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Entrega fiel y autenticidad sin complejos

JUAN JOSÉ BLANCO ARCIPRESTE DE EL ACEBO

Viernes, 4 de marzo 2022, 01:43

Querido don Ángel: Esta tarde me han pedido que escribiera unas letras sobre usted. Pero yo prefiero escribírselas a usted. Y lo hago consciente de ... la desproporción. Pues mi pluma no es tan ágil como la suya, ni tan cultivada como la de tantos que podrían hacerlo mucho mejor.

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Ayer, jueves sacerdotal, entorno a las tres de la tarde, hora del calvario, entregaba usted el alma a Dios. Lo hacía después de una larga vida en la que ha visto de todo. Siendo un joven seminarista le toco esconderse porque le querían matar. Siendo cura joven en San Nicolás le investigan los grises por 'rojo', porque ayudaba tantísimo a tantísimos obreros que llegaban de todas partes de España a trabajar en la, por aquellos años, floreciente industria asturiana. Y después lo tildaban de 'facha' o simplemente 'carca'. Lo cierto es que usted no dejaba indiferente a nadie. ¿No es eso algo bueno?

Es de justicia decir, querido don Ángel, que ha dejado huella en muchísimas personas. Que ha sido un referente seguro cuando las cosas se tambaleaban. Que ha, como se suele decir, creado escuela. Y a las pruebas me remito: algo tuvo que hacer para dejar una parroquia llena de vida como pocas. Algo tuvo que hacer para engendrar 16 hijos sacerdotes.

Ha dejado huella su autenticidad, libre de complejos. Su voz resonaba con fuerza y claridad, en calles y templos, proyectando la luz de la verdad revelada sobre las cosas de este mundo. Una luz que ilumina lo bueno, poniéndolo en valor, y también lo malo, dejándolo en evidencia. Me decía usted en mi primera Misa: «Donde no hay sacrificio no hay amor. Donde no hay valentía para defender la verdad, incluso con la muerte, no hay sacrificio».

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Ha dejado huella su amor a Jesucristo sacramentado. Siempre dispuesto a abrir el Sagrario a todo el que tenía hambre de Dios. Divino panadero que regalaba Pan de Vida amasado con el fervor de sus manos y cocido al calor de su fe sacerdotal. Y no cansaba de cantar o de decir: «Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo redentor».

Ha dejado huella su amor a España. Nadie, del color político que sea, puede ponerlo en duda. ¡Por Dios y por España! Podría ser resumen de sus pasiones.

Querido don Ángel, me queda clavada la espina de no haberme despedido de usted. Para mí quedan aquellas conversaciones a solas, los consejos y tantas cosas más. Quiero que le quede meridianamente clara una cosa: su vida y su testimonio no caen en saco roto.

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Por mi parte, todo aquello que necesite perdón ya lo tiene. Le pongo en manos de la Santísima Trinidad que, en su misericordia, sabrá perdonar y acoger.

Le pido, con el corazón en la mano, que rece por nosotros.

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