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Vas a disfrutar

En España, en estos momentos, muchos mueren, la mayoría sufre, casi todos se preocupan y algunos y algunas disfrutan. Qué cruel paradoja

Eso es lo que le dijo, literalmente, el ministro de Sanidad español saliente a la entrante, el pasado miércoles. A ella, y a todos los ... españoles, bien alto y micrófono en mano. De ministro a ministra, ocupacionalmente hablando, para que no haya sorpresas, y de filósofo a abogada, en términos de formación académica. El o la próxima, lo barrunto, licenciado en Bellas Artes, para continuar la saga científica.

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Al oírlo, pensé que podría ocurrir que no acabase de entender bien el término 'disfrutar', y acudí raudo al diccionario de la RAE, donde leo: «Disfrutar: percibir o gozar los productos y utilidades de algo». O sea, lo que ya más o menos intuía. Averigüé que conozco bien el significado de la palabra. Nunca se sabe, oye.

Ya que tengo el diccionario a mano, y además éste es de papel y todo, de los que pesan, me dedico a hojear en búsqueda de otras palabras que me vienen a la mente, no vaya a ser que no sea preciso en mis reflexiones. Por cierto, averiguo que me he vuelto más lento en las búsquedas en papel, ahora me cuesta más llegar a la palabra que hace unos años. Tanto teclado... Poco a poco, voy encontrando los vocablos que tengo en mi mente: inoportuno, frívolo, cursi, cruel, pasmado, inepto, despiadado, torpe, manazas, incapaz, correveidile. Todas ellas están en el diccionario, y significan más o menos lo que yo tenía pensado. Supongo que será porque de niño me inculcaron cierto hábito de la lectura y porque, además, si no estudiaba suspendía Lengua Española y entonces me reñían en casa. ¡Qué tiempos más absurdos! Descubro, en cambio, que las palabras jesusero, abrazafarolas, antropiteco, alcornoque o cerebeloide no están en el diccionario, y entonces me doy cuenta de que eso me pasa por mis horas de radio en 'Supergarcía' a partir de las doce de la noche, y por leer los maravillosos insultos del Capitan Haddock en los libros de Tintín. Bendita adolescencia.

El caso es que, tras la búsqueda de todos estos vocablos de nuestra rica lengua castellana, que tanto les cuesta pronunciar fonéticamente a nuestros ministros entrantes y salientes, pasmados los unos y bailones los otros, me viene a la mente otra palabra maravillosamente metafórica de nuestro diccionario: zozobra. Como todo el mundo sabe, aparte de los barcos, las personas también la sufren, cuando les sobrevienen circunstancias adversas. Busco en el diccionario otra vez, y leo: «Zozobra: inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza, o por el mal que ya se padece». Y pienso que qué bien que en el colegio el Maruri, el Emilio y otros profesores que tanto nos aportaron, y de los que ahora cariñosamente me acuerdo así, nos metieran caña. Qué favor nos hicieron. De no ser por ellos, pensaría que me encuentro chungo, malito, raro, o simplemente me encogería de hombros.

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En España, en estos momentos, muchos mueren, la mayoría sufre, casi todos se preocupan, y algunos y algunas disfrutan. Qué cruel paradoja. Y así, un día tras otro, transcurren ahora nuestras vidas. Como decía mi madre, cuando ya poco quedaba por decir: lo que hay que oír...

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