Fragmentarios
Leer una novela de 700 páginas se ha convertido en un lujo para algunos y en una pérdida de tiempo para casi todos. Así que no hay más remedio que ponera dieta la creación y ofrecerle al mercado libros delgaditos. A ver si así
Lo que ya nos veníamos imaginando se ha confirmado en estos últimos días con datos: los libros están perdiendo páginas, es decir, la tendencia a ... la brevedad se impone y los títulos publicados actualmente tienen en ocasiones hasta la mitad de las páginas que tenían como media los que se publicaban pongamos diez años atrás. Nada habría que objetar si en esa reducción primara, sobre el cuánto, el qué y el cómo, pero tampoco parece que se trate de una búsqueda implacable de la esencialidad, de la precisión, de la excelencia. No. Lo importante es cuántas páginas.
Publicidad
Esto, que podría parecer un asunto menor, guarda sin embargo claves que tal vez convendría tener en cuenta. Porque aunque entre las causas de que esto sea así se señala algo tan simple como los costes del papel, está claro que hay también otros motivos. La falta de tiempo atribuida a esta vida loca es siempre el primer pretexto que se menciona, aunque tal vez sería más exacto indicar que el número de opciones es mucho más amplio. Ya quedan muy lejos aquellos tiempos en que apenas existía oferta alternativa a la lectura: un par de canales en la tele y el esfuerzo y el coste de acudir a una sala de cine. Abrirse paso como opción ganadora a la hora de elegir entre tantas posibilidades de entretenimiento ya es de por sí complicado, pero para que se nos haga bola enfrentarnos a un tocho interviene algo más preocupante: nuestra capacidad de atención ha disminuido (según dicen los estudios) de una manera alarmante. Recibimos la información de un modo fragmentario y, como es fácil imaginar, eso se debe fundamentalmente a las nuevas tecnologías, que nos ofrecen una ingente cantidad de datos, palabras, imágenes, pantallas. Esa inmensidad tan imposible de atrapar nos obliga a saltar de una cosa a otra, apenas atisbando el contenido de cada una. Muchas páginas indican el tiempo exacto que nos llevará leer un artículo para animarnos a ello cuanto más escaso sea. La posibilidad de hacer avanzar la reproducción de cualquier contenido multimedia nos tienta permanentemente, y de muchas canciones escuchamos apenas el fragmento de unos segundos de muestra. El dedo se desliza a velocidad de vértigo por las redes y nos enteramos a medias de lo que cuentan nuestros contactos. Nuestro conocimiento de lo cotidiano se ha convertido en un puzle de piezas desordenadas que nunca terminamos de completar, y la realidad es una suma de pedacitos que tienen la virtud de que nuestra capacidad de concentrarnos se haya reducido tanto.
Ya lo sospechábamos cuando empezó a generalizarse la crítica de lentitud que la gente más joven le hacía a cualquier película clásica, cuando el lenguaje del vídeoclip se hizo dueño de las pantallas. Nuestro cerebro se ha hecho a la rapidez, a la urgencia, al conocimiento superficial y fraccionado de la realidad y leer una novela de setecientas páginas se ha convertido en un lujo para algunos, y en una pérdida de tiempo para casi todos. Así que no hay más remedio que poner a dieta la creación y ofrecerle al mercado libros delgaditos. A ver si así.
Que a muchos libros les sobren páginas, en algunos casos todas las que van entre la portada y la contraportada para ser exactos, es otra historia. También, me temo, signo de los tiempos.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión