¿Quieres despedir a tu mascota? Puedes hacerlo en el nuevo canal de EL COMERCIO

¡Arráncalo Carlos!

Por ahí me metí, entre líneas de colores en un sentido y en el otro. Entre bolardos, semáforos, bordillos y señales de las que no recuerdo su significado. Zigzagueando entre peatones, patinetes, bicicletas, 'skates' y tíos y tías con una tabla debajo del brazo

Martes, cinco de Julio de 2022. Esta mañana no me ha quedado más remedio, y he tenido que desplazarme a la urbe de Gijón, una ... mega ciudad situada en la costa asturiana, y conocida ya mundialmente por su sofisticación urbanística, su I+D+i aplicado a la tecnología callejera, y su permanente innovación y 'retrocesión' circulatoria, siempre a la vanguardia del mundo mundial.

Publicidad

Confieso que me desplacé a esta urbe con un vehículo de mi propiedad de cuatro ruedas y tecnología diésel, y pido perdón por ello. En mi descargo, he de alegar que, como buen ciudadano, portaba en el parabrisas de mi diabólico vehículo la preceptiva pegatina medioambiental, de la cual me siento profundamente orgulloso, tras un mes de espera en correos y múltiples colas en las que entablé agradables conversaciones e hice buenas amistades. Ahí iba, bien visible y como símbolo de buena ciudadanía y sostenibilidad. Siento reconocer que tan solo muestro una modesta letra 'B' en el cristal, porque mi vehículo es del 2009. Nuevamente me excuso por semejante descuido, aunque como se suele decir por estos lares ye lo que hay: no hay perres para proyectos de movilidad más ambiciosos por el momento, y me temo que así va seguir, visto como pinta la cosa. Siento no poder aportar más glamour a esta bonita urbe por el momento, aunque mi carraca tenga la ITV pasada y luzca limpia cuan patena, un monovolumen negro con baca de ciclismo y dos discretas pegatinas de contenido deportivo en su parte posterior, que puede que tenga un cierto aire patriarcal o masculino, cuestión por la que pido también mis más sinceras disculpas.

Hoy era un día de mucho estrés circulatorio en la ciudad y, encima, orbayaba, con lo que el piso estaba húmedo y resbaladizo, acrecentando el peligro del circuito con mis neumáticos mixtos. Así y todo, confiando en mi pericia tras varias décadas al volante sin mayores incidentes, decidí adentrarme por el paseo de la playa, antes conocido como el Muro, y ahora rebautizado, a resultas de la inevitable inmersión lingüística, en moderno 'cascayu'.

Mi diabólico diésel solo muestra una modesta letra 'B'. Ye lo que hay: no hay perres para proyectos de movilidad más ambiciosos

La edad de un ciudadano Gijonés es fácilmente averiguable con tan solo preguntarle por un recuerdo del paseo del Muro: si te dice 'pérgolas', cuidado, que va ya para viejo; si te suelta 'tamarindos', ahí se anda; y si tira de 'cascayu', entonces es milennial, aún le quedan más cambios por ver, y mas 'mili' también.

Publicidad

El caso es que por ahí me metí, entre líneas de colores en un sentido y en el otro. Entre bolardos, semáforos, bordillos y señales de las que no recuerdo su significado. Tengo que repasar el código de circulación, me temo. Zigzagueando entre peatones, patinetes, bicicletas, 'skates' y tíos y tías de negro riguroso, el pelo empapado y una tabla bajo el brazo. Sus miradas eran hostiles, coincidían en cierto aire de reprobación, e incluso hubo un surfer que me lanzó algún mensaje poco amistoso. Pero mi decisión no tenía vuelta atrás, me encontraba en medio de un gigantesco maremagnum de colores y señales, perdido, estresado, sintiéndome una minúscula hormiga. Mis manos sudando a borbotones, y tan solo orientado por el mar a mi izquierda, que te ayuda a identificar el norte sin una brújula.

Fue entonces cuando, en un cruce con un patinete que pasaba con un tipo encima fumando, descalzo y sin casco, mi decadente vehículo diésel con pegatina tipo 'B' se caló, allí, en medio de ese gigantesco lío, atascado en un monumental parque temático en el que todos se mueven a distinto ritmo y en todas direcciones, hombres, mujeres, guajes y guajas. Miré aterrorizado a un guardia que andaba por ahí, pero éste se hizo el loco. Intenté poner el motor de nuevo en marcha, pero nada, mi diésel había dicho basta, su vergüenza en medio de tanta tecnología le había traicionado, no arrancaba. Kaput. Fue entonces, preso del pánico, cuando me acordé de la famosa frase: ¡Por Dios, Carlos, arráncalo!

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad