Un tal Alonso. Estamos sin duda ante uno de los apellidos más comunes en España. De hecho, hay centenares de miles en nuestro país. Seguro ... que usted tiene a alguien cerca que se apellida Alonso. Yo mismo lo soy, de segundo. Vas por la calle, gritas ¡Alonso!, y pasa como con los Manolos, se giran unos cuantos. En otros países de habla hispana, como por ejemplo en México, se les pone como nombre a los niños. En definitiva, que hay Alonsos hasta en la sopa.
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Sin embargo, seguro que sabe usted de quién estoy hablando. Porque Alonso, lo que se dice Alonso, solo hay uno. Y no solo en España, sino a nivel mundial. Y huele a gasolina, a asfalto caliente, a neumático quemado, a crema solar en moza vertiginosa de pie y con una sombrilla tapando un casco. Alonso suena a miedo, a temor, a ruido ensordecedor, a motor desbocado, a tapones de cera, a vértigo. Y sabe a sudor, a champagne muy caro, y por supuesto, a sidra.
Alonso suena al típico niño tocacojones que necesita tres personas para que le cuiden. Ese que va rápido en todo aquello que tenga ruedas, que va a saco de nacimiento, le eches lo que le eches. Asuntos de ADN, y que le vigile su santa madre. ¡Deja ese patinete, que te vas a esgonciar! ¡Frena, coño! ¡Suelta ya esa bici! ¡Que te bajes, te digo. ¿No me oyes o qué? Castigado sin postre! ¡A quién coño habrás salido!
El apellido en cuestión produce efectos secundarios de lo más variopinto, y en ocasiones simpático. Para empezar, causa insomnio. Hace que te levantes a las cinco de la mañana, y te sientes, frotándote los ojos y café en mano, a oscuras delante de un televisor, que vibres a la hora de descansar. Produce el que entres en un chigre y te encuentres a unos paisanos discutiendo acaloradamente sobre neumáticos, suspensiones, rebufos y vueltas rápidas. A voces, oyes desde una mesa ¡Chico, mete-i el kers, ho! (¿Qué querrá decir ese con lo de kers?). Hace que oigas a un asturiano cualquiera gritándole a su mejor amigo ¡qué sabrás tú de compuestos, borrego, no tienes ni puta idea, zorolo! Y un minuto más tarde, se dan un abrazo. O, bueno, se lo daban. Todo real como la vida misma, un espectáculo grandioso. El chigre en pleno con la mirada fijada hacia arriba, camareros incluidos, como si estuvieran en misa, el cacharro en la mano, concentrada su vista en la esquina donde está la tele. Un café, por favor. Espera un poco, chaval. Una tele que flipas en lo alto, lo más caro del local. Tres mil euros. Un monitor a todo trapo, en estéreo, HD, y con Lobato en vena, echando humo y metiendo perres en la caja del chigre al ritmo de los 'laps' del guaje. Adrenalina, banderas de Asturias, culinos y serrín, todo mezclado y en el mismo acto. Enorme.
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Hay gente a la que le cae mal, incluso fatal. Normal, no se pasa el día riéndole las gracias a todo el mundo, no es el yerno perfecto. Encima tiene pasta y se pasea con unas chavalas de caerte para atrás, así que qué manera mejor de no hacer amigos que esa en nuestro envidioso país. Pero es un tipo al que cuando le preguntan si ahora es tan bueno como los demás, va y te suelta, como el otro día: no, soy mejor. Y nadie rechista, nadie dice nada, porque todos nos lo creemos. Los que le quieren, y los que le odian. El puto amo, señores, y con perdón. Trae para acá ese coche, a ver qué hace.
Sólo ha habido tres deportistas que me hayan hecho madrugar y sudar en un sofá, que hayan parado mi reloj. Uno con una raqueta, otro en una bici, y este demonio, que además se la juega, no levanta, no suelta la presa. Estamos ante el más grande perdedor de nuestra patria, el mayor incomprendido, el rebelde frente al prepotente establishment anglosajón, el que sacó de quicio a Sir Ron Dennis, de frente y con un par. El contestatario que no afloja, el chaval de barrio al que nadie tose, porque muerde. Un minero metido en un cockpit, exprimiendo bielas. A dolor. Si rompe, que rompa, Los Berrones dixit.
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Bienvenido de nuevo al show, Alonso. Este país necesita cuatro o cinco como tú para levantarnos la moral. Estamos hartos de meternos en la cama a las diez, tras el toque de queda, sin bares, sin amigotes, sin abrazos, y dormir toda la noche del tirón como idiotas. Estamos como anestesiados. Queremos levantarnos a las cuatro, coño. Queremos desvelarnos. Queremos salidas imposibles, y caña al mono. Queremos discutir como burrinos sobre los coches que no entendemos. Así que métele la vara al manzano, please. Y de paso, cámbianos un poco el horario, por favor, aunque sea sólo cada quince días.
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