Los recientes congresos del PSOE y del PP han seguido el patrón tradicional: discursos de voz ahuecada y de contenido semihueco, sustitución de las ideas ... por consignas y acriticismo reverencial con respecto al líder. Y es que los congresos de los partidos políticos tienen algo en común con las celebraciones religiosas: por encima de los fieles levita un ente superior y abstracto, que en este caso sería el Partido, equivalente de la deidad para los creyentes, en tanto que el líder sería el vicario terrenal del Partido en cuestión.
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Al tratarse de ceremonias menos ideológicas que festivas entre correligionarios, el clima es de triunfalismo y todo discurre por el cauce de la euforia. Los problemas vienen cuando el escenario se traslada al Congreso, donde las cañas entre amigos se vuelven lanzas contra el adversario. El espectáculo parlamentario al que asistimos el pasado miércoles, sin ir más lejos, puede tener un lado cómico, como la función de títeres de cachiporra que fue, pero también un lado bochornoso: un apaleamiento recíproco entre el Gobierno y la oposición, ambos con el derecho adquirido a dar golpes muy bajos. Hubo momentos en que parecía que, en vez de debatirse los recientes casos de corrupción en el núcleo del PSOE, el asunto del día eran los casos históricos de corrupción dentro del PP. Lo que no acaba de entenderse es qué pueden ganar ambos partidos echándose en cara las miserias y compitiendo en pureza y ejemplaridad, entre otras cosas porque el grado de corrupción puede cuantificarse, pero no exculparse por comparación. ¿Un plan estatal de lucha contra los corruptos? Sí, aunque hay un pequeño inconveniente: que los corruptos también disponen de un plan para corromperse.
La moral política no guarda una relación directa con la moral a secas. De ahí que los socios de investidura de Sánchez optasen más por el apoyo -con la boca chica- que por el reproche, pero no por razones morales, ya digo, sino demoscópicas: saben que si hubiese un adelanto electoral, sería más que probable un Gobierno de PP y Vox en el que los ultras acabarían imponiendo sus políticas supuestamente regeneradoras y sospechosamente degenerativas, con el previsible acatamiento dócil por parte del PP.
La situación política está sometida en estos momentos a la ley del folletín: no sabemos qué sorpresa nos llevaremos mañana. Por ahora, los jinetes del Apocalipsis son tres, pero… Por cierto, se le achaca a Sánchez su mal tino para la elección de los secretarios de organización de su partido, aunque el asunto puede complicarse un poco si le damos la vuelta: que Sánchez no los eligiese a ellos, sino que ellos eligiesen a Sánchez. Pero más vale dejar las cosas como están.
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