el principal ingrediente para disuadir a los rusos de organizar un movimiento antibelicista o en contra de los métodos antidemocráticos a los que el Kremlin recurre ya de forma sistemática. Se han triplicado -han pasado de 72.000 a 247.000, según los canales de Telegram opositores-, los sitios web bloqueados por las autoridades en lo que va de guerra. Se registraron al menos 20.467 detenciones por motivos políticos, incluida la participación en acciones contra la guerra. Ha habido 5.158 casos de acusaciones por desacreditar al Ejército. En 2022 se incluyeron en la lista de «agentes extranjeros» al doble de personas que el año anterior: 138 personas contra 70. Eran politólogos, periodistas de medios influyentes, empresarios e incluso estrellas del mundo del espectáculo. El número de presos políticos aumentó considerablemente, según la organización Memorial, quien fue expulsada de Rusia y recibió el Premio Nobel de la Paz.

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Cartel de reclutamiento de soldados en una calle de San Petersburgo. EFE

No se conoce, sin embargo, la cifra auténtica de movilizados (300.000 según el Ministerio de Defensa), ni de las bajas en combate, ni del número de prisioneros. Las asociaciones de madres de soldados tratan inútilmente de recabar tal información. Acusaron a Putin de organizar un «montaje» cuando recibió a un grupo de madres «falsas» en el Kremlin. Los sondeos sobre el apoyo que tiene la decisión de invadir Ucrania tampoco son fiables, porque sus resultados, según el politólogo Abbas Galliámov, están manipulados.

33% de oposiciones

En su análisis, Galliámov divide a la sociedad rusa en varios grupos. Alrededor de un tercio de los ciudadanos, un 33%, se oponen a Putin en diversos grados: Un 8% son opositores convencidos contra el poder y la guerra, un 15% son personas de mentalidad democrática y preocupados con la guerra, pero no dispuestos a oponerse abiertamente por miedo y un 10% no son enemigos del Gobierno, aunque están insatisfechos con el estado de cosas en general.

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Sobre un 40% son leales a Putin y generalmente apoyan sus acciones: Los antiliberales agresivos, un 10%, un núcleo estable de apoyo a Putin y a la operación militar. Un 20% son personas de acuerdo en lo fundamental con la retórica del Kremlin, pero están en desacuerdo con la represión. Y un 10% de ciudadanos que por inercia siempre apoyan al poder, pero susceptibles de bascular hacia posiciones opositoras si no les gusta cómo van las cosas. Finalmente, un 27% de los rusos, según Galliámov, son apolíticos, apáticos e «inestables» en sus simpatías. Bajo el efecto de la propaganda pueden apoyar la invasión de Ucrania, pero tal entusiasmo se desvanece a medida que la guerra se prolonga y sus condiciones de vida empeoran.

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