Evita la turba y el trato con la multitud, es dañoso; retirarte a ti mismo todo cuanto te sea posible». Este consejo de Séneca empieza ... a tener eco en muchos que ahora lamentan la muerte por inanición del mundo rural. Allí estaba la morica y la careta, les madreñes, la cocina de carbón, la pera de la luz y las goteras por culpa de las tejas que se movían y había que poner calderos. Ya la dictadura empezó a expulsar a los habitantes de la España rural hacia los ejes urbanos al potenciar la industria a partir de los años 60, y la democracia no ha sido capaz de frenar. Ahora esto que está ocurriendo en el mundo ha ido dejando a cientos de millones de ciudadanos copados en las ciudades. Hay casos de angustia, insomnio y depresión; aumenta la agresividad y las peticiones de divorcio, muchos se sienten solos cuando están entre gente. Partidos, medios y ciudadanos nos miramos unos a otros con mirada vándala. Y uno quiere volver a revivir, pero eso no significa poder vivir lo mismo. Y es a lo que voy, a la zona rural de Gijón, que, con sus aldeas, es una de las más hermosas de Asturias: paisajes de robles, abedules, saucos, arces, laureles y ¡ay!, también, por desgracia, una plaga de ocalitos. Vegas que fueron de maizales, casonas de aldea, riqueza forestal y ganadera que no ha podido sortear la decadencia. Y así, ni los fondos de cohesión de la UE, ni las ayudas a las políticas agrarias, ni el sector turístico han revertido el proceso de abandono del campo y la laminación de un legado cultural labrado a lo largo de los siglos. La contaminación mezcla ahora por igual cemento y arcoiris. No deberían ser solamente eso, pero las aldeas se están reduciendo a meras suministradoras de ocio para quienes residan en la ciudad. La tecnología actual, está dicho mil veces, deshumaniza y destruye el entorno. Y Gijón, que no puede estar mucho tiempo sin ver la mar, parece que no quiere seguir convirtiéndose en una jungla urbana: coches, motos, furgonetas, autobuses, patines y patinetes. De la monografía de Asturias escrita por Félix de Aramburu y Zuloaga, rector de la Universidad de Oviedo, y que mi amigo el bibliófilo Arturo Muñiz Fernández me enseña, entresaco esta frase: «Admirable por la belleza del suelo, grande por su historia, importante por su riqueza, bien merece Asturias -y yo añado Gijón- el amor que sus hijos le profesan».
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