He aquí una de las expresiones que se han puesto de moda últimamente, y que se me hace especialmente difícil de digerir. En tiempos recientes ... parece como si estuviéramos dejándonos arrastrar hacia una cómoda y cotidiana infracultura, que en ocasiones degenera en vulgaridad, y lo que es mucho peor, en cursilería. La susodicha expresión del cordón la encajo dentro de esta última categoría. Me parece cursi a más no poder utilizar tan rebuscado vocablo entre la clase política para referirse sencillamente a un veto, exclusión, o negación, por poner algunos sinónimos más sencillos, menos sofisticados, menos progres y más del castellano nuestro de toda la vida. ¡Con lo que ahorra el llamar a las cosas por su nombre, decirlas como son, y lo fácil que nos entendemos entonces! Pues no, ahora esto de hablar en plata se ha tornado en deporte de alto riesgo, y hay que andar dando rodeos para no herir con palabras, para evitar que te etiqueten o te banderilleen con cintas rojigualdas. Podría proponer también eso de hablar en cristiano, aunque aquí dudo, no vaya a ser que ofenda gravemente a algún ultralaico. En los tiempos que corren el uso de lenguaje directo es un ejercicio de equilibrismo sin red, sobre todo si el asunto atenta contra el credo de los prescriptores de opinión de turno, los que se hallan en posesión de la progresista verdad, los manipuladores del falso buenismo. No aporto ejemplos para no ponérselo fácil a los mensajeros de lo políticamente correcto, tan solo permítanme uno, el de la cansina obligación de utilizar todo el rato lenguaje inclusivo a fin de no ofender o que te acusen de machista, a todas luces una soberana pérdida de tiempo, energía, y tinta. Ahora resulta que hay que escribir ciudadanos y ciudadanas, compañeros y compañeras, músicos y músicas, para no herir sensibilidades y no parecer una vulgar especie de macho ibérico, o rudo integrista talibán misógino casposo facha. Qué pereza.
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Hasta ahora, lo de cordón sanitario me sonaba a aislamiento infeccioso o, en todo caso, a asuntos umbilicales, a alumbramientos, al parto de toda la vida. Evocaba médicos, hospitales, vendas, desinfectante y enfermería. Pues bien, ya no, ahora resulta que tiene que ver con las ideas, con el pensamiento. Se emplea hoy en día para expresar el desprecio y repulsa que causan determinadas posiciones a los moralistas modernos, incapaces de admitir sus flagrantes contradicciones o la permanente mentira en la que plácidamente acostumbran a instalarse. Si quiero rechazar alguna ideología o postura con rotundidad, como si esa tesis infectase, supusiera un riesgo inminente para la salud, o actuase como podredumbre o fulminante rayo, pues propongo aplicar un cordón sanitario, que es peor que el asco, y me quedo tan pancho, encantado conmigo mismo o misma o misme. Mira, hoy ya he trabajado, y qué encantado estoy de conocerme. A Cayetana Alvarez de Toledo o a Rosa Díaz, por poner dos ejemplos de distintos bandos, les aplicaron rigurosos cordones sanitarios y mira por dónde andan, leyendo y escribiendo libros para mejorarse a sí mismas en vez de a la sociedad, mientras los prescriptores del cordón cambian libros por moqueta y cigalas, y a dos carrillos.
A cualquier persona un poco sensata supongo que le parecerá chocante, e incluso gracioso si tuviera gracia, la facilidad con que los extremos ideológicos se aplican mutuamente estos cordones sanitarios. Muy feo en los dos casos, incluso diría que en algunas situaciones supone una verdadera afrenta a la inteligencia de la gente. Por ejemplo, me resulta inaudito que un tipo que transige, apoya y fomenta la violencia de forma expresa y siempre que le viene bien y le da la gana, de pronto se ponga todo puro porque le llega una carta amenazadora, y pida a gritos cordón inmediato para todos los que no piensan como él, que por cierto son la mayoría. ¿Y qué hay de los cientos de cartas pidiendo dinero a cambio de vida, remitidas por sus socios? Ahí el cordón cambia su 'r' por una 'n', y se torna en profiláctico, a fin de evitar infecciones indeseadas en dudosas relaciones. Ahí si es sanitario, y de verdad. De abrazar al que pinta una diana con el nombre de una persona en la puerta de su casa, al compungimiento porque alguien le planta cara. Y encima una tía, hasta ahí podíamos llegar. Del 'caña al sistema', al mami me duele; a cogérsela con papel de fumar, y con trémula vocecita de lobo tornado en corderito, recetar cordón sanitario a diestra y siniestra... O no, perdón, solo a diestra y a centra, que su cordón es unidireccional, a siniestra no funciona. Primero dime quién es el que peca, y luego ya te digo yo la penitencia. Tirar la piedra y esconder la mano, como se dice en el universal castellano. Y así todos los días, la cotidiana contradicción, hasta que nos acostumbremos a esta abominable normalidad.
Temo que cualquier día alguien pueda decirme que me va a aplicar un cordón sanitario, y entonces tendré que contestarle que muchas gracias, que lo anoto, pero que casi prefiero que directamente me mande a tomar por donde nunca sale el sol, como se ha hecho toda la vida. Sin duda alguna, lo prefiero. Lo del dichoso cordón sanitario, además de ser megacursi, denota una gran soberbia, estrechez de miras, sectarismo, incapacidad negociadora, ausencia de empatía, cinismo, miedo, e incapacidad para entender a tu adversario dentro del marco de la legalidad. En otras palabras, justo lo contrario de lo que deberíamos pedir a un gobernante para poder dormir a pierna suelta.
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